Revista Creaciones

batallas

Por Patriciaderosas @derosasybaobabs

Siempre me ponen muy nerviosa las batallas en las películas. Todo comienza con un orden aparente. Dos grupos enfrentados en la distancia con una formación militar rigurosa, perfectamente planificada. Todo el mundo conoce su posición. Fila 1: Los valientes y los que saben amedrentar con la mirada o los dientes van siempre delante. Fila 9: La escolta, el refuerzo final para cuando faltan fuerzas. Por el medio, todo un batallón de héroes que a menudo pasan desapercibidos o les pasan por encima, no hay término medio. Desde un plano cenital se ven dos líneas paralelas perfectas que aparentemente jamás se cruzarán. O eso es lo que nos enseñaban en geometría.

De pronto se rompe el silencio y la tensión contenida y, como en una carrera ilegal de coches ante la señal de comienzo, todos se abandonan a un estado de enajenación descontrolada y corren despavoridos, espada y escudo en mano, o lanzas, o lo que haya. Y gritando, gritar mucho es importante. La actitud es el ochenta por ciento. Aun así, no puedo evitar pensar que cuando corro, bastante tengo con respirar. No quiero imaginar tener que dejar el pulmón en el esfuerzo de acongojar a mi contrincante.

Comienza entonces un caos donde agilidad y destreza compiten a un ritmo que soy incapaz de seguir. Miles de personas en una lucha encarnizada y desordenada donde es imposible adivinar si el ataque será frontal o traicionero, si una flecha atravesará el cielo para terminar atravesando un corazón o si un error provocará el desenlace más inesperado.

Lo más sorprendente es que en esas batallas todos parecen saber qué hacer en cada momento. No necesitan instrucciones, ni a nadie que dirija la contienda. Combaten ajenos a lo que ocurre a su alrededor y durante unos instantes, olvidan a sus amigos y también a sus enemigos. Bastante con respirar.

Me hace pensar en una de esas frases manidas que suelo detestar a menudo: Cada persona libra su propia batalla.

Desde luego que la libra, pero la mayoría de las veces nos importa un pimiento porque nos centramos en el fragor de la nuestra. No hablo de la enfermedad, ahí entra en juego otro tipo de guerra. Me refiero a batallas contra la soledad, contra la edad, contra el peso de la rutina, contra el desamor, contra el fracaso, contra la inseguridad, contra los sueños que no serán, contra la frustración, contra el miedo. Batallas silenciosas que envenenan. Regalamos instantes solidarios pero acotados, porque para sobrevivir, el dolor ajeno nos pesa demasiado. Conversaciones moderadas por relojes de arena invisibles.

La mayoría de héroes combaten en filas intermedias. Y no gritan.

Bastante con respirar.


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