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Batalla de Pancorbo de 883 d. C.

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

Fue Pancorbo (Burgos) en la Edad Media campo de batalla perenne entre cristianos y musulmanes peninsulares y puerta de la incipiente Castilla desde el inicio de su pertenencia al condado a finales del siglo IX.

Sus riscos y quebradas se erigieron en las mejores defensas para la Castilla de Las Merindades.

Batalla de Pancorbo de 883 d. C.
" En las últimas estribaciones meridionales de la Cordillera Cantábrica se alzan, como un ancestral e inexpugnable paredón natural, los Montes Obarenes, de origen jurásico, cuya cresta más alta es el Pan Perdido de 1237 metros de altitud. Cierran el paso a las llanas tierras burebanas y por el norte obligan al Ebro a excavar complicadas hoces en Sobrón y La Horadada, para seguir su curso hacia las tierras llanas de La Rioja, al mismo tiempo que van perfilando angostos desfiladeros, cual profundas y misteriosas gargantas de piedra. Un bello y estremecedor paisaje que nunca deja de impresionar al viajero que lo atraviesa, vigilado por un numeroso grupo de rapaces que revolotean vigilando sus nidos. Con todo merecimiento se le ha calificado como `Paisaje Protegido´. El Desfiladero de Pancorbo es la secular puerta natural de comunicación entre Castilla y el País Vasco"( María de Román Arenas).

Cuando los cronistas cristianos hablan de la batalla de Pancorbo de 883 (o 4ª batalla de Pancorbo), nada dicen sobre ella; solo algunos mencionan la participación de Omar ben Hafsún en dicha contienda. Ocultan el desarrollo y el desenlace de la batalla (cuando no mienten), centrándose brevemente en referir las acciones de días anteriores y posteriores en otras plazas norteñas vecinas durante esa campaña.

Como muestra de información cristiana, veamos la referencia que de ella se hace en la Crónica Albendense:

"También después, en la era 921 (año 883), que es el presente año, el ya nombrado Almundir, el hijo del rey Mohamed, con el general Abuhalit y con todo el ejército de España, fue enviado por su padre contra Zaragoza. Cuando llegó allí, encontró dentro a Ababdella. Allí lucho solamente dos días, arrasó las mieses y los árboles, no sólo junto a Zaragoza, sino que obró igual en toda la tierra de los Banu Qasí. Degio la tomó y saqueó en parte, pero no conquistó ninguna ciudad o castillo. Despobló Sedia. Luego esa hueste también entró en los confines de nuestro reino, y primero luchó contra el castillo de Cellorigo, y allí dejó muertos a muchos de los suyos. El conde Vígila guarnecía ese castillo. Luego pasó a los confines de Castilla, al castillo de Pancorbo, y allí empezó a luchar por su propia voluntad, pero al tercer día se retiró de allí muy maltrecho. El conde era Diego. Luego encontró guarnecido Castrojeriz, pero nada hizo en él, y en el mes de agosto se acercó a los confines de León." ( Crónica Albendense XV. 13)

Resulta cuando menos chocante que, llamándola "Batalla de Pancorbo", hablen más de otros sucesos vecinos que de Pancorbo. Y es que, para narrar una batalla con un mínimo de credibilidad, hay que acudir a las fuentes de ambos bandos. De ese modo podríamos llegar a saber que en el citado episodio bélico, acontecido en el desfiladero de su nombre, participó el mismo rey Alfonso III el Magno al frente de su ejército asturleonés y, asimismo, que resultó derrotado. En esta contienda, el rey de León acudía en alianza con las fuerzas de los Beni-Qasi, que, aunque musulmanes, una vez más se enfrentaban a las huestes emirales.

Ya durante la campaña del año anterior (882), acaudillada por el propio príncipe heredero Almondhir, hijo del emir Mohamed I, estaban en las miras de los muslimes las conquistas de las fortalezas de Cellorigo (La Rioja) y Pancorbo (Burgos), pero se les resistieron y, aunque sí lograron el triunfo en Castrojeriz (Burgos), que fue abandonado por los cristianos, resolvió el emir repetir idéntica campaña en el verano siguiente, con el deseo de lograr algún desquite sobre los castillos que no pudo conseguir. El castillo de Pancorbo había sido edificado por el conde de Castilla Diego Rodríguez "Porcelos" poco antes del 882, probablemente sobre las ruinas de alguna fortaleza anterior.

