Revista Cine

Bailar con un extraño

Publicado el 01 febrero 2014 por Ganarseunacre @ganarseunacre
BAILAR CON UN EXTRAÑO
En el momento de su estreno esta película auguró una buena nueva. El cine británico salía de su letargo, cosa que ahora podemos ver tras films como Full Monty, Transpointing o la oscarizada película de india. Muchos recordarán el tiempo en que el cine británico, a pesar de la supuesta marginación por su condición geográfica, le entraron ganas de ponerse al día, liquidando de repente las viejas glorias de los Estudios Ealing. Era cuando en Francia estaba apareciendo aquel fenómeno que se llamó “nouvelle-vague” y que implantó en Europa un cine faldicorto e imaginativo del que vivieron más de cuatro generaciones. Surgieron nombres importantes de Lindsay Anderson y Tony Richardson, que fueron los más convincentes. Y se unieron algunos talentos literarios como Allan Sillitoe, Harold Pinter… Y en la historia del cine contemporáneo entraron los británicos por derecho propio.Pero resulta que también entre los británicos son nuevas todas las olas que decía René Clair cuando le hablaban de la francesa. Y se fue ­–desapareció- aquel movimiento “free”. Y de repente no hubo más que arena y cenizas, sin que fuera de las islas contará  con el cine británico. Has que de repente, algún británico melancólico se acordó que existe la inteligencia y la fantasía. Y así se llegó una  nueva juventud a la cinematografía de las islas británicas. Ya nos empiezan a ser familiares nombres de directores como Neil Jordan, Stephen Frears o Mike Figgis, a los que se sumó con esta película Mike Newell, realizador de este documento-imaginado que se llama Bailar con un extraño. Estamos ante un texto de Shelag Delanay, lo que nos sirve de pauta para reconocer que hay un lazo de unión entre este cine y el de los Angry men. Mike Newell partió con una historia verdadera: la historia de la mujer que fue ejecutada en los años cincuenta tras una tragedia amorosa que, lógicamente, debía terminar en sangre. Fue la última pena de muerte que se aplicó en Gran Bretaña. Y el nombre de Ruth Ellis pasó a la historia social como protagonista pasiva y contraria de este hecho lamentable: la última aplicación de la pena capital.
BAILAR CON UN EXTRAÑO

 

Pero es que el caso de Ruth Ellis, en la Gran Bretaña de los cincuenta, es un caso que rompe moldes. Ella era apenas una gentil camarera que trabajaba a como la cosa le diera lugar y que necesitaba el fruto de su trabajo para mantener un hijo pequeño que vivía con ella. Vida oscura, simple, sin exceso de melodrama. Pero, de repente, aparece David. Un amigo se lo presenta a Ruth. Y la mujer, insospechadamente, cae en un informe y laberíntico amor-pasión del que no sabrá liberarse sino por la trastienda del asesinato. David, petimetre de tomo y lomo, amigo del pequeño escándalo, pero nada más, conformista de asco, vividor a punto. Su encuentro con Ruth le despierta una pasión contraria que desconocía: además de machista, también puede ser un sádico. De sádico ejerce con Ruth cuando se cansa de ella. Y la humilla, y la desprotege, y la aplasta. Ruth ­­­­­­–y este es su drama- se ha enamorado de verdad. Y tiene sospecha que este amor apasionado puede conducirla a la tragedia. Ahí, en este progresivo deterioro de la interioridad de la mujer, es donde reside –me parece- la parte más emocionante de la película. Sin desestimar el estudio social el calculado estudio social que de una determinada ética británica hace el director. Todo lo contrario, son elementos simbióticos. Ni la historia de Ruth es concebible en otra circunstancia histórica, ni en otra sociedad que no fuera ésta se le podría atribuir tan tremenda influencia en la personalidad de los protagonistas. Mike Newell es bastante riguroso en aportar los datos que definen a esta sociedad. Su construcción cinematográfica es profunda, sería y densa como la legendaria niebla británica, quedando un ejercicio fílmico muy racional y sólido como un pilar de hormigón.

Capitulo aparte se merece en esta película el rol de la interpretación. No es fácil entender el temperamento y la aventura pasional de Ruth Ellis más que incorporada a la piel y los ojos de la aquí imperial Miranda Richardson. Actriz especialmente bella y dotada de una gran expresividad. Pone emoción, apasionamiento y desgarro a un personaje como un caramelo de toffé, duro y dulce a la vez, sin caer en innecesarios histrionismos. Hace el perfecto juego a un Rupert Everett que se calza admirablemente el personaje de David. Menos expresivo que su paterneaire, con un papel razonablemente desagradable, pero con una fuerza interior fuera de toda sospecha. Y por último queda ese extraordinario secundario que es Ian Holm, el amigo que inconscientemente urde la tragedia: Desmond presenta un día a los amantes y asiste con cierta impavidez al desarrollo de esta pasión que acabará en tragedia. Con los tres Newell formó un conjunto preciso de esta historia de gran ambición social.

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