
SI LOS CURAN SUPIERANHoy queremos viajar casi un cuarto de siglo en nuestra máquina del tiempo con motivo de la celebración esta noche de una nueva edición de los Premios Goya. Y lo hacemos para recordar una de las películas más premiadas de la historia de estos galardones. Consiguió en 1990 un total de trece estatuillas y fue la reina absoluta hasta que en 2004 Mar adentro de Alejandro Amenábar la superó en el ranking con un galardón más. Pero por entonces, la gran fiesta del cine español tan sólo tenía cinco años de vida y esta tragicomedia del gran Carlos Saura se convirtió no sólo en una revisión totalmente novedosa de la Guerra Civil Española sino en uno de las mejores colaboraciones del realizador aragonés con el gran Rafael Azcona.


Es importante recordar que si por algo se caracterizó el cine español de los años ochenta fue por una contestación a su realidad social dividida entre los estertores de la Movida y el continuo estudio tanto de nuestra Guerra Civil como de la dictadura de Franco. En 1990 aproximarse a los rincones de la guerra y el franquismo desde la comedia aún podía resultar arriesgado aunque curiosamente, tan sólo cuatro años antes, Fernando Fernán-Gómez ya había tejido esa relación con El viaje a ninguna parte. No obstante, ¡Ay, Carmela! fue engalanada con tanta frescura y buen gusto que superó todas las expectativas y dejó que la memoria histórica también se vistiera de gags, de astracanada, de vodevil, y enseñara al mismo tiempo el destino más trágico de los que únicamente buscaban hacer sonreír en medio de la desolación y la muerte.Puede ser un ejercicio vacuo, sin sentido, pero siempre nos gusta pensar qué hubiera pasado, como dice la canción con la que conocemos al trío de cómicos, si los curas y frailes de entonces hubieran sabido del uso del sentido del humor bajo las bombas. No sabemos si hubieran salido corriendo gritando “libertad, libertad, libertad”, pero estamos convencidos de hubieran reprimido más de una sonrisa en los numerosos trucos y engañifas que utilizan los protagonistas para poder salir bien parados de su aventura. Maura, Pajares y Diego conformaron una verdadera trinidad, en este caso terrenal, que supo transmitir la vitalidad de los que luchan sin saberlo.

Sea como sea, no nos quitamos la percepción, como nos sucede con otras muchas películas, de que ¡Ay, Carmela! ha pasado a formar parte de un olvido injustificado. También desde aquí hemos mostrado alguna vez -con Pa Negre o La voz dormida, por ejemplo- cierto empacho del continuo regreso del cine español a nuestras heridas de guerra, en ocasiones sin aportar algo que no sepamos ya. Pero eso no significa que debamos encerrar bajo cuatro llaves todo lo ya hecho y además esta película de Carlos Saura es algo mucho más que eso porque se asienta sobre una novedosa concepción teatral, unos diálogos que reflejan lo mejor de nuestro carácter como país, y una alegría de vivir que pocas veces más hemos visto en la gran pantalla.La presentación del trío de cómicos, entonando uno de los cánticos republicanos más célebres: RISAS POR LA SUPERFICIENadie puede cuestionar que las cicatrices de la Guerra Civil en la sociedad española han calado en el cine español desde que este comenzó a ejercer su libertad plena después de la muerte de Franco. Carlos Saura se subió a ese carro de forma más comprometida, al menos aparentemente, con ¡Ay, Carmela! y por culpa de ello le vino un reconocimiento en forma de Premios Goya que bien pudo considerarse, ya entonces, todo un homenaje a su filmografía.Esta tragicomedia con aires de costumbrismo bélico y sonatas de la tradición cómica española no fue (ni es) una mala película, pero situó en el punto de mira a un realizador que tenía en su haber un tesoro cinematográfico absolutamente espectacular incluso en tiempos en que parecía imposible que su visión cruda de la oscuridad social pudiera sobrepasar la censura. Fue como Luis Buñuel, el otro gran aragonés del séptimo arte (al que él mismo rindió homenaje en 2011), pero doliendo desde dentro del país, y fraguado su sobriedad en el realismo más grisáceo de la posguerra.

Echando la vista atrás, basta con hacer parada en auténticas maravillas de su cine como fueron Peppermint Frappé (1967), Ana y los lobos (1972), La prima Angélica (1973), Cría cuervos (1975), Mamá cumple cien años (1979), o Deprisa, deprisa (1981) para confirmar que su comedia sobre la Guerra Civil no fue su mejor película, y que repasando la oscuridad de la condición humana y los instintos más naturales desplegó mejor que nadie esa función de exorcismo social que todo buen realizador apegado a la realidad debe ejercer.


Para finalizar, uno de las actuaciones de Carmen Maura, donde Carmela comienza a conquetear con su fatal valentía: