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Autoestima

Por Davidsaparicio @Psyciencia

Autoestima

La autoestima es una experiencia íntima: es lo que pienso y lo que siento sobre mí mismo, no lo que piensa o siente alguna otra persona acerca de mí. Mi familia, mi pareja y mis amigos pueden amarme, y aun así puede que yo no me ame. Mis compañeros de trabajo pueden admirarme y aun así yo me veo como alguien insignificante. Puedo proyectar una imagen de seguridad y aplomo que “engañe” a todo el mundo y aun así temblar por mis sentimientos de insuficiencia. Puedo satisfacer las expectativas de otros y aun así fracasar en mi propia vida. Puedo ganar todos los honores y aun así sentir que no he conseguido nada. Muchas personas pueden admirarme y aun así me levanto cada mañana con un doloroso sentimiento de fraude y un vacío interno. Conseguir el éxito sin lograr primero una autoestima equilibrada es condenarse a sentirse como un impostor y a sufrir esperando que la verdad salga a la luz.

La admiración de los demás no crea nuestra autoestima, ni tampoco la erudición, ni las posesiones materiales, las conquistas sexuales o la cirugía estética. La autoestima actúa como el sistema inmunológico del psiquismo, proporcionándonos resistencia, fortaleza y capacidad de recuperación. Una baja autoestima vulnera nuestra resistencia ante los problemas de la vida. Si no creemos en nosotros mismos, en nuestra eficacia, ni en nuestra capacidad de ser amados, el mundo es un lugar aterrador.

La crisis de los referentes tradicionales produce un desfasaje y hasta un antagonismo, entre “la estima pública” y la autoestima. No está mal aspirar al éxito. Éxito viene de exitus, que en latín quiere decir salida. Salida del encierro. Algunos actúan como si los únicos valores fueran el poder económico, el estatus profesional o el reconocimiento mediático. Otros buscan una restauración retornando a los valores tradicionales (nacionalismo, familiarismo, fundamentalismo, integrismo).

La autoestima es un termostato emocional que modula el impacto de emociones negativas, evitando que se extiendan al resto de la vida. Es probable que un éxito o un fracaso en un sector tengan consecuencias en los otros. Un desengaño amoroso acarreará una vivencia de pérdida de valor personal. A la inversa, un éxito en un campo determinado puede beneficiar la autoestima. Es difícil que ciertas heridas narcisistas no irradien sobre otros sectores. Por suerte, también irradian los logros.

¿Quién soy? ¿Cuáles son mis cualidades? ¿Cuáles mis talones de Aquiles? ¿Talones o defectos? ¿De qué soy capaz? ¿Cuáles son mis éxitos y mis fracasos, mis habilidades y mis limitaciones? ¿Cuánto valgo para mí y para la gente que me importa? ¿Merezco el afecto, el amor y respeto de los demás o siento que no puedo ser querido, valorado y amado? ¿Siento una brecha enorme entre lo que quisiera ser y lo que creo que soy? ¿Qué puedo hacer por mi mismo?¿Lucho o me dejo estar?

Esa mirada-juicio sobre uno mismo es vital. Cuando es positiva, permite actuar con aplomo, sentirse a gusto consigo mismo, enfrentar dificultades. Cuando es negativa, engendra sufrimientos y molestias que afectan la vida cotidiana. La autoestima contiene facetas con cierta autonomía. Puede ser variable en distintas actividades: laboral, afectiva, intelectual, corporal, sexual. La autoestima genera bienestar subjetivo en sus variados componentes: mantener relaciones afectivas satisfactorias, lograr cierta autonomía y cumplir ciertas metas.

Los triunfadores [winners] buscan la gloria de modo implacable y corren el peligro de ser consumidos por el burn-out (sentirse incinerados por el trabajo) o de recaer en el anonimato mediocre. Los perdedores [loosers] tampoco la pasan muy bien. Siempre ha habido la tentación binaria. O se es winner o se es perdedor. George Clooney es millonario y buen mozo. ¿Pero qué sabemos de él? ¿Cómo le irá en los demás aspectos de su vida? Y todos sabemos que la vida tiene muchos planos.

Las fluctuaciones de la autoestima

La autoestima fluctúa: puede ser más o menos alta, más o menos estable y necesita ser alimentada, desde el exterior. Aunque las bases se construyan durante la infancia, la autoestima no es inalterable en otras etapas de la vida. Sigue fluctuando.