Era Castilla la Vieja un puerto bien cerrado,
non había entrada mas de un solo forado,
tuvieron castellanos un puerto bien guardado,
porque de toda España ese ovo fincado.

(Poema de Fernán González)

Mientras unos cronistas defienden que en la expedición del año 883 participaba de nuevo el príncipe Almondhir, otros seguran que no tomó parte el heredero o, al menos, lo sugieren, sino que fue dirigida por el favorito del emir Mohamed, el general Hašim ben Abd al-Aziz, que a la sazón ya era su haŷĩb[1]. Como ya avanzamos, en esta campaña tomó parte y destacó el rebelde rondeño Omar ben Hafsún[2], acompañado por gran número de sus hombres, pues diose el caso de hallarse entonces en Córdoba tras la firma de una breve paz con sus acérrimos enemigos, los omeyas.

Al ejército cordobés se les volvió a resistir la plaza de Cellorigo -defendido por Vela Jiménez-, y, asimismo, la que fuera un éxito el año anterior, Castrojeriz, mejor defendida y guarnecida en esta ocasión por Munio Núñez; pero también encadenó en esta expedición diversas victorias, como las de algunas fortalezas del Segre y del Cinca, las de Calahorra, Monjardín, Sublancia (Mansilla de las Mulas) y, sobretodo, la de Pancorbo -en la que fue vencido el ejército de Alfonso III, con el rey al mando-. El resultado de esta batalla no es recogido por gran parte de las crónicas, en especial por las cristianas, quizás basándose en que pudieron evitar la pérdida del castillo, aunque no así la contienda en el desfiladero, en la que Alfonso III huyó con parte de sus hombres, abandonando su campamento en manos musulmanas.

"En esta campaña, los soldados de al-Mundhir, que ya contaban con bases sólidas en el Ebro, remontaron el río hasta Miranda y emprendieron la invasión de Castilla: Vela Jiménez desde Cellorigo y Diego Rodríguez desde Pancorbo pusieron mucho cuidado en mantener control sobre las fortalezas. Los musulmanes consiguieron pasar, pero la red de castillos permaneció incólume. Llegaron a la vista de León, pero Alfonso III había cubierto la ciudad con gran despliegue de tropas, y los musulmanes no se arriesgaron a provocar la batalla decisiva" (" Historia de España: La España musulmana y los inicios de los reinos cristianos (711-1157)", (V.A. Álvarez Palenzuela y Luis Suárez Fernández).

El estudioso holandés Reinhart P. Dozy, aunque hace sobre este suceso una aportación breve, sí apunta algún dato orientador al decir: "En el estío del año 883, cuando Haxim marchó a combatir a Mohámed, hijo de Lope y jefe de la familia de los Beni-Casi, y a Alfonso, rey de León, Omar, que le acompañaba, encontró ocasión de distinguirse en muchos combates, y especialmente en el de Pancorbo". ("Historia de los Musulmanes ...", Reinhart P. Dozy).

"Al poco tiempo de establecido Omar en la Corte, apenas entrado el estío, llegó a la capital la noticia de los movimientos del rey de León y de su aliado Mohamed ben Lope, de los Beni-Qasi, por las Marcas fronterizas del norte. Partió un gran ejército al mando del visir Hašim ben Abd al-Aziz, y con él iban Omar ben Hafsún y más de medio centenar de sus hombres. Se dirigieron hacia tierras de Valencia y bordearon la costa hasta Tortosa para, desde allí, seguir el cauce del río Ebro en sentido contrario a su curso. Ganaron algunas fortalezas del Segre y del Cinca y continuaron por el río, buscando el encuentro con el ejército cristiano. Llegados a Haro, como recibieran nuevas de la proximidad del rey de León, Alfonso III, que mandaba personalmente sus huestes, se desviaron a unas tres leguas y, en el entorno de la Fuente Clara, alzó sus jaimas el ejército de los muslimes. Supo Hašim que sus avanzadas habían descubierto el campo de los infieles en los alrededores de Santa Gadea, al abrigo de altas montañas, y congregó en su tienda a los principales arrayaces para ver entre todos la mejor forma de presentarles batalla. Tomó parte Omar en este consejo de guerra y, conociendo como nadie los incidentes y las estratagemas de la guerra de montaña, sugirió atraer a las tropas cristianas hacia Fonte Corb[3], lugar cerrado en un valle entre montes, a donde los leoneses únicamente podían llegar por el desfiladero del mismo nombre. El ejército musulmán debía custodiar los pasos de los montes Fontcea y, una vez que las mesnadas cristianas hubieran pasado por el desfiladero hacia el valle, les cortarían la retirada, impidiéndoles la vuelta a su campamento. Era un día de finales de julio del año cristiano de 883; al rayar la aurora, el gran tambor de madera sonora, desde un vecino altozano, dio tres tronantes golpes que sobrecogieron a todo ser viviente en varias parasangas a la redonda.

