Aunque entre mañana lunes y el martes se publicarán las mini-reseñas correspondientes a Aimer, boire et chanter de Alain Resnais, We are the best! de Lukas Moodysson, Cheatin’ de Bill Plympton, Gare du Nord de Claire Simon y The second game de Corneliu Porumboiu, Espectadores anuncia hoy la finalización de su cobertura del 16º BAFICI. Una cobertura accidentada, porque la tormenta del martes, el paro del jueves y contratiempos de índole personal impidieron la asistencia a las funciones de prensa de La chica del 14 de julio de Antonin Peretjatko, Mauro de Hernán Rosselli, Si je suis perdu, c’est pas grave de Santiago Loza, Algunas chicas de Santiago Palavecino, Carta a un padre de Edgardo Cozarinsky, El mudo de Daniel y Diego Vega, La ballena va llena del colectivo artístico Estrella del Oriente y Castanha de Davi Pretto. Una cobertura caprichosa, pues no comentó dos películas vistas: Burroughs: the movie de Howard Brookner porque data de 1983 y sólo interesará a algún nostálgico de la Generación Beat y Tip top de Serge Bozon porque a esta blogger le resultó un film absolutamente fallido a pesar de las actuaciones de Isabelle Huppert y Sandrine Kiberlain.
La asistencia a esta entrega del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente deja cierto sabor amargo no sólo por las limitaciones de la propia cobertura sino por otras razones detalladas a continuación…
1) Ninguno de los largometrajes vistos causó una conmoción similar a la que sí provocaron Berberian sound studio de Peter Strickland en la edición del año pasado, Tomboy de Céline Sciamma en la de 2012 y Qu’ils reposent en révolte de Sylvain George en la de 2011.
2) Las distinciones acordadas a El escarabajo de oro de Alejo Moguillansky y Living stars de Mariano Cohn y Gastón Duprat alimentan la sospecha de que cierto fenómeno endogámico influye en opiniones y decisiones de algunos programadores, críticos y miembros de los jurados a cargo de la premiación.
3) Iraní de Mehran Tamadon, Reimon de Rodrigo Moreno y Juana a los 12 de Martín Shanly deberían haber sido reconocidas con al menos alguna mención.
4) El público del BAFICI parece comportarse cada vez peor durante las funciones: habla, come, usa el celular, patea butacas delanteras mientras se mueve espasmódicamente en las propias.
5) Impresiona la impunidad con la que se comportan algunos críticos profesionales: desde colarse sin disimulo en las filas rumbo a las funciones de prensa hasta comentar en voz alta las películas durante su proyección (valga la anécdota relatada en este post). Tampoco faltan las conversaciones a los gritos que incluyen declaraciones condescendientes sobre algún director: a Jeanine Meerapfel le habrán ardido las orejas cuando dos entendidos sexagenarios acordaron que la realizadora germano-argentina se mantiene “bastante bien” a sus setenta años y que “ella es más inteligente que sus películas”, obras menores -en el mejor de los casos “simpáticas”- que gustan al gran público “como corresponde”.
Al margen de la mencionada amargura, sin dudas valió la pena asistir al 16º BAFICI, básicamente porque cada edición del festival renueva la sensación de zambullida refrescante. Este 2014, al placer que produjeron los reencuentros con Sergio Wolf, Hany Abu-Assad, Rodrigo Moreno, Lukas Moodysson, Bill Plympton, Alain Resnais, Valeria Bruni Tedeschi, Quentin Dupieux (quien suscribe no menciona a Claire Simon ni a Corneliu Porumboiu pues recién esta tarde/noche verá sus películas) se suma el entusiasmo ante el descubrimiento de la francesa Rebecca Zlotowski, de los israelíes Aharon Keshales y Navot Papushado y de los argentinos Martín Shanly, Juan Martín Hsu, Matías Lucchesi.
Asimismo cabe celebrar la oportunidad de asistir a largometrajes que difícilmente volverán a proyectarse en las salas de nuestra ciudad: entre tantas otras, la mencionada Iraní de Mehran Tamadon y las infantiles El niño y el mundo de Alêu Abreu y La niña que sabía caminar al revés de Raúl Manzanal.