The narrow margin
Director: Richard Fleischer
1952
EEUU
71 min.
Fotografía: George E. Diskant
Música: —
Guión: Earl Felton
Reparto: Charles McGraw, Marie Windsor, Jacqueline White, Gordon Gebert, Queenie Leonard, David Clarke, Peter Virgo
Todo empezó con la Comisión Kefauver. Entre 1950 y 1951 el Senado de los Estados Unidos se lanzó a una investigación sobre el crimen organizado que, transmitida por televisión, exhibió ante los americanos la existencia, siniestra e irrefutable de una sociedad paralela que convivía con ellos, que se nutría de ellos y los parasitaba. Los gángsters no tenían mucho que ver con el romanticismo cinematográfico, eran tipos comunes y mezquinos que, transmutados en empresarios extendían una red de corrupción por todo el país. América se despertó con esta certeza y el cine respondió al nuevo mapa mediante una serie de películas que ponía de manifiesto la pulcra imagen de oficinistas del crimea, de este Underworld USA, por usar el rotundo título de una de las mejores
películas de Sam Fuller, que oxidaba el país desde dentro, que estaba en todos los sitios, que se confundía entre los honestos y los devoraba. Mucho mejor lo explica François Guerif (adaptado por el fundamental Javier Coma) en El cine negro americano (RBA, 1995. Edición original 1988)En The narrow margin, el crimen organizado abarcaba América de parte aparte según la metáfora perfecta de la red de ferrocarriles. La amenaza no está en una barrio o en una ciudad, la amenaza surca la nación. La viuda de un miembro del Sindicato va a declarar frente al Gran Jurado con la protección constante de una agente de policía, como ni siquiera esto resulta seguridad suficiente, una cortina más esta preparada. Subterfugios, sospechas, dobles identidades y desconfianza. Una radiografía en clave de género de la mentalidad de su época.El resultado de este latido inmediato de la sociedad norteamericana es un estupendo thriller “b” (se presupuestó en unos 200 mil dólares y terminó por costar unos 30 mil más) realizado en solo 14 días durante el periodo en el que Fleischer culminaba su aprendizaje como director en los llamados cheapies, esto es los baratos entre los baratos, escalando posiciones trabajo a trabajo y haciendose un nombre como profesional rápido y eficiente. Además, y por circunstancias que se pormenorizarán más abajo, fue su último encargo para la RKO y su último noir, pese a que, en ese momento, era film por el que más había cobrado: 10.800 dólares, 771 por día. En 1
948, solo dos años antes de este rodaje, había percibido 5.730 por Bodyguard, su primera película que, paradójicamente, contó con mayor presupuesto ( 274 mil dólares) y más días de rodaje, unas lujosas 18 jornadas, que la última. De hecho este, que es el mejor de entre sus thrillers para la RKO, fue el más económico y para el que menos tiempo dispuso de todos.Tenso y emocionante, con un ritmo que no decae y sabiendo hacer de la necesidad virtud. Saca petróleo del claustrofóbico escenario (su parte también al excepcional George E. Diskant a la fotografía), usando con inteligencia la angostura de los pasillos y las portezuelas como escape y desahogo, casi con técnicas del vodevil aplicadas al policiaco, para la consecución de un clima de amenaza que nunca decrece. Obliga a los personajes a respirarse bien cerca y aprieta las tuercas de la presión persecutoria y la imposibilidad de fuga, con una cámara inquieta, que empuja sin perder detalle ni dar respiro a la acción, y una planificación cerrada y agobiante. Elaboración estética y sensacionales
diálogos vibrantemente escupidos por Marie Windsor, esa gran secundaria mezcla lenguaraz de Ida Lupino y Gloria Grahame en un mal día, y el hosco Charles McGraw (recurrente del género y el presupuesto y en 1960 brutal entrenador de gladiadores en Espartaco) con su cara tallada en madera y esa voz como un puñado de clavos.Inteligente, trepidante, un punto tramposa (con ese giro sorprendente de señuelos e identidades cambiadas) y repleta de soluciones visuales ingeniosas -la muy violenta pelea en el minúsculo baño con la cámara encima de los actores o el tiroteo a través de una puerta usando el reflejo en una ventana para controlara la posición del villano-. Puro cine de consumo, honesto y profesional. Hasta aquí una reseña fulgurante sobre el film en sí, sobre lo que se ve en pantalla, pero, como ya apunté ahí arriba The narrow margin tiene intrahistoria, la protagoniza, nada menos, que Howard Hughes y va ha ser contada con la inestimable ayuda del magnífico volumen de Gonzalo M. Pavés, El cine negro de la RKO. En el corazón de las tinieblas (T&B Editores, 2003), un estudio brillante, un tanto arduo por su tono académico pero de enorme valor historiográfico.
