Japón acaba de nacionalizar Tokio Electric Power (Tepco), la operadora de la planta nuclear de Fukushima, una medida que explica el Gobierno nipón bajo la esperanza de que “bajo una nueva administración, Tepco se hará más sensible a las víctimas de la catástrofe, así como a sus clientes y el público en general, cambiar la forma en que comparte la información, y reformar su cultura corporativa”, según informa Financial Times. El plan de rescate alcanzará los 12.500 millones de dólares (unos 9.642 millones de euros). Mientras esto sucede en Japón, aquí el Gobierno nacionaliza Bankia, la entidad financiera creada para dar empaque y volumen a siete cajas de ahorro, lideradas por Cajamadrid y Bancaja, ahogadas bajo el ladrillo, de la misma manera que el mar enladrilló en marzo del año pasado los reactores de la central, estropeando el sistema de refrigeración. Los habitantes de la zona aún sufren las consecuencias de la toxicidad en ambos casos: de la energía nuclear allí y de los activos tóxicos aquí (¿alguien recuerda cuando se les llamaba hogar?).
La opacidad de una más que dudosa gestión arrastrada durante años de bonanza y de creciente demanda y la redacción impecable de informes danger-friendly para encubrir el espejismo de beneficios sin fin no hicieron más que continuar inflando el globo. Ahora, ese globo que desafiaba a los dioses en su terreno, ese cielo que creíamos infinito, se desinfla y amenaza con desplomarse sobre nuestras cabezas. Como en cualquier ocasión en que nos comparemos con Japón, se abre una diferencia de peso: mientras el país asiático ha destinado 30.100 millones de dólares (23.221 millones de euros) a indemnizaciones a los ciudadanos japoneses por el desastre, aquí el atraco ascenderá a cerca de 83.000 millones de euros, unos 1.800 euros por persona. Aunque el Gobierno no lo admita, tan amante como se está demostrando de los largos silencios, más valdría que hubiera explotado una central nuclear: tenemos las víctimas, los solares vacíos, los edificios a medio construir, pero la diferencia es aquí pagamos todos y se rescata a los bancos, no a las personas. Y es que qué lejos está Japón…