Por su parte, Levi-Provençal escribe: Muhammad ben Lope (sobrino de Musa ben Musa ben Qasi) a finales de 882 se había apoderado de Zaragoza, "donde restableció lealmente la autoridad del emir Muhammad I. Pero éste cometió la torpeza de reclamarle la entrega de la ciudad. Muhammad ben Lope rehusó indignado e intentó acercarse a Alfonso III. La respuesta omeya no se hizo esperar. En 883 (269-270 de la Hégira) el príncipe al-Mundhir y el general Hashim ben Abd al-Aziz emprendieron una vez más el camino de la Marca, llevando entre sus oficiales al capitán andaluz `Umar ben Hafsun, que se había incorporado temporalmente ese mismo año al gobierno de Córdoba. La campaña de 883 fue una repetición casi textual de la anterior, y también se entablaron negociaciones mientras el ejército musulmán se hallaba en territorio leonés".(España Musulmana: Hasta la caída del Califato de Córdoba-711-1031 d.C.-", E. Levi-Provençal).

Antes de referir la batalla de Pancorbo, para saber la razón por la que Omar ben Hafsún acabó colaborando con el emir Mohamed I, conviene aclarar que dicho rebelde y sus huestes resultaron vencidos a los pies de la montaña de Bobastro por un ejército emiral mandado también por el favorito Hašim, quien habiendo presenciado su hábil y esforzada defensa, confesó al rebelde que el Emir sabía valorar a los valientes y, si se rendían, los admitiría sin reservas en su guardia. En cuanto a los pobladores de la villa bobastrense, estarían desde entonces sujetos al tributo por el cual quedaban seguros en sus personas y en sus bienes. Para evitar el exterminio o la esclavitud de sus gentes y como no podían alimentar vanas esperanzas de recibir socorros de ninguna parte, pues también sus aliados y vecinos habían sido vencidos, rindieron sus espadas al Emir, quien los acogió en su ejército, y Omar ben Hafsún fue investido como oficial; en esta ocasión, Mohamed I ofreció al rebelde generoso olvido de todo lo pasado, poniendo a cero su cuenta con Córdoba.

Así refiero textualmente la Batalla de Pancorbo de 883 en mi novela histórica "El Halcón de Bobastro" (donde el narrador es un hijo de Omar y en la que se reflejan también los datos de las Crónicas Arábigas):

