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<img class="aligncenter wp-image-7365" alt="soledad de los numeros primos" src="http://i1.wp.com/www.erraticario.com/wp-content/uploads/2013/06/soledad-de-los-numeros-primos.jpg?resize=495%2C330" data-recalc-dims="1" />
Los números primos sólo son exactamente divisibles por 1 y por sí mismos. Ocupan su sitio en la infinita serie de los números naturales y están, como todos los demás, emparedados entre otros dos números, aunque ellos más separados entre sí. Son números solitarios, sospechosos, y por eso encantaban a Mattia, que unas veces pensaba que en esa serie figuraban por error, como perlas ensartadas en un collar, y otras veces que también ellos querrían ser como los demás, números normales y corrientes, y que por alguna razón no podían. Esto último lo pensaba sobre todo por la noche, en ese estado previo al sueño en que la mente produce mil imágenes caóticas y es demasiado débil para engañarse a sí misma.
En primer curso de la universidad había estudiado ciertos números primos más especiales que el resto, y a los que los matemáticos llaman primos gemelos: son parejas de primos sucesivos, o mejor, casi sucesivos, ya que entre ellos siempre hay un número par que les impide ir realmente unidos, como el 11 y el 13, el 17 el 19, el 41 y el 43. Si se tiene paciencia y se sigue contando, se descubre que dichas parejas aparecen cada vez con menos frecuencia. Lo que encontramos son números primos aislados, como perdidos en ese espacio silencioso y rítmico hecho de cifras, y uno tiene la angustiosa sensación de que las parejas halladas anteriormente no son sino hechos fortuitos, y que el verdadero destino de los números primos es quedarse solos. Pero cuando, ya cansados de contar, nos disponemos a dejarlo, topamos de pronto con otros dos gemelos estrechamente unidos. Es convencimiento general entre los matemáticos que, por muy atrás que quede la última pareja, siempre acabará apareciendo otra, aunque hasta ese momento nadie pueda predecir dónde.
Mattia pensaba que él y Alice eran eso, dos primos gemelos solos y perdidos, próximos pero nunca juntos. A ella no se lo había dicho. Cuando se imaginaba confiándole cosas así, la fina capa de sudor que cubría sus manos se evaporaba y durante los siguientes diez minutos era incapaz de tocar nada.
(Paolo Giordano, La soledad de los números primos)
Mientras que cualquier otro número natural puede verse como la manifestación de un grupo de números que se relacionan entre sí, esto es, se multiplican (15=3*5), un número primo es de una sola pieza, no está formado más que por sí mismo: 2=2, 13=13, 17=17, 131=131… de ahí que a estos se les considere solitarios.
El autismo es un asunto complejo y se nos escapa en este breve espacio todas sus implicaciones. Básicamente, el individuo está afectado por una falta de habilidades sociales, una carencia en la reciprocidad emocional que le condena a un permanente encierro sobre sí mismo. En su aspecto grave, suele carecer de autoconciencia y dominio del lenguaje.
El caso de Daniel Tammet
En realidad, sólo atenderemos a un caso de cada diez autistas, según dicen, que es el del autista sabio, o síndrome del savant. Es una mezcla dispar, pues no todos los savants son autistas, pero la correspondencia es suficientemente alta: uno de cada dos afectados reúne ambas cualidades.
La dificultad para establecer una interacción social y el déficit lingüístico hace que aquellos autistas sabios capaces de comunicar sus experiencias y explicar la forma en que ven el mundo sea una lección única e impagable. Es el caso de Daniel Tammet, un caso extremo del denominado “autista sabio”, un ejemplo de divergencia neuronal conocido generalmente por el protagonista de la película Rain Man.
Al estar afectado por sinestesia, su percepción de la realidad se sustenta en una extraña mezcla de sentidos que le hacen ver los números como realidades con formas y colores propios.
Es una realidad basada en símbolos, no en signos. Esto es, mientras que para el mundo los números son signos arbitrarios que se refieren a entidades abstractas, convenciones sociales basadas en un alfabeto u otro, donde el significante puede cambiar si todos se ponen de acuerdo en el significado, para Tammet los números tienen formas muy reales y colores propios que se aparecen en su mente, provocando además una reacción inmediata en su estado de ánimo.