Se podrían comparar las estrategias de inversión con las que usamos para la autoestima. La cantidad y calidad del amor recibida durante nuestros primeros años constituye un capital inicial. Los “grandes inversores”, que disponen de un importante capital de salida, realizan inversiones que suponen cierto riesgo, pero que pueden generar muchos beneficios. Los “pequeños ahorristas” temen perder lo poco que poseen si corren riesgos. Invierten con prudencia. De ese modo, sus beneficios están a la altura del riesgo: son bajos. Aplicado a la autoestima, este modelo “financiero” permite, especialmente, comprender por qué las personas con alta y baja autoestima utilizan estrategias distintas. Las primeras tienen una actitud más audaz ante la existencia: corren más riesgos y toman más iniciativas, y por ello obtienen mayores beneficios. Los segundos, en cambio, son más precavidos y prudentes: se muestran reticentes a correr riesgos.

Existen cuatro modalidades de autoestima teniendo en cuenta su nivel y estabilidad.

a) Alta y estable.

Las circunstancias “exteriores” y los acontecimientos de vida “normales” tienen poca influencia sobre la autoestima. El individuo no consagra mucho tiempo ni energía a la defensa o la promoción de su imagen. No necesita defenderla. Su imagen se defiende sola. La excesiva confianza en el propio valor y eficacia podría hacernos más vulnerables a los peligros no reconociendo límites y rechazando cierta información.

Las personas con una buena autoestima no vacilan en pedir ayuda a los demás. Están seguras de que la ayuda es un préstamo que podrán devolver. Y los demás son como los bancos: le prestan al que tiene, al que tiene con qué responder.

b) Alta e inestable.

Aunque elevada, la autoestima de estas personas padece grandes altibajos. Perciben como amenazas las críticas y fracasos. Los sujetos de autoestima alta y estable son mucho más atemperados mientras que los de autoestima inestable siempre están pendientes de desafíos o del reconocimiento de los otros. Luchan denodadamente para destacarse, dominar, hacerse querer o admirar. La imagen les reluce pero no es oro. Cuando se empaña un poco asoma una inquietante vulnerabilidad. Este perfil es la base de diversos trastornos psicológicos: ira incontrolable, abuso del alcohol y drogas, adicción al trabajo, depresiones, colapsos narcisistas.

El éxito es postizo cuando se siente como una prótesis, cuando implica desgaste emocional, ansiedad excesiva y riesgo depresivo. Un sentimiento de fragilidad los inquieta ante las agresiones (reales o imaginarias) por lo que abunda la tentación de la huida hacia adelante, de brillar para no dudar.

c) Baja e inestable.

Su autoestima es vulnerable y condicionada por ciertos acontecimientos exteriores, que la puedan elevar. Sin embargo, ese sentimiento es frágil y se resiente cuando surgen dificultades. Pagan tributo al juicio de los otros. Su temor a engañarse o engañar a los demás los expone a dudas, a impostores. La vivencia de impostura transforma los aplausos en dudas constantes acerca del mérito real. Son indecisos por temor a equivocarse. Con el pretexto de desensillar hasta que aclare (prudencia), terminan montando poco y nada el caballo (pusilanimidad).

El síndrome del impostor puede ser crónico en sujetos con baja autoestima que sienten que no están a la altura del reconocimiento logrado. Padecen de una ansiedad permanente en el cumplimiento de sus tareas que los expone a estados depresivos a pesar de “éxitos” notables. Su incomodidad ante el éxito se basa en la contradicción entre la idea que tienen de sí mismos y la mirada de los otros.

Una baja autoestima, sin embargo, tiene aspectos beneficiosos porque admite puntos de vista diferentes a los propios. Por el contrario, una elevada autoestima puede hacer que el sujeto no escuche las  informaciones del entorno, y si bien soportan mejor los fracasos, los atribuyen a causas ajenas a ellos mismos. Para evitar cuestionamientos suelen rodearse de halagadores, lo que fomenta actitudes omnipotentes.

d) Baja y estable.

En este caso, la autoestima se ve poco afectada por los acontecimientos exteriores favorables. Están resignados y hacen pocos esfuerzos para valorarse a sus propios ojos o a los de los demás. Si no se sienten queridos tenderán a replegarse, en lugar de renovar vínculos sociales satisfactorios. Si creen haber fracasado, tenderán al autorreproche y a paralizarse sin darse otras oportunidades.

