El encapuchado (Black Bart)
Director: George Sherman
1948
USA
80 min.
Fotografía: Irving Glassberg (c)
Música: -
Montaje: Russell Schoengarth
Guión: Luci Ward, Jack Natteford, William Bowers
Reparto: Dan Duryea, Yvonne De Carlo, Jeffrey Lynn, Percy Kilbride, Frank Lovejoy, John McIntire, Lloyd Gough, Don Beddoe,
No deja de ser curioso que un western tan peculiar (hasta descabellado) como El enmascarado, Black Bart en el original, aparezca filmado y estrenado en plena efervescencia de los cómics de temática western. No ya aquellos que ampliaban las hazañas seriada de Hopalon Cassidy, Cisco Kid, Roy Rogers o Tom Mix y tantos otros cuyas hazañas en papel corría a cuenta dela Fawcett ola Dell, si no la de una nada despreciable cantidad de nuevos enmascarados con pistolas, códigos inquebrantables y mitología naif de las praderas que lo mismo se servía de la imaginería legada por los superhéroes caídos en desgracia socioeconómica (la parafernalia enmascarada principalmente a su vez tomada de las aventuras literario-cinematográficas de El Zorro, por no remontarse a El conde de Montecristo, por ejemplo) como por la evocación, alucinada, de figuras de leyenda (asunto del cual se encargaría principalmente al editorial Avon desde 1945) del panteón de forajidos, aventureros y hombres de ley de finales del salvaje siglo XIX.
Cabeceras como All-American Western (desde 1948) o All-Star Western (desde 1951) de la DC y antes personajes creados entre el 47 y el 49 tanto para DC, Vigilante, original de 1941, Johnny Thunder, Nighthawk (personaje este enmascarado y con personalidad secreta) o Tomahawk, como para Atlas (que sería absorbida por la futura Marvel) en las cabeceras Wild Western o All Western Winners, las cuales auspiciaban personajes que luego lograrían series propias tipo Two-Gun Kid, Kid Colt o Black Rider. También Ghost(luego Phantom)Rider, nacido en la revista dedicada al actor Tim Holt en 1947. Revista que a su vez derivaría en la “enmascarada” Red Mask, alter ego justiciero-westerner del actor, en 1952 bajo guiones del genial Gardner Fox, el hombre que recuperó la fascinación por los superhéroes cuando en 1961 decidió hacer vibrar a Flash en The Flash of Two Worlds y coronar así la Edad de plata del comic book americano. Igualmentela Charlton se incorporaría a mediados de los50 a través de revistas como Masked Raider y luego Billy The Kid que fantasea con el personaje, como también lo hará la Wyatt Earp de Atlas entorno a los mismos años.Con altas y bajas, con mejores y peores momentos los héroes y anti-héroes (el gran Jonah Hex) del western continua hasta nuestros días moviéndose entre la aclimatación de los estereotipos superheroicos y las influencias temático-tonales del cine y, desde luego ya eran populares desde los 30 en similares condiciones con series tipo la mítica Red Ryder (nacida como tira de prensa en 1938) u otras anteriores (de 1937), recogidos en revistas baratas -Western Picture Stories, Star Ranger, Western Action Thrilles- que prolongaban los pulp que durante el periodo histórico exageraban, magnificando, “imprimiendo la leyenda” las correrías de gunmen y gunfighters, por seguir la diferente catalogación que Joel McCrea (como Wyatt Earp, precisamente) realizaba en la estupenda Wichita (Jacques Tourneur, 1955).
Es decir, el western ha estado permanente mente presente en el tebeo, ha sido material lo suficientemente dúctil para admitir el enfoque que cada tiempo y cada talento a demandado/necesitado pero en 1948 se daban una serie de circunstancias que potenciarían su importancia industrial: durante y tras la 2ºGM los comic books superheroicos decayeron en importancia primero por las necesidades del contexto bélico y luego por el cambio de gustos en los lectores que rechazaban aquel tipo de fantasías escapista a favor de las páginas bélicas, los relatos de horror, románticos, de aventuras vikingas o “piratescas”y, claro, del Oeste. Aquellas viñetas eran las que enfebrecían las imaginaciones infantiles y juveniles de la muchachada de finales de los 40 y El encapuchado ofrecía, cowboys enmascarados, acción a raudales y colorido para los pequeños y bellezas femeninas vs. varones carismáticos para los adultos.En esa coyuntura las características particularísimas, la impronta estética y las decisiones iconográficas de un film como Black Bart no pueden ser casuales. Quizás hablar de una influencia directa sea aventurado, aunque nada descabellado a la vista del film que recoge la herencia del tono llamativo y ligero de los magazines pulp y el colorismo naif de los seriales, fuentes compartidas, en gran medida por el comic book western de la época. Como los compartimentos de la cultura popular no son estancos se puede hablar con
plena propiedad de un flujo constante de préstamos en influencias filtrándose en todas direcciones, contaminando, bastardizando, enriqueciendo, a un medio con los otros.Así no resulta precisamente raro que El enmascarado participe de las dos vertientes comiqueras antes descritas (los enmascarados y la novelización de figuras históricas, aunque esta vertiente ya era por igual altamente cinematográfica) con una alegría extraña en el, por lo común, anodino George Sherman, un especialista de rango b que atravesó unas cuantas décadas del género sin dejar mayor recuerdo. Tampoco lo es que en 1967 experimentara un remake bajo el títuloRide to Hangman’s Tree, totalmente televisivo al parecer, con protagonismo para Jack “Hawai 5-0” Lord y James Farentino y dirección del anónimo Alan Rafkin, estajanovista de la TV, ya que era entonces la época de productos de espíritu tan tebeístico/pulp como Jim West (estrenada en 1965).
