Lunes de vendetta
“El espacio perfecto para muchos. El sueño ideal para cualquiera.”
Es un lunes de cine. Al otro lado del océano, en plena resaca de los Óscar y sus “Parásitos”, la muerte de Kirk Douglas y los homenajes. En España, José Luis Cuerda también se ha marchado. Pero como es de aquí, hacemos un ejercicio silencioso del olvido con alguna reposición de sus películas, a pesar de habernos enseñado “la lengua de las mariposas”. Nuestra amnesia nacional necesita una visita al médico, porque todos deberíamos agradecer al despertar que “amanece, que no es poco”.
Mientras allí sigue la fiesta del celuloide, por aquí andamos con otras historias. Pocahontas, no la protagonista de la anterior vendetta, sino la de ficción de Disney, habría dado un tirón de orejas a Smith. No al John Smith de su película, sino a ese pistolero de espagueti wéstern de Vox, por su papel de Rambo con tirantes y zapatos de charol.
En este país del todo vale, ver esas imágenes dan mucho asco. En este país del todo vale que no pasa nada, las escenas de un francotirador sin uniforme de camuflaje provocan el miedo por ser una bala perdida del odio.
Con este panorama, creo que Pocahontas, esta vez sí la protagonista de aquella vendetta, habría puesto a Ortega Smith entre rejas y lo hubiese desterrado a una isla sin tentaciones ni palmeras ni mojitos al sol.
Sin embargo, cuando hablamos de Smith, de ese “otro John Smith”, nunca tiembla nuestra voz. Lo miramos siempre de reojo y jamás de frente. De él me separa la distancia que existe entre el suelo y una canasta de baloncesto. Tres metros y cinco centímetros. Diez pies en el sistema métrico norteamericano. El espacio perfecto para muchos. El sueño ideal para cualquiera.
Observo su juventud. Sus zapatillas de John Smith me devuelven a mi pasado “basketero”. A las tardes de los fines semana entre saltos, bloqueos, canastas, faltas personales, rebotes y lanzamiento de lejos, porque en aquellos tiempos no existían las líneas de tres puntos.
Observo sus ojos perdidos. Su mirada ajena de este mundo. Sus John Smith no pasan la ITV “adoquinera”. No son esas deportivas que padecen de los efectos de un doping tecnológico del que ahora algunos hablan. Sus John Smith no tienen una suela diseñada y fabricada con materiales desconocidos, que convierten al atleta en un extraterrestre que alcanza metas sobrehumanas. Sus John Smith no le hacen batir marcas y récords inalcanzables. Sus John Smith no tienen cámara de aire. El único aire que veo es el que no llega a sus pulmones.
Observo sus manos. Seguimos separados por los tres metros y cinco centímetros. Ha intentado encestar un tiro libre en una papelera. No acierta y de libre tiene poco. Él sigue en su mundo, volando como lo haría Michael Jordan rompiendo las leyes de la gravedad, driblando como lo hacía Kobe Bryant antes de encestar; tirando a canasta con el estilo de Larry Bird con su camiseta verde y ese bigote poco parecido al de Clark Gable.
Vuelvo a observar sus deportivas John Smith. Sigue sentado en el banquillo. Está en ese equipo ideal al que hemos impuesto una orden de alejamiento, porque cuanto más lejos, mejor. Con su chándal de marca falsificada y el dobladillo descosido, no para de mover las piernas. Sigue frotando sus manos. Está inquieto. Nervioso. Será el próximo en saltar a la cancha para jugar los últimos segundos de este partido. Él sabe que el público mirará a otro lado. Le silbarán. Los abucheos subirán los decibelios, porque todos pensarán que este “bala perdida” no tiene futuro.
«¡Sr. X!, aquí tiene su dosis de metadona» le dice alguien al otro lado de una habitación.
Hasta el próximo lunes ejercientes de la vendetta. Feliz semana.