Charles Baudelaire, 1844, Emile Deroy
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que va orientado determinados sentimientos. Existe amplia literatura en torno a esta cuestión y sobre el fin último del objeto artístico. De la misma manera, se sostiene que en el arte se produce un proceso de interacción en el que juegan un papel fundamental tanto la propia obra de arte como el receptor de la misma, el espectador, un tema también profundamente tratado por la investigación. La literatura profesional en torno al arte, para algunos, nace dentro del panorama general del Renacimiento italiano; un tipo de escritos la mayoría de ellos con una clara intención didáctica o reivindicativa. Habría que esperar hasta el siglo XVIII, y especialmente el XIX, para que este tipo de narrativa en torno al arte madurase y adquiriese la condición de la acepción moderna de la crítica como la plasmación de la opinión de autoridad de determinados expertos que en base a sus supuestos conocimientos podían dirigir los gustos estéticos de la sociedad a la que dirigen sus escritos.
A partir del siglo XVII se produce un interesante movimiento que traslada el eje estético desde Jeanne Duval, dibujo de Baudelaire fechado
en torno a 1850
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la península italiana hasta la corte francesa de los borbones. Es en este siglo cuando las autoridades políticas francesas comprenden el poder disuasorio del lenguaje artístico que pretenden encauzar de acuerdo a las directrices de la recién creada academia de bellas artes. Esta es la institución que debe regir los principios artísticos del reino de Francia según unos postulados que, a día de hoy, consideraríamos extremadamente inamovibles. Se crea una suerte de arte institucional y oficializado que recibe los parabienes de las autoridades y de todos aquellos que disponen de la capacidad suficiente como para convertirse en consumidores de arte. Con el paso del tiempo, los Salones se convierten en el escaparate de todo el arte que nace en torno a esas anquilosadas instituciones empeñadas en una visión demasiado monolítica de lo que debe ser el arte. El caso español es especialmente revelador de esta situación, ya que después de las glorias del pasado, la pintura decimonónica se sumergió en un letargo en exceso formal y carente de la genialidad anterior de la escuela.Paralelo al fenómeno de los Salones surge toda una literatura crítica del arte también muy en relación con el fenómeno periodístico, otro de los grandes hitos culturales del siglo XIX. La prensa parisina se llena de multitud de escritos y plumillas que ensalzan la grandeza de algunos pintores mientras que hunden las aspiraciones de otros muchos. Y en toda esa secuencia el arte ha de acomodarse al férreo dictado de la Academia, sólo transgredido a finales de ese mismo siglo en un proceso revolucionario que cambiaría para siempre la pintura.Uno de los más apasionados críticos de arte del momento fue el poeta Charles Baudelaire (1821 – 1867). Siendo uno de los principales representantes de la poesía simbolista de la Francia decimonónica no pudo sustraerse del embrujo del hecho artístico, al que dedicó multitud de escritos y artículos en torno a la pintura de su tiempo de acuerdo a lo que podía contemplar en los Salones parisinos. Sobre esa base estableció todo un corpus teórico sobre su propia visión del arte, de sus aspiraciones y sus implicaciones. Baudelaire distinguía dos principios artísticos: uno externo, simple y fácil, asequible en cierto modo; frente a él, existía, sin embargo, un arte con mayúsculas, interno y sublime, casi sagrado, reservado tan sólo a la genialidad de los más grandes, de los verdaderos artistas. Baudelaire, hombre de su tiempo, comprendió el vertiginoso nuevo camino que había Retrato fotográfico de Baudelaire
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emprendido la sociedad que le tocó vivir. El arte se encontraba inmerso en un proceso de regeneración que anunciaba nuevos tiempos de modernidad que implicarían un era novedosa y extraña. En definitiva, Occidente vivía los convulsos años de esa extraña transición en que se salía de la oscuridad de los tiempos antiguos mientras nuevas sombras se cernían sobre los pueblos de Europa en nombre de la modernidad y una industrialización deshumanizada. Un proceso que se enraíza en el tiempo y que en el siglo XIX muestra todas sus facetas descarnadas. Frente a esas convulsiones y la perspectiva de un nuevo mundo, surgen algunas voces que añoran Arcadias idílicas y pasadas como antiguos paraísos de eterna felicidad. No es de extrañar pues el odio profesado por el poeta Baudelaire a la fotografía, nueva técnica que concebía como el refugio de los pintores mediocres.Las transiciones despiertan miedos y pasiones enfrentadas entre las promesas de un futuro esperanzador y los pasados gloriosos en exceso mitificados. Baudelaire defendía el genio que creía amenazado por el exceso de un cientificismo gris e inhumano que triunfaba a marchas forzadas en la vieja Europa alumbrando un nuevo mundo que ni él mismo, ni en su labor crítica ni como poeta, sería capaz de concebir. Luis Pérez Armiño