Bálsamo
A principios del Siglo XXI empezó a menguar y se convirtió en algo raro. No era un asunto nuevo ni baladí. El poeta Juvenal ya advertía de su escasez en la Roma imperial. Tal vez este mal y esta contaminación ya se padecía en la ciudad de Ur, la mas antigua de la que la Humanidad guarda memoria. Y desde luego, no hemos ido a mejor. Los libros sagrados avisaron de ello en todo el planeta a lo largo de los milenios. Sólo los muertos llegarán por fin a poseerlo, y aun eso no es seguro, pues no sabemos si seguirá tras abandonar esta dolorosa existencia.
Sólo algunos seres privilegiados lo disfrutan. En el desierto, donde en su arena los profetas abren a Dios sus corazones y los chamanes elevan sus almas en heladas estepas. Místicos cristianos, sufíes, yoguis, sabios en general apreciaron su valor. Pero cada vez quedan menos.
Ahora, la Humanidad reniega de este tesoro, y si por casualidad les llega en algún instante, hacen toda clase de ruidos para espantarlo, como si fuera un demonio o un espíritu malvado. Solo conciben la existencia en su ausencia, no quieren ni aprecian su valor. Han creado estridentes máquinas que lo alejan. Su presencia les espanta y les hace enfrentarse a si mismos, por eso lo rehúyen. Es un espejo terrible para muchos y bendito para pocos, pues te enfrenta a tu desnuda realidad.
Espero con ganas la próxima nevada, donde yo vivo es la forma mas sencilla de obtenerlo de forma total. Cuando llega, el espíritu se calma, la mente se calla y todo ocupa su lugar en mi interior.
Dijo Lao Tse que el que habla no sabe y el que sabe no habla. Ya he hablado demasiado. Sobre todo cuando de lo que hablo es del silencio.