Era un 15 de marzo, como hoy.
Eran las diez de la noche, más o menos.
En las calles de la ciudad de Valencia ya había comenzado el bullicio y la alegría de las fiestas falleras.
Las fallas infantiles (las pequeñas) ya estaban plantadas en muchos de los enclaves tradicionales, y esa noche iba a consumarse la "plantá" de la fallas grandes.
Dos horas antes un matrimonio había salido de su domicilio con cierta premura, para dirigirse a la Clínica de Nuestra Señora de la Esperanza, en el entonces llamado Paseo de Valencia al Mar (hoy Avenida de Vicente Blasco Ibáñez), porque se anunciaba como inminente la venida al mundo del primero de sus descendientes.
Y, efectivamente, poco después de las diez de la noche, pregonada por un potente y anunciador llanto, se asomó al mundo una morenita que despertó al instante el alborozo de sus padres. Habían inaugurado su descendencia.
Un rato después, y no sin pugna con el portero de la Clínica, se presentaron los abuelos de ambas ramas familiares y algún que otro tío abuelo, para dar la bienvenida a la neonata y especialmente para regocijarse ellos mismos al comprobar que una nueva generación de sus familias estaba llegando.
La recién nacida, lloronceta ella, vivió sus primeros días en medio de la barahúnda fallera, que no en vano enfrente de su domicilio estaba plantada una falla y su entorno adornado de toda la suerte de músicas, pasodobles, desfiles, petardos, tracas y algarabía propios de la fiesta.
Aquella recién nacida fallerita pronto se mostró como alegre, festiva, cariñosa y entrañable, máxime cuando hubo de encabezar e inspirar la saga de hermanos que andando los tiempos llegaron a su familia.
De esta manera, fue una activa fallera, una estudiosa alumna, y se convirtió en una competente profesora de audición y lenguaje, en lo que sigue empeñada en estas fechas.
Concédaseme, pues, licencia para proclamar que aquella neonata, niña y mujer, a la que dedico estas líneas, es, ni más ni menos, mi hija primogénita, la mayor, María Rosa, que por algo en su rama materna abundaba este patronímico.
A ella, a ti, amada María Rosa, dedico este emocionado abrazo en el día del aniversario de tu nacimiento, renovándote una vez más, todo el amor de padre hacia su hija, y más si has sido y eres la pionera, la predecesora, de tus muy queridos hermanos.
Que Dios te bendiga, María Rosa, y cuando, por el inexorable paso del tiempo, quien esto te escribe solamente pueda hacerlo desde las estrellas, siga el recuerdo, tengas la certeza, de que continúa contigo este tu padre, que tan bien y tanto te amó y te sique llevando en su corazón.
Un beso,
"En tres tiempos se divide la vida: en presente, pasado y futuro. De estos, el presente es brevísimo; el futuro, dudoso; el pasado, cierto"
Séneca(2 AC-65) Filósofo latinoSALVADOR DE PEDRO BUENDÍA