Tenemos, por un lado la variación folletinesca de los personajes históricos, para la ocasión el salteador de caravanas californiano Charles Earl Bowles (o Bolles) que operó embozado y bajo el alias de Black Bart entre las décadas de 1870-1880 y llegaba a dejar poemas como sello de sus golpes (sic.) y la archilegendaria bailarina/actriz/amante/mito Lola Montes, perdición de Luis I de Baviera. Al primero lo encarna con su aire cool y su sempiterna ironía en genial Dan Duryea, a la segunda la sensual Yvonne De Carlo, que luce sus artes rítmicas en un par de escenas ad hoc. Ambos, por cierto, reunido un años después en el clásico noir de Robert Siodmak, El abrazo de la muerte (Criss-Cross, 1949) y el miso año que otro título bajo dirección de Sherman: River Lady. Por su parte la sensual actriz reincidiría aún tres veces más con el realizador (a saber: Calamity Jane and Sam Bass en 1949, Tomahawk en 1951 y Border River en 1954) mientras el actor lo haría en una tercera ocasión en el mismo 1948 (Sherman rueda nada menos que cinco títulos ese año), junto a John Payne y la gran Shelley Winters en Larceny.El resultado no es difícil de imaginar y en absoluto desdice el tono dominante en la filmografía de Sherman; es un western gentil, de poca violencia, razonable sentido del humor (está repleta de diálogos ingeniosos y réplicas vivaces) y estupenda fotografía pastel. Rico en escaramuzas románticas y, en general, agradabilísimo de ver ya que demuestra las virtudes de la concepción “b” que sobre el western tenía a finales de los 40 tenía la Universal, dispuesta a explotar a sus más atractiva estrellas en vehículos de lucimiento con cero complicaciones/complejidades. Lo más disfrutable de El encapuchado es, precisamente, su total ausencia de gravedad, hasta de congruencia. Su enloquecido punto de partida, su tono distendido y casi burlón del cual,
paradójicamente, dimanan unas insospechadas desviaciones, permitidas, quizás, por el aire de puro tebeo, que domina el conjunto.Así queda una película de anti-héroes en 1948, un western abierto al escorzo paródico (está contado por un genial Percy Kilbride y hasta guarda un simpático gag a modo de epílogo) de puro naif, pero cuyos protagonistas no son nunca ni enteramente positivos ni enteramente negativos, si no unos supervivientes, unos pícaros que aprovechan con audacia las circunstancias. El film será de apuestas y detalles (Black Bart le devuelve a Lola Montes un valioso brazalete de diamantes y la corteja tanto uniformado como de “civil”, confesándole, sin confesar, su doble identidad en una escena particularmente elegante por su manera de remitir a otra anterior), también de engaños y de amistades (tanto Charles como Lance, interpretado por el olvidado Jeffrey Lynn, se odian fraternalmente, se traicionan con una sonrisa pero está juntos
cuando de verdad se necesitan), al vez representativo de una época e insólito en si mismo, capaz de dejar fuera de campo partes de la resolución (nada sabremos de Lola Montes, tal parece que el auténtico villano, John McIntire nada menos, un empleado conspirador de la propia Wells Fargo se va de rositas) mientas dedica a su pareja de galantes bandoleros un final sorprendente, una muerte asumida, legendaria, que se adelanta, y por mucho, a la conclusión de Dos hombres y un destino (Butch Cassidy and the Sundance Kid, George Roy Hill, 1969), otra película de forajidos saturada de romanticismo, con el extra de valor nihilista, en el caso de la de Sherman, de mostrar su ejecución y no dejarlos congelados un momento antes, lamentable negación de la gloria de los mitos.