Revista Deportes

Balada triste de amargura y plata

Por Antoniodiaz
Balada triste de amargura y plata
Se cortó la coleta. Así, con la templanza de siempre; pegando lapas por abajo, harto de bregar con matasanos y sacamuelas; perdiéndole pasos a la desdicha, ganándoselos a una vida que recién empieza ahora; sin atender la necesidad de estrellar su malfario contra burladero alguno.
Curro Molina, álter ego de Francisco José Salguero Molina, deja los ruedos. Por los siglos. Ya no volveremos a ver ese quijote de plata que hechizaba gigantes a los vuelos de su seda heráldica o que colocaba los garapullos según los mandamientos pepillistas, practicamente extintos en nuestros días. Toreo. Lo suyo era puro toreo.
Ya queda algo lejos aquel 94, cuando un chavea veinteañero de Alcalá de Guadaira, que aspiraba al oro cargado -y cargante, en algunos casos- de los mayores, se llevó de calle el Bolsín de Ciudad Rodrigo. No mucho después pisó por vez primera la Maestranza, como novillero sin caballería, dando una meritoria vuelta al ruedo. Esa tarde dejó constancia de sus maneras, que ya nuncan lo abandonarían: cabalidad, inteligencia y conocimiento. Pues esa misma noche, no dejó que el centelleo del triunfo le causara ceguera, tomando la sabia decisión, demostrada por el mejor notario que hay: el tiempo, de cambiar el oro por la plata.  
Como rehiletero, en sus primeras tardes, estuvo a las órdenes de los matadores Umbreteño, Domingo de Triana, Joselu de la Macarena y el novillero Rondino. En estos primeros festejos le salieron los espolones, sirviéndole para placearse y adquirir el oficio que todo el orbe taurino, sin discusión, le reconoce. Luego comparió furgoneta con toda clase de diestros. Su primera tarde en la Feria de Abril fue una de esas que quita el hipo -y del Marlboro-, anunciado con Miuras, a las disposiciones de Domingo Valderrama. No se achicó y estuvo a la colosal altura de la cita, de la plaza y de la hombría de su matador: fue obligado a desmonterarse tras el tercio de banderillas. También "trabajó" con toreros artistas, como Fernando Cepeda, Rafael De Paula o Finito de Córdoba. Conoció otra parte de la Fiesta con Jesulín de Ubrique y Rivera Ordoñez, con los que anduvo algún tiempo. Alberto Ramírez, Ruíz Manuel, Eugenio de Mora también pudieron disfrutar, y aprender, con sus servicios. Sus últimos años los ha pasado en las filas de Sebastián Castella, dónde ha formado una de las mejores cuadrillas junto a Manuel Molina y Pablo Delgado. En las dos últimas temporadas ha permanecido durante largos periodos en el dique seco, merced a la maldita lesión de abductores que, a la postre, ha terminado por retirarlo de la profesión.
Se quedan aquí, en nuestro recuerdo, escritas con letras azabaches, todas esas tardes, vividas en unos intensos quince años, en los que los que íbamos a los toros salíamos tocando las palmas por bulerías, gracias a un fulano que no salía en el cartel ni cortaba orejas. Así, la cumbre torera de Curro fue en la casa de otro Curro, en la Maestranza, en la feria que llevaba por guarismo el 2, cuando con una larga cordobesa, con el capote mecido y bordado a la muñeca, se llevó, bien toreado, el morito a las tablas. El silencio maestrante tornó en algarabía y la música empezó a tocar, merced al recuerdo que al blanco y negro y a tiempos pretéritos que se encarnó en las retinas de los aficionados.  
Nos deja, como último legado, la tristeza, que es otra forma de sentir el toreo, más pura e íntima; dolorosa pero reconfortante. Porque no hay triunfo mayor para un torero que sentir como el aficionado sufre, padece y rabia con su retiro, como si llevara su misma sangre.   

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