Hay sueños que matan lentamente. Por hermosos que sean, mal llevados, mal entendidos, nos debilitan; es difícil no caer en sus redes hasta perder completamente la conciencia y mendigar un poco de amor, que en este caso, podemos llamar simple atención profesional. Es lo que pienso a veces, cuando leo las desesperadas llamadas que algunos autores noveles hacen a editoriales y agentes, suplicando un minuto de su tiempo, rogando porque tengan a bien leer sus manuscritos, esos trabajos en los que han invertido tanto tiempo, esfuerzo e ilusión. Y que como a nadie le parecen sus hijos feos, creemos lo mejor que hemos leído en el año. Y es justo. ¿Por qué no?
Las alternativas escasean. Las editoriales reciben a diario miles de manuscritos de toda clase y condición y no hay equipo humano capaz de dar salida a tal avalancha. La mayoría de ellos (no me atrevo de afirmar que todos), irán directos a una papelera. ¡Y pensar que yo enviaba manuscritos cuyas copias ascendían a 65 euros por barba, encuadernación de espiralilla incluida…!
Entonces alguien benévolo te saca de tu error, te disuade de seguir por esa vía y te habla de los agentes y de su labor. Pero la atención de los agentes literarios, esos ansiados intermediarios que sí presentarán tu obra a los editores en una especie de “apadrinamiento” en vivo y en directo, se logra del mismo modo ya descrito: enviarles tu trabajo. Y la mayor parte de las agencias actuales, reciben aluviones de manuscritos que tampoco aciertan a gestionar con eficacia. ¿De qué depende que te elijan? Probablemente, y es mi humilde opinión, del don de la oportunidad, de la suerte, de la visión personal de quien abra ese correo… Si nuestro manuscrito logra emocionar a alguien, ese alguien se convertirá en nuestro agente y venderá las virtudes y puntos fuertes de nuestra obra, a los editores que considere más en línea. Ahí comienza el reto, la gran carrera.
Hay demasiadas expectativas en cuanto a la publicación clásica. Y lo digo con sinceridad, como fruto de mi propia experiencia y observación, con todo el respeto imaginable a los que no compartan mi visión, que al fin y al cabo, no es más que la mía. Pero creo que hace años, cuando disponías de editor, disponías de un mecenas, alguien que creía en tu obra y te apoyaba, te introducía en su círculo (generalmente de prometedoras relaciones), invertía en promocionarte. Hoy, las cosas han cambiado y solo las grandes dedican una partida presupuestaria al apartado “promoción”. Si tienes la fortuna de contarte entre ellos, dispondrás de publicidad durante un tiempo determinado, que deberás aprovechar a tope para convertirte en súperventas ya que no hay segundas oportunidades. Pero si tu editorial es modesta o pequeña, pequeñísima… ¿Qué ocurre entonces?
He encontrado a quien no concibe la falta de asignación de fondos a la promoción de su libro y llega a ponerse exigente. Las relaciones editor-autor, no tardan en agriarse. Hay quien confía en que simplemente colocándolo en las estanterías, bien a la vista, se venderá solo. Como si hubiese suficientes lugares “bien a la vista” para todos, especialmente para los que comienzan… Tampoco es un juicio acertado, lamento decirlo. ¿Qué hacer?
Trabajar. Trabajar duro por vender tu producto. Porque nadie más ni mejor que tú, cree en él, te lo aseguro. No es una vergüenza, ni perder categoría, ni te convierte en cutre. Es, por decirlo de un modo simple, que los tiempos han cambiado; y con el tiempo, los métodos; y con los métodos, los procedimientos y los objetivos, así como los canales. Que con el anhelado SÍ de una editorial, no se llega a meta, sino que se echa a correr.
Seguimos en el próximo número. Un abrazo fuerte, lleno de ilusión, para todas.ESCRITO POR REGINA ROMAN, LA CUAL ME OFRECIDO DAR A CONOCER SU ARTICULO. SI QUEREIS SABER MAS:http://reginaroman.blogspot.com/2011/07/el-sueno-de-publicar-i.html
Saludos ^^