Revista Cultura y Ocio

Avicena

Por Enrique @asurza

Avicena fue un sabio árabe que en el terreno científico destacó por sus estudios en el campo de la medicina, cuya vida tumultuosa, de trabajo intelectual incesante y de actividad política, refleja las circunstancias de una época conflictiva y de decadencia del islam. Vivió el final de la dinastía samaní en Persia, convertida al islam y que caería fruto de los enfrentamientos internos de los nobles y el acoso de las tribus turcas que, en 999, conquistarían estos territorios creando el imperio gaznawí.

Acontecimientos importantes en la vida de Avicena

980 Nace en Afsana, cerca de Bujara.
997 Es nombrado médico del emir de Bujara.
1002 Sucede a su padre como gobernador.
1021 Es recibido en Ispahán por el emir Alá ul-Dula
1037 Muere en Hamadán a causa de una disentería

Abu Alí al-Husayn b. Adb Allah ibn Sina, el Avicena de los latinos, nació en Afsana, cerca de Bujara, situada en la actual república socialista del Uzbekistán, que era por aquel entonces la capital de la dinastía Samánida, en el año 980 d.C. y 370 de la hégira. De acuerdo con su propia autobiografía, dictada a un discípulo, fue el primogénito del gobernador del distrito de Jormetán. Recibió en Bujara una educación musulmana que, merced a su viva inteligencia, hizo de él, ya a los diez años, un tan buen conocedor del Corán que provocaba la admiración de sus allegados. Misioneros israelitas llegados de Egipto le introdujeron en a filosofía y geometría griegas, así como en el cálculo de los hindúes; aprendió luego jurisprudencia coránica con un asceta eremita, y un erudito ambulante le enseño lógica y las primeras proposiciones de los Elementos de Euclides (el resto nos dice Avicena, hubo de deducirlo por si mismo). Se interesó luego por la medicina; y le resulto tan fácil que, a los dieciséis años, recibía ya la visita de médicos interesados por aprender sus tratamientos.

Una vida cortesana

Nombrado médico del emir de Bujara a sus diecisiete años, Avicena se convirtió en uno de sus íntimos, lo que le valió el acceso a su magnífica biblioteca. Por entonces se consideraba ya un perfecto conocedor de todas las ciencias; sin embargo, sobre tan optimista panorama intelectual se cernía la sombra de su reconocida incapacidad para captar el sentido de la Metafísica de Aristóteles, pese a haberla leído al menos cuarenta veces y conocer de memoria sus proposiciones esenciales. La lectura de los comentarios de Al-Farabi, explicando el origen y la jerarquía de las inteligencias aristotélicas, lo iluminó definitivamente.
Pero la biblioteca del príncipe ardió en un incendio y los envidiosos hicieron correr el rumor de que Avicena no era ajeno al siniestro, sino que lo había provocado con objeto de ser poseedor en solitario de los conocimientos allí acumulados. A los veintidós años, tras la muerte de su padre, hubo de sucederle en el cargo de gobernador. Sin embargo, no permaneció mucho tiempo en el cargo y pronto pasó a Gorgan, donde fue muy bien recibido por el emir Alí ibn al-Mamun. Allí habría de escribir la primera parte de su Canon de la medicina, obra colosal (de casi un millón de palabras) que gozó de fama incomparable, tanto en Oriente como en la cristiandad. A principios del Renacimiento se le consideraba como el tratado clásico en el ámbito de la medicina, a lo cual contribuyó sin duda el estilo dogmático de la exposición, sistemática, minuciosa y muy hábil. De todos modos, la aceptación de Avicena como médico (pese a que su enorme erudición no consigue compensar la falta de práctica experimental) dependió a buen seguro de su renombre filosófico.
La carrera política de Avicena le llevó a ser gran visir de Hamadán, de cuyo emir fue amigo a consecuencia de haberle curado de una grave dolencia. El cargo, sin embargo, no le produjo más que sinsabores y, a la muerte del emir, en 1021, trató de marchar en secreto a Ispahán, pero fue encarcelado. Durante los cuatro meses que pasó en prisión, Avicena acabó su Canon de la medicina. Al ser puesto en libertad, abandonó Hamadán disfrazado y viajó a Ispahán, donde el emir le dispensó un cálido recibimiento e instituyó una reunión semanal de sabios cuyos trabajos supervisaba personalmente. Allí completó Avicena un tratado filosófico, La curación del error, que había comenzado a dictar años antes a un discípulo como un comentario general a las obras de Aristóteles y que dividió en 18 libros dedicados a la lógica, la física y la metafísica. Compuso luego un compendio de esa obra con el título de La salvación del error, así como una vasta enciclopedia de filosofía científica, escrita en persa.
Permaneció junto al emir de Ispahán durante más de quince años y en el mes del Ramadán de 1037 lo acompañó a Hamadán, donde murió a poco de llegar como consecuencia de una disentería. Parece que a su muerte prematura contribuyó el desorden de una vida repartida entre la tensión del trabajo intelectual y el exceso de los goces carnales. Tras su muerte, unos versos ironizaban sobre el hecho de que «la Curación no lo curó y la Salvación no lo salvó».


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