Revista Cultura y Ocio

Bautismo y resurrección de Edith Stein

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Bautismo y resurrección de Edith Stein

Paqui Sellés, ocd  Puçol

Este año estamos celebrando el centenario del bautismo de Edith Stein: 1 de enero de 1922 y, a la vez, el 80 aniversario de su entrada en la Vida: 9 de agosto de 1942.

El 1 de enero de 1922 fue la fecha elegida por Edith, por tener una resonancia especial para ella. Se celebraba la fiesta de la Circuncisión del Señor, que para el pueblo judío significa la alianza que Dios había hecho con él, y los Padres de la Iglesia la habían asociado al Bautismo. Sabemos que Edith se alejó de la fe que su madre le había intentado transmitir a ella y a sus hermanos, pero siempre mostró respeto por la misma y, con toda probabilidad, le ayudaría a la comprensión de la fe católica, enraizada en el judaísmo.

A partir de su bautismo, Edith empieza su labor docente en las Dominicas de Espira —abril de 1923—, donde permanecerá hasta el 23 de marzo de 1931. Al año siguiente, iniciará su actividad como profesora en el Instituto de Pedagogía científica de Münster, donde impartirá clases hasta abril de 1933, año en que se promulgaron las leyes que prohibían a los judíos ejercer la docencia y limitaban sus derechos en todos los ámbitos de la sociedad.

Pero antes de iniciar su trabajo en las Dominicas de Espira, Edith pasó un tiempo de ‘vida oculta’ entre Bergzabern —junto a su madrina de bautismo, Hedwig Conrad-Martius— y Breslau —con su madre, Augusta Courant—. Estas personas podrían simbolizar el Nuevo y el Antiguo Testamento. Ellas son los dos pilares que sustentan a Edith, que abraza a Jesús, el Hijo amado del Padre: Augusta, fervorosa creyente, que siente especial predilección por Edith, y Hatti (así la llamaba cariñosamente Edith), cristiana protestante, con la que Edith mantendrá una creciente y sólida amistad (desde el año 1920 hasta su muerte). Para su bautismo, Edith eligió el nombre de su madrina, al que unió el suyo y el de santa Teresa de Jesús. Edith Hedwig Teresa, que es como se llamará la neófita, confiará su ‘secreto’ —la entrada en el Carmelo—, a su madrina, en primer término y le solicitará oraciones para llegar a buen término: “Ahora también usted debe saber lo que va a ser de su ahijada. Sin embargo, le pido que, de momento, lo guarde para usted. (…) Voy a Colonia a un convento de monjas. Tengo licencia para entrar como postulante el 15 de octubre”. (Carta a Hedwig y Theodor Conrad. Münster, última decena de junio de 1933).

¿Qué significó para Edith ser bautizada en la Iglesia católica?

Nuestra hermana acogió en su corazón el sabio consejo de quien sería su maestro espiritual, san Juan de la Cruz: “Traiga un ordinario apetito de imitar a Cristo en todas sus cosas, conformándose con su vida, la cual debe considerar para saberla imitar y haberse en todas las cosas como se hubiera Él.” (1 Subida del monte Carmelo 13, 3).

A partir de su bautismo, Edith centrará su vida y toda su actividad en este conocimiento experiencial de Jesucristo, que la invita a la confianza plena y al abandono en las manos del Padre, tal como Él lo vivió. Jesús es el Hijo amado de Dios y nos regala la filiación divina. Edith descubrió el gran don de la misma y llega a decir: “Ser hijo de Dios significa: caminar siempre de la mano de Dios, hacer su voluntad y no la propia, poner todas nuestras esperanzas y preocupaciones en las manos de Dios y no preocuparse de sí mismo y de su futuro. Sobre estas bases descansan la libertad y la alegría de los hijos de Dios.” (El misterio de la Navidad).

A medida que va creciendo su experiencia de encuentro con Jesucristo, irá relativizando su deseo de dedicarse en exclusiva al trabajo científico, como anhelaba en su juventud. Este texto me parece iluminador al respecto: “Naturalmente, la religión no es algo para vivir en un rincón tranquilo y durante unas horas de fiesta, sino que, como usted misma experimenta, ella debe ser raíz y fundamento de toda la vida, y esto no solo para algunos escogidos, sino para todo cristiano que lo sea de veras. Que sea posible cultivar la ciencia como culto divino, es algo que me ha quedado bien claro después de haber entrado en contacto con santo Tomás (…) y solo como consecuencia de ello me he decidido a tomar otra vez en serio el trabajo científico.” (Carta a Calista Kopf. Espira, 12 de febrero de 1928).

Edith seguirá cultivando el estudio y el trabajo intelectual, aunque ya transfigurado por el misterio de la cruz y de la resurrección. Irá recorriendo un itinerario iluminado por la cruz de Cristo, que la llevará a la entrega plena en el ‘Gólgota del mundo contemporáneo’, en palabras de Juan Pablo II, refiriéndose al campo de exterminio de Auschwitz.

Por ello, hablará de una ciencia de la cruz que “no ha de entenderse en el sentido corriente de ‘ciencia’: no se trata de una simple ‘teoría’, es decir, ni de una pura relación —verdadera o pretendida— de proposiciones auténticas, ni de una construcción ideal en base a pensamientos coherentes. Se trata de una verdad bien conocida —una teología de la cruz—, pero verdad viva, real y operante: como un grano de trigo que se siembra en el alma, echa raíces y crece, así da al alma un sello característico y la determina en sus acciones y omisiones, de tal modo que por ellas resplandece y se manifiesta.” (Ciencia de la cruz).

La vida de Edith fue una profundización en esta ciencia de la cruz que la llevaría a expresar la sintonía entre la cruz y la filiación divina: “El amor por la cruz y la gozosa filiación divina no son contradictorias. Ayudar a Cristo a llevar la cruz proporciona una alegría fuerte y pura, y aquellos que puedan y deban, los constructores del Reino de Dios, son los auténticos hijos de Dios.” (Amor por la cruz).

Así pues, celebrar el bautismo y la entrada en la Vida de nuestra hermana supone celebrar la victoria de la resurrección, que ineludiblemente pasa por atravesar el misterio de la cruz, puesto que “no podemos poseer a Cristo sin la cruz” (Ejercicios espirituales, 1937). Edith Stein nos estimula a recorrer el itinerario que, unida a Jesucristo, fue capaz de ofrecer por toda la humanidad sufriente. Su vida y su muerte adquieren pleno sentido porque constituyen un testimonio del único y verdadero Amor.


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