No tardó en oírse el rumor de otro ejército que se acercaba. La vanguardia se adelantó hasta la misma boca del desfiladero y pronto se avistaron. Se embistieron con idénticos ánimo y saña, espetando los caballos en las lanzas contrarias con gran fragor de metales. Temblaba bajo sus pies la tierra y se estremecía hasta sus mismas entrañas, resonaba el aire por el estruendo de los tambores, los añafiles y el sonido de las trompas guerreras, y aterraba el espantoso alarido de ambas huestes. Con el polvo que se levantó, el sol se obscureció antes de su hora. Los caudillos de la delantera andalusí, según estaban prevenidos, se fueron retrayendo, como cediendo a su pesar el campo a los enemigos; estos, animados con la aparente ventaja, fueron poco a poco adentrándose en el desfiladero y después en el valle, creyendo que los fieles de Alá cedían por el vigor de su acoso. Pero, cuando menos recelosos estaban, surgieron de las empinadas laderas mahometanos sin cuento y descendieron de sus cuestas como impetuosos torrentes, con pavoroso vocerío que resonaba en los distantes valles. Cayeron sobre ellos, cebándose en sus espaldas con golpes certeros de hachas y jabalinas. Omar combatió con denuedo y porfiado ánimo en lo más farragoso de la lid. Las miradas se prendían admiradas en su brazo ágil y diestro, que manaba espesa sangre por la empuñadura. Con proezas nunca vistas se distinguió en este día. Solo en lo más íntimo sintió algún reparo, que no impidió la acción, cuando en ocasiones se vio enfrentado a los que consideraba que debían ser sus aliados naturales: las huestes de los Beni-Qasi. Los miembros de esta familia muladí de linaje hispanogodo, descendientes de Casio y señores de Tudela, Huesca y Zaragoza, venían oponiéndose a los emires de Córdoba por las mismas razones que impulsaban a mi padre. A esta contienda acudían coligados con el rey leonés, aunque en anteriores lides hubieran sido aliados del Emir. Muchas veces en los últimos años había sentido Omar el íntimo afán de entrar en contacto con ellos y, cosas que tiene el destino, la primera vez que se presentaba la ocasión era para estar en campos enfrentados. Cuando la parte emboscada del ejército muslim cayó de súbito sobre los desprevenidos infieles, el rey leonés, Alfonso, que venía en la zaga de su ejército rodeado de lo más noble y granado de su reino, tuvo el tiempo justo de realizar un humillante repliegue cuando ya también iba a ser engullido por la boca del desfiladero. Así salvó la vida en el último momento. Pero sus tropas, aprisionadas ya en el corazón del infierno, lidiaron con ejemplar arrojo, pese a la inutilidad de su esfuerzo. Viose forzado el rey Alfonso, escoltado por su séquito, a huir a uña de caballo y como si la tierra le viniera estrecha; tan precipitada fue la desbandada que ni ocasión hallaron de pasar por su campo y hubieron de dejar "la presa por la vuelta". Duró la matanza hasta que la venida de la noche puso tregua a tan sangrientos horrores.

Acompasado avanzó el ejército de los fieles de Alá; en cabeza, la caballería, tras ella, una fila apretada de gallardos jinetes exhibían todas las banderas recién anudadas en solemne ceremonia: en el centro, las principales al-rayat, presididas por la šatrany ajedrezada, en azul y plata; a ambos lados las enseñas omeyas -el estandarte blanco con un águila en el centro y con la leyenda "La alabanza al Dios único", y la otra, con un león rampante y la leyenda "Solo Alá es vencedor "-; la bandera de seda verde con lunas crecientes en oro y la leyenda: "Le Alá, ilé Alá, Muhamad Rasûl Alá, le galib ilé Alá", que significa: "No es Dios sino Alá, Mahoma enviado de Alá, no es vencedor sino Alá"; a ambos lados y hasta los extremos, banderas al-uada y al-alam, unas, con dragones, otras, con terroríficos felinos o bien con halcones y otras aves de presa; así mismo, las enseñas de beréberes y cabilas norteafricanas de muy peregrinas clases y hechuras. En esta ocasión, los abanderados, avanzando al paso y muy juntos, superaban los sesenta.

- Hijo de Hafsún, augur soy de la casa Beni-Qasi, y las aves no mienten. Vuelve a tu tierra y a tu inextricable montaña, que, si así lo hicieres, verás crecer en torno a ti un poderoso y dilatado reino que socavará el trono omeya. Y como vino, se volvió. Cuatro años después del encuentro con el anciano de Tahart, llegaba de nuevo a él el mismo augurio, anunciado por distintos labios".

Tras ellos venían los arqueros en inmenso número: primero los de arco árabe, con sus aljabas repletas de azagayas, luego, los de arco berberisco, y les seguían los que usaban arco cristiano. Avanzaban después los infantes en número infinito y, tras ellos, los trompeteros, atabaleros, añafileros y demás músicos, que precedían a la zaga, donde venía el haŷĩb Hašim, escoltado por su guardia y otros caballeros de la nobleza con sus séquitos.

Entraron hasta el fondo del valle y dispusieron sus cinco alchamizes muy bien ordenados: almuqadama, almaimana, almaisara, qalb y al-sãqa. Pasó revista Hašim, admirando la marcialidad de sus tropas; luego los alentó con una inflamada arenga en la que, uno por uno, mencionó para estimularlos a todos los arrayaces, caudillos muslimes de los más acreditados y aguerridos. Entre ellos, Omar ben Hafsún montaba a Rihana y, en repujada vaina, ceñía espada árabe de origen sevillano de muy rica y labrada empuñadura, regalo del Emir. Pendiendo del arzón de su montura, veíase un hacha de doble filo y, en su brazo izquierdo, un broquel de madera de cedro, forrado de cuero.