Fleischer había preestrenado su película, con la que había quedado entusiasmado, en 1950. El público la recibió de manera análoga. El estudio había invertido más dinero del habitual en este trabajo y la cosa prometía romper las taquillas. Era una película intensa, violenta, polémica en la idea más poderosa del metraje original, la mujer testificaría sobre una red de sobornos a policías. Entre los nombres aparecían los de los dos agentes consignados a custodiarla. Uno de ellos, culpable, moriría en los primeros compases del film, el otro, el personaje de McGraw, solamente está implicado como sospechoso. El film jugaba constantemente con la posibilidad de la traición, de hay que el otro personaje femenino, una policía encubierta, no solo actúa de señuelo sino que tiene la misión de vigilarle-, de una tensión insoportable por el agobio físico y el suspense moral. Para desgracia de Richard Fleischer
y de The narrow margin el capitoste de la RKO en ese momento se quedó extasiado con la cinta. Este hombre era Howard Hughes.Pese a que e un principio especuló con la idea descabella de filmar un remake a dólar libre con actores de relumbrón encabezando el reparto (irónicamente algo por el estilo sucedería en 1990 con Gene Hackman y Anne Archer bajo las órdenes de Peter Hyams y el título de Testigo accidental), finalmente se limitó a enviar un extensísimo memorandum a los productores con todo tipo de correcciones relativas al guión y al montaje. Incluyendo descabelladas escenas de acción sobre el techo del tren, constantes cambios sobre las personalidades de las protagonistas femeninas, diversas re-escrituras de escenas dirigidas a potenciar la acción y la tajante indicación de que, en ningún, caso el personaje de Charles McGraw y su compañero eran policías corruptos ni nunca lo había sido ni remotamente. Hay que decir que esta injerencia fue bastante habitual en la “administración Hughes” quien, en
estos años, estaba ya en pleno naufragio psicológico. (Aquí una entrevista con el productor Stanley Rubin)Lo que ya no resultó tan corriente fue la práctica desaparición durante casi un año de la cinta, perdida en el limbo del magnate, hasta reaparecer, sorpresivamente en 1951 con nuevas correcciones finales y el encargo de unos días de rodaje que Fleischer se negó a cumplir, siendo por ello sancionado y finiquitando poco después su relación con la RKO. Su sustituto en la dirección (practica totalmente habitual, por otra parte) fue el hombre de muchos talentos William Cameron Menzies y el material rodado, una vez desechadas la practica totalidad de los cientos de remiendos de Hughes y sus más desproporcionados deseos, se centró en clarificar la relación de la pareja de policías con el crimen organizado, quedando esta establecida en “ninguna”. La idea más cruda del original es, por tanto desechada (así y todo el montaje final conserva ciertos matices particularmente sutiles en los diálogos y la puesta en escena que pueden indicar, al menos, la tentación de la corrupción en el pasado del protagonista) y el héroe, aún expuesto al dinero cuando no pueda ser vencido por la fuerza de la violencia o la amenaza, resiste implacable. The narrow margin, también. Su construcción primera era tan férrea que aguantó el mismísimo caos. Para su re-estreno definitivo todavía tendría que esperar cinco meses, hasta mayo de 1952. Y fue un éxito.