Revista Cultura y Ocio

Bajar

Por Calvodemora
Bajar
Nunca pensé en serio en que un libro hiciera sangrar o nunca hilvané la sangre con las letras, pero siempre anduvieron enfrentadas, se oponían, era la espada contra la pluma. De hecho mucha de la literatura heroica, lo cual quiere decir la literatura fundacional, la que se difundía de viva voz, se alimentaba de esa dicotomía antológica: la de la belleza misma ocupada en firmar los armisticios, la de la luz conjurada a vencer a las sombras. Que leer sea un viaje es algo que acepto, pero hay viajes terribles; de algunos uno vuelve herido o no vuelve. El viaje de la lectura puede dañar a quien lo acomete: tenemos a nuestro Alonso Quijano, que al término de pensar mucho el nombre que más le convendría para sus andanzas caballerescas, decidió ser Don Quijote. Hay que pertrecharse bien para no flaquear o para no dejarse engullir por las palabras o por las historias o por las dos cosas juntamente. Leer es un asunto de solitarios, no puede ser de otra manera. Lee el que no le importa apartarse, cerrar una realidad y abrir otra que la sustituya. Lo que sucede es que no sabemos cuál realidad será la escogida. Hay donde escoger. Hay tramas tóxicas y las hay nobles. Es el mismo principio del bien y del mal o el de la luz y las sombras o el de la paz y las guerras. Quizá interese en el fondo penetrar en esa hondura, ir ahí abajo, observar de cerca el veneno, si lo hubiera, dejar que la sombra intime con nosotros, ver el abismo y darnos cuenta de que el abismo también nos ve. Interesa que corra un poco de sangre: no la de verdad, sino la fingida, la sangre fabulada. Hasta las tramas oscuras, las duras de entrar, las que se aprestan a que un poco de dolor acuda, nos hacen viajar. Porque siempre es un viaje la lectura. Lo de escoger un paisaje duro y agreste o un prado endulzado con flores depende de las ganas que tengamos de escalar o de pasear plácidamente. En estos días, a pesar del rigor con el que la vida parece despacharse conmigo, prefiero leer cosas que me cuestan, todas de las que extraigo un discurrir nuevo. Sé a qué acudir, sé dónde están, sé también qué bien (al final) me procuran. Sé todas esas cosas. Siempre las supe, pero no siempre deseé que me impregnaran. Es cosa de bajar las escaleras y llegar abajo. Lo que hay a ras de vista está más que aprendido.

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