Antes de que los sarracenos abandonaran aquellos valles, donde acamparon durante tres días, razziaron por tierras de Álava, estragaron los campos y dejaron sus tierras yermas. Tomó Hašim muchos despojos y cautivó muy florida juventud. Durante el retorno, tras ellos y siguiendo el carro del vencedor con penoso avance, caminaban cientos de cautivos. Omar cabalgaba pensativo. A lo largo del recorrido, hasta él se aproximaban con disimulo gran número de soldados jóvenes con el afán de ver de cerca a tan famoso y garrido caudillo. Pero él no se percataba; iba abstraído en sus cavilaciones e inquietudes. Rumiaba un suceso que le tenía intrigado: en medio del fragor de la batalla, entre lance y lance, y sin saber por dónde apareció, un muladí contrario llegó hasta unos quince pies de Omar y, enigmático y sin ánimo belicoso, le anunció:

Buena prueba de que la batalla del desfiladero de Pancorbo la ganaron los andalusíes es que les quedó el paso franco, logrando llegar hasta León sin poder ser detenidos ni vencidos por los ejércitos cristianos en ninguno de los encuentros mantenidos entre ambos a lo largo de aquella campaña. Entre las diversas victorias de Córdoba en esa expedición, podemos citar las de los castillos del Segre y del Cinca, además de las de Haro, Calahorra, Monjardín, Sublancia (Mansilla de Mulas), Pancorbo (desfiladero) y Sahagún (León). Las victorias cristianas fueron la resistencia de Cellorigo, Castrojeriz y el castillo de Pancorbo.

Cuando las huestes andalusíes llegaron a la vista de León (capital del reino asturleonés), eran aguardados por el rey Alfonso III al mando del mayor ejército cristiano que había podido reunir para defensa de su capital, pero las tropas emirales no aceptaron la batalla y como dicen V.A. Álvarez Palenzuela y L. Suárez Fernández "no se arriesgaron a provocar la batalla decisiva" ("La España musulmana y los inicios de los reinos cristianos"). Habiéndose decidido el final de la campaña por parte de las fuerzas musulmanas, atacaron y saquearon al paso el monasterio de Sahagún (León) cuando iniciaban su regreso a Córdoba.

- España Histórica, Antonio Carcer de Montalbán.- Edic. HYMSA.- Barcelona, 1934.

- Crónica Albeldense. Facsímil del Códice Albeldense (nº 976 de El Escorial).- Institución Príncipe de Viana e Instituto de Estudios Riojanos.- Pamplona, 1984.

- Consideraciones sobre Omar ben Hafsún, Antonio Sánchez Urbaneja.- Edit. Bobastro.- Málaga, 1986.

- Historia de la Dominación de los Árabes en España, sacada de varios manuscritos y memorias arábigas (Facsímil), José Antonio Conde.- Biblioteca de Historiadores Españoles.- Marín y Compañía Editores.- Madrid, 1874.

- Historia de España, Ramón Menéndez Pidal, Tomo IV: España musulmana hasta la caída del Califato (711-1031 d.C.) de E. Levi-Provençal.- Edit. Espasa-Calpe, S.A.- Madrid, 1997.

- Historia de los Musulmanes de España (Tomo II), Reinhart P. Dozy.- Ediciones Turner, S.A.- Barcelona, 1982.

- Historia de España. Tomo 5: La España Musulmana y los inicios de los Reinos Cristianos, V.A. Álvarez Palenzuela y L. Suárez Fernández.- Edic. Gredos, S.A.- Madrid, 1991.

- La España Musulmana según los autores islamitas y cristianos medievales (Tomo I), Claudio Sánchez Albornoz.- Edit. Espasa-Calpe, S.A.- Madrid, 1986.

- El Halcón de Bobastro, Carmen Panadero.- Create Space, Amazon.- Agosto, 2015.

[1] - Haŷĩb, primer ministro en un gobierno musulmán, Gran Visir; solía poseer doble visirato.

[2] - Ver artículos anteriores "Omar ben Hafsún, el rebelde de Bobastro" (I y II), así como la novela histórica "El Halcón de Bobastro ", de Carmen Panadero.

[3] - Fonte Corb, actual Pancorbo (Burgos). Fonte Corb es el nombre con que aparece en las Crónicas Arábigas.

[4] - Los cinco alchamices clasicos se corresponden con: vanguardia, ala derecha, ala izquierda, centro o corazón y la zaga o retaguardia.


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