Hablemos un poco de cosas de aquí, aunque sea en breve y rápido, que uno todavía está completando la montaña de obras de 2010 antes de poder hacer juicio a lo leído.
Lo primero, lo más triste: tercer volumen de Autobiografía no autorizada y, snif, final de trayecto. Se sentirá, porque el bueno de Nacho Casanova (que lo es, hagánme caso, que lo de este hombre es bondad a un nivel de concentración que riánse del Fairy) nos había encadilado ya con esa capacidad suya para fijarse en las pequeñas cosas que hacen que la vida sea precisamente eso, una vida. Ni más ni menos, ahí es nada. Y ojo que termina con un episodio de esos que emocionan y obligan a la consabida excusa de “vaya se me debe haber metido algo en el ojo”, porque Nacho cuenta la muerte de su padre con una sencillez y sensibilidad tan maravillosas, que es difícil no sentirse envuelto por ese aliento cálido de cariño y afecto que impregna cada una de las páginas. Se siente el final, pero los tres volúmenes de esta Autobiografía no autorizada quedan como lecturas recomendadas para alegrarse el día. Y como una obra a reivindicar como de lo mejorcito que se ha hecho en estos lares últimamente, que parece que la aparente levedad del tema contagia al juicio global de la obra para ponerle la fácil etiqueta de “superficial”. Mal, muy mal, señoras y señores. Que lo que hace Nacho es precisamente hacer fácil lo más difícil: que una vida pasada por el tamiz de un autor que la reescribe siga siendo real, orgánica y, valga la redundancia, vital. (3+)
El siguiente libro a comentar, la confirmación de Josep Busquet como guionista inteligente y dotado, merecedor de mucha y seguida atención. Si con La revolución de los pinceles sorprendía por su original descaro, en Arquitectura para principiantes lo hace por la facilidad con la que se echa en la espalda universos tan diferentes como los de Schuiten y Peeters, Cortázar, Borges o José Carlos Fernandes (o Antonio Segura, que algo hay de aquella Metropol aquí) para modelar un discurso propio que juega sin prejuicios a la realidad inventada, a esa falsedad que logra apariencia real pese a transitar por la fantasía más descarnada. Con ironía bien dosificada en cada una de las historias de este mundo de arquitecturas imposibles que transforma los principios de la construcción, de la dinámica y mecánica en ejercicio de ficción siguiendo el siempre buen ejemplo de Stanislaw Lem. Atrevimiento argumental que necesitaba de equivalente de nivel en lo gráfico, que consigue gracias al debutante Álex Xöul, ambicioso y con ganas de comerse el mundo jugando al cambio de registro con camaleónica facililidad, exigiendo a la página filigranas, retruécanos y piruetas que no llega a dominar muchas veces, pero de los que sale siempre indemne, que no es poco para quien todavía aprende. Quizás se le ven demasiado algunas hechuras, quizás suena a algo ya visto, pero la lectura es, indudablemente, entretenida y de las que dan ganas de repetir.(2)