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Así, por ejemplo, al multiplicar 53 por 131, estos números se le presentan como dos sombras coloreadas entre las cuales se forma el resultado, otra sombra coloreada que equivale al 6943. El 5 es amarillo, el 3 es verde, el 6 es negro, el 9 es azul y el 4 es azul claro.
Además, como explica Tammet, cada número le despierta un ánimo diferente según se le aparece en su mente.
<img class="aligncenter wp-image-7368" alt="numeros según Tammet" src="http://i0.wp.com/www.erraticario.com/wp-content/uploads/2013/06/numeros-según-Tammet.jpg?resize=480%2C220" data-recalc-dims="1" />
La sinestesia es lo que le permitió alcanzar el récord mundial en memorización de dígitos del número pi: 22.514. Los recitó en poco más de cinco horas.
Cuando observo una secuencia de números, mi cabeza empieza a llenarse de colores, formas y texturas que se entretejen espontáneamente para conformar un paisaje visual. Siempre me parecen muy bonitos; de niño solía pasarme las horas explorando los paisajes numéricos de mi mente.
[…]
La secuencia más famosa de números de pi es el “punto de Feynman”, que comprende los decimales de pi entre los lugares 762 y 767: “…999999…”. […] El punto de Feynman me resulta muy hermoso visualmente; lo veo como una cuenca muy profunda y espesa de luz de color azul marino.
(Daniel Tammet, Nacido en un día azul)
Sólo así podemos llegar a atisbar por qué, cuando los periodistas le preguntaron, al finalizar el reto, qué sentido tenía memorizar tantos números, Tammet respondió:
Al igual que la Mona Lisa o una sinfonía de Mozart, pi es la razón misma que me hace amarlo.
Estamos, pues, ante una manera de acercarse al mundo que se basa en una intuición hipertrofiada, es decir, en la asimilación plena del símbolo “puro”, ese que en el resto de personas permanece escondido en las profundidades del inconsciente, más allá del límite de la conciencia al uso, y del que apenas intuímos algo cuando soñamos.
Un viaje a los abismos del Ser
<img class="aligncenter size-full wp-image-7371" alt="inconsciente colectivo" src="http://i2.wp.com/www.erraticario.com/wp-content/uploads/2013/06/inconsciente-colectivo.jpg?resize=450%2C289" data-recalc-dims="1" />
Cabe aquí preguntarse, sin rigor alguno y por el mero interés de la especulación, si esto no estará relacionado con esa invasión del inconsciente de que hablaba Jung al referirse al poder desintegrador de la parte más desconocida de la mente humana, capaz de acabar con la personalidad.
Podríamos aventurar que el pensamiento racional que suele intermediar entre la realidad de los sentidos y su signficado trascendente, inalcanzable para el resto de los mortales, deja paso a la vivencia directa de dicha trascendencia.
Ese conocimiento por intuición, más cercano a lo “divino”, tiene su contrapartida en una incapacidad a la inversa, esto es, una falta de habilidad para procesar los estimulos sensoriales. Por ejemplo, una falta de procesamiento auditivo que impide entender el significado de las conversaciones si no es a costa de una concentración y fuerza de voluntad extremas, convirtiendo a la persona en una especie de enajenado ante los demás.
El problema es que no me doy cuenta de que no escucho lo que me dice. Suelo escuchar fragmentos de cada frase, que mi cerebro une automáticamente para encontrar un sentido. No obstante, al perderme palabras clave no acabo de comprender lo que me está diciendo. Asentir y decir cosas como “vale” cuando alguien me habla ha pasado a ser con el tiempo mi manera de permitir que fluya la conversación entre alguien más y yo, sin que la otra persona tenga que detenerse y repetir continuamente.
(Nacido en un día azul)
Una característica común es la incapacidad para conocer mediante generalización o, lo que es lo mismo, de manera holística. La mente autista se concentra en los detalles más nimios pero no sabe relacionarlos entre sí. Se da, así, un conocimiento fragmentado, por el que no se sabe establecer las relaciones entre unos datos y otros.
Estos detalles, en el resto de personas, entran directamente al subconsciente, de forma que nunca somos conscientes de haberlos detectado.
Es como si la capacidad del savant para adentrarse en los mundos del inconsciente sobrepasase con creces a la del resto de los humanos. Y conlleva un serio problema: exponerse a la ajetreada vida diaria del mundo deriva en una saturación inmediata. El resultado, un cortocircircuito.
