Bajo los árboles mustios
De los jardines borrosos
Me ha esperado el libro
De los pintores viejos
Que me diste un día.
Lo dejé lleno de moho
Y desde que te fuiste
Lo redescubro
Casi sin envejecer ni un poco
Como tu pelo.
Ahí encontré todos los azules
Que hoy me acompañan,
Las mujeres tristes
Y las coléricas.
Los pinos de mi infancia,
Todas las montañas que nunca vi,
Los paisajes que no visité,
El mundo entero
Que construiste para mí.
Y a mí, que no te salvé
Cuando morías,
Se me secan las alas
Como abeja presa,
Si pienso que tu mano enferma
Se quedó junto a la mía,
Tiesa.
El dolor que te mató
Me lo he clavado en el alma
Para que crezca un árbol
Que le de sombra a todos.
Para darte más tiempo de vida
Estoy muriendo bien lento.
Voy a inventarte otra muerte
Diferente a la que vimos.
Una muerte bella y simple,
Una muerte limpia,
Sin dolor ni odios.
Y sin carteles, sin hospitales y sin consignas.
Y sin camillas y sin agujas y sin dolor.
Vas a vivir entonces
hasta que yo me muera.
El llanto tuyo lo aliviarán mis manos,
El pelo tuyo crecerá en mi pelo,
La piel tuya se incorporará a la mía
Y seremos una,
Como quizá lo fuimos siempre.
Y viviremos en el libro de los pintores tristes
Más felices que nunca.
Y cuando moramos al fin,
Seremos dos manchas azules
En la noche estrellada
De Vincent Van Gogh,
En el libro que me diste un día,
Bajo los árboles mustios
De los jardines borrosos.
Por: Elaine Roca
Yo podría decir que estoy de primavera
bajo un aire oloroso a luz definitiva,
y podría tapar la mirada bisiesta
que se me está cayendo afuera de la vida;
y ser de flor, de lluvia, de mariposa buena,
semejante a este cielo cuidado por la brisa,
a la ignorancia simple con que quiere una abuela,
o a la salud del alba, que es casi campesina...
Pero me estoy llorando el corazón que llevo
frente al hombre que tiene un poco de mi frío.
Ya no puedo dormir con párpados violentos:
él me espera despierto en la calle del vino.
Quizás debo acordarme de este color que tengo
y debo ser más tibia que un rincón de olvido.
Le diré blandamente con mi voz de febrero:
Enséñame una llama que se apague distinto.
Y estaremos las noches que le falten al tiempo
en el lugar humilde donde se acaba un trino;
él, con la frente inútil que le puso el invierno,
y yo, como un adiós sujeto en el vacío
Por: Caridad Oliver