Baby blues es el término común con el que se designa popularmente en los paises anglosajones y de forma genérica la depresión postparto de las parturientas. En el mundo de habla hispana no existe equivalente laico y parece que el uso del término psiquiátrico de síndrome depresivo resulta demasiado duro.
En el DSM-IVr probablemente lo adscribe al código 296.0 de episodio único, si lo es, o bien al F06.32 como Trastorno del estado de ánimo debido a puerperio. El Código Internacional de Enfermedades (CIE-MC 9) en su 8ª edición de este enero pasado, sólo lo menciona en el índice alfabético como Depresión postparto, y le asigna el código 648.4 que corresponde a Trastornos mentales (Enfermedades clasificables bajo 290-303, 305.0, 305.2- 305.9, 306-316, 317-319) sin especificar como “Otras enfermedades actuales de la madre clasificables bajo otros conceptos, pero que complican el embarazo, parto o puerperio”.
Cuando se admite que puede afectar hasta un 75% de las mujeres primíparas, no parece justificado asignarle una categoría tan severa que pueda inducir a la confusión. La presentación de desanimo, tristeza, irritabilidad, una cierta ansiedad, cefaleas, insomnio propio o inducido por la vigilancia del bebé y falta de concentración, después de un esfuerzo tan estresante como un parto, pueden formar parte de respuestas normales. Suele aparecer al tercer día y su duración es breve. Si se prolonga más allá de una quincena cabe entonces considerar que se trate de un síndrome depresivo.
Naturalmente que todas las modificaciones hormonales que acompañan al final del embarazo y el parto, así como la distribución de los líquidos corporales, pueden afectar diferentes áreas del organismo y no menos del Sistema nervioso central. Los flujos de aminas biógenas como la noradrenalina y la serotonina pueden estar en la base bioquímica de la situación.
Aunque sea leve y autolimitado, que sea común o, incluso que no tenga nombre en español, no debe menospreciarse. Es un trastorno a tener en cuenta y que debe motivar una respuesta de apoyo y atención por parte de los que rodean a la madre en el puerperio inmediato. Hay que evitar agobios y sobreestimulaciones, mostrar comprensión y ofrecer ayuda física y emocional. El éxito de una buena crianza empieza porque la madre pueda afrontarla con seguridad y tranquilidad.
El pediatra y la enfermera pediátrica que asumen los cuidados del niño en los primeros días deben ocuparse también de comprobar que el ánimo y el humor de la madre son estables y ofrecer el soporte que pueda ser necesario.
X. Allué (Editor)