Revista España
La Alpujarra de Almería, mucho más desconocida e ignota que la de su vecina Granada, se extiende en torno a una carretera que en sentido Este conduce hasta los primeros brazos sedientos de Tabernas.
El viajero que transita por estos lugares contempla el contraste que conduce del verdor y la fertilidad del agua y de la alta montaña a las ramblas, barrancos y farallones sedientos que presagian las tierras áridas del único desierto de Europa.
Blanco y aterrazado como sus pueblos hermanos, Bayárcal se eleva por encima de los 1.258 metros de altura. En días de bruma y frío las nubes quedan por debajo del caserío, creando lo que los vecinos dan en llamar la boria bayarquera. Los alrededores del pueblo están salpicados de huertas y campos de frutales.
Madura el manzano, el cerezo y el castaño, y en las paratas que el hombre ha conseguido equilibrar entre esta tortuosa naturaleza crecen frescas verduras y hortalizas que es costumbre vender en los mercados de estos pueblos. Incluso arraigan las vides cuyas uvas regalan un vino de mucho cuerpo y alta graduación, muy propio para beber en vaso corto siguiendo la costumbre del chateo.
Las casas de Bayárcal están unas encima de otras. Comparten techos planos y pizarrosos de donde florecen como llamas blancas chimeneas encaladas cuyos rompehumos –dos lajas juntas- constituyen un ejemplo que hermana toda la tradición arquitectónica alpujarreña.
También es común en éste y otros pueblos de la comarca las iglesias de tradición mudéjar. Bayárcal posee una cuyo torreón aún muestra los balazos que los moriscos sublevados asestaron a la hora del asedio del templo, refugio de cristianos viejos. (El Mundo)