Hay mucho fermento en los últimos meses en las grandes multinacionales farmacéuticas, esa pequeña casta que se dedican a vender nuestra salud en rodajas de hasta un kilo al mercado de la esperanza y la desesperación.
Desde principios de 2018, no ha sido posible tener en cuenta las adquisiciones y fusiones que han tenido lugar en el seno de las grandes empresas farmacéuticas, por lo que son muchas las que se han producido. En enero, la empresa francesa Sanofi compró por 11.500 millones de dólares a la estadounidense Bioverativ, especializada en hemofilia, y Celgene adquirió Juno Therapeutics, especializada en el tratamiento del cáncer, pagando la suma de 9.000 millones de dólares, mientras que durante mucho tiempo se ha planteado la hipótesis de una fusión colosal entre Pfizer y Bristol Myers, hasta ahora sin éxito. Pero lo que más causó revuelo fue la adquisición el pasado mes de junio de la tristemente conocida Monsanto, por parte del gigante alemán Bayer, por la asombrosa cifra de 63.000 millones de dólares.
La multinacional Monsanto es conocida por todos por su turbulenta historia como “asesina” de la salud humana, con casi un siglo de escándalos y demandas detrás de ella, que han afectado a millones de consumidores y agricultores de todo el mundo. Es propietario de las patentes del DDT, PCB y del mortal Agente Naranja utilizado por el Ejército de los Estados Unidos durante la Guerra de Vietnam. Suyas son las patentes de semillas transgénicas que han afectado a la agricultura, así como el glifosato cancerígeno, contenido en el herbicida RoundUp que la empresa comercializa desde 1974.
La multinacional Bayer se considera un “alma sincera” y al mismo tiempo de la adquisición expresó la voluntad de cambiar inmediatamente el nombre de Monsanto, en un claro intento de hacer que el público olvide los desastres hechos hasta ahora por la multinacional estadounidense. Pero más allá de las buenas intenciones (de las cuales el infierno está a menudo pavimentado) hay por lo menos dos órdenes de problemas sobre los cuales sería bueno reflexionar.
En primer lugar, Bayer no es el alma sincera que su dirección quiere que creamos, ya que en los años ochenta y noventa estuvo muy implicada en el escándalo de los productos sanguíneos, con miles de personas infectadas en su centro en todo el mundo. Es una de las multinacionales más invasivas en el campo de la publicidad desviada, en la que invierte más de 10.000 millones de euros al año, con una operación de lobbying que involucra a todo el entorno sanitario, desde los médicos hasta los informantes científicos, desde los directores de revistas especializadas hasta los representantes políticos del sector. Ha participado, aunque indirectamente, en la financiación de la guerra civil en la República Democrática del Congo. Es responsable del escándalo de Lipobay, la droga para el colesterol retirada del mercado en 2001 y responsable de la muerte de cientos de personas.
Actualmente está siendo acusado (y ya ha pagado 2.000 millones de dólares en compensación) de las píldoras anticonceptivas Yaz/Yasmin, que causan el doble de riesgo de trombosis, ataque cardíaco y accidente cerebrovascular que los productos antiguos, a pesar de que las drogas incriminadas aún no han sido retiradas del mercado. Por mencionar los mayores escándalos de los últimos 40 años.
En segundo lugar, la concentración en manos de una de las mayores multinacionales farmacéuticas del mundo, un gigante químico especializado en la producción de semillas y plaguicidas modificados genéticamente, este último responsable no sólo del cáncer, sino también de muchas otras enfermedades devastadoras como la enfermedad de Parkinson, la enfermedad de Alzheimer, la esclerosis lateral amiotrófica amiotrófica (ELA), la diabetes y una serie de enfermedades autoinmunes, no puede sino crear más que unas pocas perplejidades y mucha preocupación.
La coexistencia en las mismas manos que la industria que crea millones de enfermos cada año, con la que se obtienen miles de millones de beneficios precisamente tratando esas mismas enfermedades, crea un círculo perverso ante el que no se puede hacer más que horrorizarse. Un círculo perverso en cuyo centro, desgraciadamente, todos nos encontramos, como tantos pollos con pilas, rehenes indefensos de esa mano que nos necesita para enfermarnos, para convertirnos en consumidores de productos farmacéuticos a lo largo de nuestras vidas.
Fuente | DolceVita Online