De esta forma, la conciencia parece mostrarse sobrecargada por tanta cantidad de información que es incapaz de procesar, y el impacto sobre la persona no se hace esperar, más aún si tenemos en cuenta que esta información se traduce en sentimientos y afectan por tanto al comportamiento, pues para el autista no se trata únicamente de información abstracta, sino de una vivencia muy directa.
El centro de Londres no me gustó –estaba lleno de gente y ruido, de olores, visiones y sonidos muy diferentes—y había demasiada información para que pudiese organizarla mentalmente, lo que hacía que me doliese la cabeza.
El exceso de fijación en los detalles es lo que impide muchas veces que las cualidades cognitivas de un autista puedan ser desarrolladas en la vida diaria:
Tiendo a pensar profundamente en ráfagas cortas e intensas, seguidas de períodos más largos en los que mi capacidad para concentrarme en algo es mucho más reducida y menos consistente. También me resulta difícil “desconectarme” de las pequeñas cosas sin importancia que suceden a mi alrededor y que afectan a mi concentración: alguien suspirando enfrente, por ejemplo.
Esa saturación es la que hace que la persona necesite controlar el mundo que le rodea, apaciguarlo, de modo que la exigencia de una vida basada en rutinas y situaciones previstas al minuto se convierte en una obsesión compulsiva. Cualquier alteración en la agenda, en cuanto que información extra, provoca un colapso y la más mínima sorpresa puede ser el origen de una crisis nerviosa.
La obsesión por el orden responde a la necesidad de calma y seguridad. En una mente en continuo movimiento, se antoja una actitud imprescindible para no desvanecerse arrastrados por el torrente de datos que se precipitan hacia la conciencia y amenazan con tragarse cualquier atisbo de personalidad, de arrasar con todo aquello que les hace ser individuos en este mundo, lejos de las nieblas del más allá. Una manera de dejar su firma en medio del caos, una impronta de su paso, una obra de artesano que doma la bravura de la naturaleza que presume de imponérseles.
¿Más cerca de la Verdad?
Los números primos son los ladrillos básicos del universo matemático. En realidad, cualquier otro número resulta de la multiplicación de números primos: 20=2*2*5; 63=3*3*7; 85=5*17…
<img class="aligncenter wp-image-7364" alt="Piezas_número_png" src="http://i0.wp.com/www.erraticario.com/wp-content/uploads/2013/06/Piezas_número_png.png?resize=450%2C373" data-recalc-dims="1" />
Estaríamos, así, ante los elementos fundamentales, los más cercanos a la realidad más pura, eso que llaman Totalidad. Como las conexiones sin contaminar de una mente autista.
Y esto es algo que Tammet también es capaz de sentir:
…a mí también me fascinan los números primos. “Veo” cada uno de ellos como una forma de suave textura, distinta de los numeros compuestos (no primos), que son más granulados y menos característicos. Siempre que identifico un número primo siento un hormigueo en la cabeza (en el centro de la frente) que resulta difícil poner en palabras. Se trata de una sensación particular.
[…] puedo ver lo hermosos que son los números primos gracias a la manera en que sobresalen, con tanta nitidez, respecto a los demás números. Esa es precisamente la razón por la que los observo sin parar. Cada uno de ellos es muy distinto del anterior y del siguiente. Su soledad entre el resto de los números los convierte en llamativos para mí.
Hay momentos, justo antes de dormir, en los que mi mente se llena de repente de luz blanca, en la que sólo puedo ver números –cientos, miles de ellos— pasando rápidamente frente a mis ojos. La experiencia es bella y tranquilizadora. Algunas noches, cuando me cuesta dormir, me imagino caminando por mis paisajes numéricos. Luego me siento seguro y feliz. Nunca me he sentido perdido, porque las formas de los números primos actúan como indicadores.
La sinestesia también afecta a su forma de entender el lenguaje:
De niño y durante varios años acaricié la idea de crear mi propio lenguaje, para aliviar la soledad que solía sentir y disfrutar de la delicia que experimentaba con las palabras. A veces, cuando sentía una emoción especialmente intensa o experimentaba algo que me parecía muy hermoso, se formaba de manera espontánea un término nuevo en mi mente para expresarlo, aunque no tenía ni idea de dónde provenía. Por el contrario, el lenguaje de mis compañeros escolares, los niños del patio, e incluso el de mis hermanos y hermanas, me parecía muy irritante y confuso. Se burlaban regularmente de mi por utilizar frases largas, cuidadas y muy formales.