En personas con baja autoestima predominan las emociones negativas (vergüenza, cólera, inquietud, tristeza, envidia) y padecen de un sentimiento de vulnerabilidad al sentirse amenazadas por las vicisitudes de la vida cotidiana. Cualquier riesgo es una amenaza. Se dedican más a la protección de su autoestima que a su despliegue, más a la prevención de los fracasos que al  asumir riesgos. El temor al fracaso hace que eviten arriesgarse a la crítica o al rechazo.

Los sujetos con autoestima equilibrada tienden a buscar una evaluación mientras que aquellos cuya autoestima es baja buscan la aprobación. No se trata de miedo al fracaso, sino de alergia al fracaso. Cuando la autoestima es baja disminuye la resistencia frente a las adversidades de la vida y las personas encallan frente a ciertas vicisitudes superables. Los déficit en la autoestima no supone incapacidad para logros ya que se puede tener el talento y empuje necesarios para lograrlos. Sin embargo una baja autoestima disminuye la capacidad de alegrarse con sus logros que siempre serán vivenciados como insuficientes.

Prefieren tener un lugarcito asegurado en un grupo poco valorizado socialmente a esforzarse para defender un lugar en un grupo competitivo. Están dispuestos a compartir los éxitos grupales y encuentran allí la seguridad de una disolución de las responsabilidades si se produce el fracaso.

Autoestima consolidada: una ilusión realizable

La crianza consiste en dar a un hijo primero raíces (para crecer) y luego alas (para volar). En las primeras relaciones un bebé puede experimentar la seguridad o bien el terror y la inestabilidad. En las posteriores un niño puede tener la experiencia de ser aceptado y respetado o rechazado. Algunos niños experimentan un equilibrio entre protección y libertad. Otros, una sobreprotección que los infantiliza. Padres que dan pescado en vez de enseñar a pescar. Otros niños están subprotegidos, es decir sobreexigidos. Se los pone en un botecito en alta mar.

Los niños que se crían en hogares demasiado tristes, caóticos o negligentes probablemente vivirán con una visión derrotista, sin esperar ningún estimulo o interés de los otros. Este riesgo es mayor para los hijos de padres ineptos (inmaduros, consumidores de drogas, deprimidos o carente de objetivos).

Los cimientos necesarios para una autoestima saludable implica que los otros primordiales lo hayan criado con amor y respeto, le ofrecieron reglas estables y razonables que contribuyeron a generar expectativas adecuadas, sin recurrir al ridículo, la humillación o maltrato físico y que tuvieron confianza en sus capacidades. Ser adulto y, por lo tanto, lograr una autoestima consolidada es renunciar a las pretensiones desorbitadas, aceptando los obstáculos, condición misma de la libertad.

La autoestima necesita estrategias de sostenimiento, desarrollo y protección. Algunas personas realizan enormes esfuerzos para proteger la autoestima: negación de la realidad, huida o evasión, agresividad hacia los demás, sacrificando diversos aspectos de la calidad de vida y se torturan ante exigencias por expectativas propias y ajenas. ¿Cómo se sobrepone alguien al temor y afronta lo nuevo? Entrenándose con frustraciones que no lo tumban y con gratificaciones que lo compensan de algún modo, aunque no sean inmediatas, aunque sean promesas.

Lograr una autoestima sólida no es una mera ilusión. ¿Cuándo la ilusión es “buena” y cuándo es “mala”? Es negativa cuando es un sustituto de la acción. Es buena cuando es un preámbulo de la acción en vez de representar una alternativa: su modo de actuar (aceptar riesgos, intentar desarrollar sus competencias, ampliar sus límites) permite consolidar la autoestima. La estima malherida se repara. Como las ciudades europeas después de la guerra. Se repara o se reconstruye. Cuando se reconstruye es porque algo había quedado: el terreno. Una autoestima “consolidada” permite dar curso, dar alas, a lo que se piensa, a lo que se desea, enfrentar dificultades, no ser demasiado influenciable por la mirada de los otros, tener sentido del humor. Se puede sobrevivir a los fracasos y a las desilusiones, negarse a los abusos, expresar dudas, tolerar cierta soledad. Sentirse digno de ser amado. Y soportar el dejar de ser amado por tal persona. Imaginando que puede haber otra. Aunque no haya otra en lo inmediato. Permite expresar temores y flaquezas sin avergonzarse, vincularse con otros significativos sin vigilarlos o ahogarlos, aceptarse  el derecho de decepcionar o fracasar. Permite pedir ayuda sin sentir que es limosna, tener la vivencia de poder soportar las desventuras, cambiar de opinión aprender de la experiencia, tener expectativas realistas en relación al futuro, aceptar las limitaciones.


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