El paraje donde se ubica el roure del Giol es muy especial. A los pies de este árbol magnífico suelo encontrar la inspiración y la calma que me permite ver las cosas con perspectiva. Pero, sobre todo, es un lugar precioso, donde lo mejor que uno puede hacer es observar y sentir.
Sentado bajo las ramas del roble, veo comer al cernícalo.Arranca un pedacito de carne, levanta la cabeza, mira en torno y repite la operación.
Escucho el aleteo de los cuervos y sus graznidos, indolentes, burlones, alarmantes.
Las aves cantarinas animan el ambiente con sus silbidos multicolores.
Un búho, o quizás un cárabo, ulula en el bosque, y el pico de un picapinos percute contra un tronco.
De vez en cuando, se oyen mugidos y cencerros, y las ocas de la granja cercana graznan escandalosas.
A lo lejos, saluda el cuco.
Un zumbido proclama la resistencia de las moscas ante el invierno cercano.
Una urraca anuncia su presencia, y el arrendajo responde ruidoso, mientras despliega su colorido vuelo.
La brisa sopla, y oigo el roce de las hojas caídas del roble. Ya no quedan muchas en el árbol.
Una bellota se rinde a la gravedad y golpea contra el suelo. Otra. Unos…
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