[…]
Continúe soñando que un día hablaría un idioma que sería sólo mío, que no se burlarían de mí ni me regañarían por utilizarlo y que expresaría algo de lo que era ser yo.
Es como si el conocimiento por intuición hiciera innecesario el proceso racional basado en interpretar un lenguaje concreto establecido. Y que las señales percibidas por los sentidos, como el sonido, se ajustan a otra dinámica muy diferente que nada tiene que ver con la interpretación de signos consensuados, sino con algo mucho más profundo, algo que cada persona que lo “sufre” todavía no ha encontrado el medio por el que poder comunicarlo al resto de seres con quienes ha de convivir.
Algo que pareciera darle un acceso más directo a la Verdad, sin intermediarios que la desfiguren. Pero, en un mundo que necesita de lenguajes artificiales y de intermediarios, la vida de un autista es, efectivamente, tan solitaria como la de los números primos.
Humanidad
<img class="aligncenter wp-image-7372" alt="boy-autism-pediatrician-600" src="http://i1.wp.com/www.erraticario.com/wp-content/uploads/2013/06/boy-autism-pediatrician-600.jpg?resize=420%2C281" data-recalc-dims="1" />
Pero esa soledad, la falta de contaminación cultural, otorga una pequeña ventaja, en palabras de Tammet: la ausencia de prejuicios.
Quienes están dentro del espectro autista pueden aportar muchos beneficios a un trabajo en una empresa u organización: fiabilidad honradez, elevado nivel de precisión, una considerable minuciosidad y un buen manejo de datos y cifras.
La existencia de seres como Daniel Tammet le hacen preguntarse a uno si no serán ellos una avanzadilla “en modo de prueba” de lo que nos espera, si no será un paso más en el camino que nuestra especie está destinada a seguir en la evolución de la conciencia: una mente que se configura en puente entre lo Absoluto intuitivo y la realidad física sin disolverse allí donde el resto entraríamos en neurosis y donde habitan tantos otros que no han sido tan agraciados con la habilidad de Tammet para comunicar lo que sienten y lo que viven allí dentro.
Gracias a testimonios así, sabemos algo más de una mente que es capaz de manifestarse como individualidad autoconsciente incluso después de haberse adentrado en los dominios de esa inconsciencia impersonal que todos estamos obligados a conquistar, más tarde o más temprano.
Oliver Sacks es un neurólogo que ha buscado entender los diferentes aspectos del autismo desde una visión más humana y menos científica, dando testimonio de ello en libros como El hombre que confundió a su mujer con un sombrero y Un antropólogo en Marte.
La neurología humanística de Sacks no busca la curación de los pacientes, sino la comprensión de los mismos en cuanto que personas destinadas a entenderse de una forma muy personal con el mundo que a todos nos rodea. Un destino que los convierte en números primos. Aislados del resto y condenados a ser originales.
Solitarios y, al mismo tiempo, símbolos de la unidad esencial que subyace a todos los demás. Seres que llegaron a este mundo sin que se cortara el hilo que les unía a una realidad más allá de este espacio-tiempo.
Dice Oliver Sacks que…
…aunque se hayan perdido las conexiones “horizontales” con los demás, con la sociedad y la cultura, puede haber aún conexiones “verticales” intensificadas y vitales, conexiones directas con la naturaleza, con la realidad, sin influencias, sin intermediarios, inasequibles para cualquier otro.
(El hombre que confundió a su mujer con un sombrero)
En sus libros, el doctor Sacks recoge anécdotas de cómo la afectividad es una necesidad primordial en la relación con este tipo de personas a las que, durante años, se les negó el contacto humano porque no se las consideraba dotadas de una individualidad. Excesivamente analíticas, a pesar de evidentes cualidades creativas en la mayoría de los casos, y frías, faltas de habilidades interactivas.
Pero, si un ser humano puede ser comparado a un número primo, quizás sea por su capacidad para estar más cerca del Absoluto, sea lo que sea lo que uno entienda por tal. Allá cada cual…
Frente a la soledad del número primo, el resto de números, entretanto, se considera mejor dotado por su capacidad de fragmentarse en diversas caras. Pero, algún día, esos números descubrirán que su esencia última es también un número primo.
Entonces, y sólo entonces, la humanidad habrá dado el gran salto en su evolución.
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