A sus 87 años, Hebe de Bonafini sigue resistiendo.
En el otoño de 1997 llegó a TEA una invitación para alumnos del último año a participar –ad honorem por supuesto- de un nuevo programa de televisión por cable, que se emitiría los lunes por la noche y que proponía entrevistar a un argentino de renombre, en el piso, en vivo y en directo. La idea del productor era que estudiantes de distintas escuelas privadas de periodismo conformaran el panel de ‘jóvenes promesas’ concebido para secundar a la conductora estrella.
A capa y espada se llamó ese regreso fugaz de Silvia Fernández Barrio a la pantalla chica (y paga). Fue tan fallido -y por lo tanto breve- que no dejó rastros en Internet, ni siquiera en la página que Wikipedia le dedica a la ex panelista de Intratables y ahora co-conductora de Zona I.
Los alumnos incautos que aceptamos aquella propuesta debíamos presentarnos en el estudio de televisión unos veinte minutos antes del comienzo del programa. En esa instancia cada uno entregaba el pequeño cuestionario que preparábamos luego de que se nos adelantara el nombre del entrevistado.
Al rato, el productor -cuyo nombre olvidé- volvía con una selección de preguntas, la mayoría reformuladas y todas asignadas, una por una, a los panelistas que tendrían la palabra en esa emisión (el resto hacía de decorado). Las repreguntas estaban prohibidas, así como cualquier otra intervención espontánea.
Minutos antes del inicio del programa, los estudiantes nos repartíamos entre las tres filas de una pequeña tribuna montada frente a un remedo de trono reservado para el entrevistado. Cuando las cámaras se encendían, asistíamos a la entrada ceremoniosa del personaje del día (que consistía en caminar hacia -y sentarse en- el sillón rojo) y a la lectura de una síntesis de su trayectoria, responsabilidad de un locutor ubicado fuera del set.
Al término de esa introducción, Fernández Barrio aparecía en escena para darle la bienvenida al invitado, y para escoltarlo durante todo el programa. Siempre de pie, la conductora hacía sus propias preguntas y simulaba moderar nuestras intervenciones, que en realidad habían sido digitadas de antemano.
Si la memoria no me falla, participé de tres emisiones de A capa y espada. César Jaroslavsky, Aldo Rico, Hebe de Bonafini fueron los invitados, en ese orden.
Cuando se nos comunicó las visitas del referente radical primero y del ex militar carapintada y entonces candidato a intendente de San Miguel después, se nos pidió mucha cautela. “No hay que enojarlo(s)” fue la consigna que justificó el recorte de preguntas, tijeretazo brutal en el segundo caso.
En cambio, no hubo recomendación para la entrevista a la presidenta de Madres de Plaza de Mayo. Al contrario, fueron elegidos las preguntas más canallas y los panelistas dispuestos a pronunciarlas ante cámara. Bonafini no llegó a escucharlos: se retiró apenas iniciado el primer bloque, cuando reconoció la intención ofensiva de la invitación.
Fernández Barrio condujo A capa y espada durante pocos meses de 1997.
También olvidé la pregunta que provocó la reacción, pero sí recuerdo la frase que Hebe pronunció mientras se levantaba del trono: “Yo no vine a que me basureen”. Como salía en vivo, la emisión quedó trunca. Fernández Barrio la cerró con un pedido de disculpas a la audiencia y con una chicana sobre el famoso mal talante de su invitada.
De la docena de jóvenes panelistas, sólo dos repudiamos la cizaña premeditada con Bonafini y le avisamos al productor que no volveríamos al programa. Pocos días después, Fernández Barrio me llamó por teléfono para conocer los motivos de mi decisión. Cuando se los expliqué, expresó su desacuerdo y se definió como una periodista “profesional y objetiva” con todos sus entrevistados “por igual”.
Desde entonces sospecho de los periodistas que reivindican su objetividad profesional, y cuento los intentos infructuosos de basurear a Hebe en público. El último amague tuvo lugar el jueves pasado, cuando el juez federal Marcelo Martínez de Giorgi ordenó detenerla en plena Plaza de Mayo y llevarla por la fuerza a declarar.