Revista Cultura y Ocio

Ayer: la emoción que transforma

Publicado el 09 marzo 2018 por Molinos @molinos1282

Ayer: la emoción que transforma—Cariño, siempre podrás decir que a tu primera manifestación ¡chispas! fuiste con tu madre y tu abuela-—¿Qué es chispas? 
Volvimos a casa cruzando El Retiro de noche, bordeando el estanque,  El Palacio de Cristal vacio, solitario y precioso y pasando entre las mesas de los chiringuitos cerrados. Íbamos eufóricas.
«María, cariño estás con el mismo subidón que tenías cuando te recogía en el parque de bolas en los cumpleaños». Saltaba, corría, agitaba el paraguas y se reía con esa risa suya que le desborda y que no se puede fingir. Es una risa cantarina que le sale muy de dentro y que me cambia la vida. Y ayer le cambió la vida a ella, a mi hija María, a mi madre y a mí. 
Sesenta años hay entre mi madre y mi hija, yo soy el paso intermedio entre ellas, el hilo que las une. Ayer fuimos las tres a Atocha, caminando y nos sumergimos en una marea de gente de todas las edades; miles y miles de personas: chicas jóvenes, niñas, niños, bebés, familias, señoras mayores, señoras tan mayores como mi madre y más, hombres, parejas... era increíble.  No se podía caminar, ni dar un paso. Tardamos tres horas en llegar a Cibeles. Aquello fue una fiesta para mi hija y para mi madre, iban leyendo todas las pancartas y decidiendo con cuales estaban de acuerdo y con cuales no y si coincidían en sus preferencias. Mi madre le explicó a María lo que fue la II República y María nos enseñó a hacer un boomerang para instagram con un paraguas en el que se podía leer «Juntas 8M. Paramos». Ni María ni mi madre trabajan. Yo sí pero no hice huelga. Hoy he escuchado en la radio a unos cuantos rancios que el día de ayer no fue un éxito porque no se paró el país ni se van a cambiar las leyes y las cuotas blablabla. Gente sin alma. 
No se paró el país ni falta que hizo.  No estuvimos allí contra nadie sino por algo, por nosotras. No se parecía a nada que pudieras leer en un periódico, escuchar en una radio o ver en la televisión. La emoción transmitida nunca es como la emoción vivida y por eso no transforma. ni se puede entender por completo. Se mira con escepticismo, como si fuera fingida, impostada, forzada.  La sonrisa eufórica de María cuando la dejé en casa, la cara de agotamiento feliz de mi madre esta mañana, mi insomnio brutal de esta noche son cosas que solo podían salir de un momento como el de ayer. La emoción que vivimos nos cambió la vida a mí, a mi madre y a mi hija. Y a otros miles de personas que estaban allí con nosotras. 
Para el que se niegue a verlo, se empeñe en ningunearlo o en cubrirlo de cualquier tipo de capa ideológica, solo tengo una respuesta: tú te lo pierdes y ojalá yo supiera contarlo mejor. 
¡Chispas!  

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