Los dos se conocieron en un discobar. A ella le fascinó su mirada penetrante y la forma elegante de moverse. Él supo enseguida que sería su chica aquella noche.
Bailaron un poco y luego se fueron. Ella le propuso ir a su apartamento.
En el ascensor empezaron a besarse. Ya dentro de la casa, al pasar por delante del espejo del recibidor, la mujer vio una sola imagen reflejada: la suya. Entonces él preguntó: “¿Crees en los vampiros?”. “No”, contestó ella. “Yo tampoco”, replicó él, y hundió sus afilados dientes en la suave carne de su cuello.
(De Jorge Ordaz. Descubre más en su blog Obiter Dicta)