“El cálculo de consecuencias no es mi fuerte” sostiene Beatriz Sarlo cuando Pablo Méndez Shiff le pide que evalúe el impacto de su visita a 678 (aquí la entrevista concedida el día después al diario El Argentino). Por otra parte, en el perfil que le dedicó el sábado pasado en La Nación, Jorge Fernández Díaz cita a la catedrática, ensayista, columnista: “No estoy escribiendo sobre el Gobierno ni los medios esta semana, y ni sueñes con que voy a ponerme con eso ahora”.
A priori, da la sensación de que Sarlo no hará público el balance que seguro pensó sobre su paso por el programa de Diego Gvirtz. A tono con otro pasaje del diálogo que transcribió el mencionado Méndez Shiff, es probable que la también guionista no quiera pronunciarse nuevamente sobre una experiencia malograda por la intervención de “personas aproximativas, más dominadas por sus gustos o sentimientos que por sus ideas”, y por lo tanto incapaces de sostener una discusión inteligente.
Lo curioso del caso es que las muchas repercusiones off y online a raíz de la emisión del 24 de mayo revelaron la existencia de más espíritus aproximativos y dominados (al margen del staff de 678) que desconocen el arte de la polémica. Si la hipótesis del párrafo anterior es válida, Sarlo habrá reprobado o descalificado la reacción apasionada de quienes redujeron el encuentro catódico a un partido de fútbol o a un ring de box (horror de horrores, en este escenario algún hereje podría referirse a la Maradona o Gatica de la retórica).
Si se me permite la familaridad, Beatriz tampoco habrá mirado con buenos ojos el videoclip Conmigo no, Barone ni el diseño de la remera reivindicatoria. Primero, porque estas ocurrencias son otro síntoma de afectividad. Segundo porque copian iniciativas filokirchneristas como este rap de Cristina y aquellas otras ropas con leyenda que Jorge mencionó en su post sobre la resignificación del insulto en tiempos de oficialismo 2.0.
Quienes vimos la emisión de 678 sin la imperiosa necesidad de declarar victorias y derrotas disfrutamos de una discusión que se desarrolló en un ambiente de respeto (los argentinos rara vez asistimos a un debate cuyos participantes se esfuerzan por escuchar al otro sin interrumpirlo). El “no seas insolente” que Sarlo le espetó a Gabriel Mariotto fue una reacción lógica en alguien convencido de que tarde o temprano será agraviado por encontrarse en la vereda de enfrente y por trabajar en medios opositores (La Nación y Radio Mitre en este caso): sin ese prejuicio, la ensayista habría entendido la pregunta del titular de la AFSCA como una chicana y no como la sugerencia de que Clarín le dicta ¡justo a ella! el contenido de sus análisis.
Podemos decir algo similar del “conmigo no, Barone”. El parate que inspiró el hit del momento detiene a tiempo una discusión sobre ética periodística que Beatriz (otra vez me disculpo por la licencia) parece haber querido evitar. De hecho, la clave no está en la acusación “vos trabajaste en Extra; vos trabajaste en La Nación” (queda bien para fraseo musical) sino en otros dos momentos: 1) cuando la catedrática pretendió cerrar la discusión con un condescendiente “es probable” (se lo dice a Nora Veiras que distingue entre “concesiones y concesiones” a propósito de Clarín y su tratamiento informativo de la causa por los hijos de Ernestina Herrera de Noble); 2) cuando después del “conmigo no” le deslizó al peor periodista de 2009 “vos te aguantaste hasta donde pudiste”.
Insolencia habría sido preguntarle hasta dónde aguanta ella.
Sarlo se despegó del planteo sobre ética periodística con un “llamá a alguien de Clarín (…) yo no voy a responder por ese medio”. Antes ya lo había evadido a Ricardo Forster cuando éste le pidió que definiera mejor al poder responsable de acumular sentido y producir opinión pública. La escritora contestó: “a mí me hicieron ver un informe sobre prensa; si vamos a filosofar sobre dónde está el poder podemos hacerlo pero me hicieron ver un informe sobre prensa al cual le faltan muchísimas cosas (…) pero dónde está el poder, sí, podemos discutir sobre dónde está el poder”.
Quizás Sarlo también piense que este circunloquio constituyó uno de los momentos más débiles de su exposición. A no ser que coincida con sus fans en que la argumentación a lo Panigazzi (“una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”) sirvió para ponerles freno a los sofismas del único rival a su altura.
Al menos en las redes sociales, los detractores de 678 volvieron a criticar a la producción de Gvirtz, esta vez por las dos emisiones posteriores a la del 24 de mayo. Es decir, por “la bajeza” de los informes sobre lo registrado en vivo en el estudio de Canal 7 y sobre las repercusiones mediáticas.
En este punto cabe aclarar que al programa del 25 fueron invitados los historiadores Pacho O’Donnell, Norberto Galasso y Gabriel Di Meglio y al del 26, la socióloga María Pía López y el periodista de Página/12 Luis Bruschtein.
Ojalá la intervención de cuatro académicos haya convencido a Sarlo del interés de hacer público un balance final que algunos esperamos a modo de epílogo, para cerrar un debate que excedió el formato catódico y que al mismo tiempo puso en evidencia otra manera de hacer y consumir televisión. Sin dudas, las escuetas declaraciones a El Argentino son insuficientes en este sentido, además de impropias de una intelectual lúcida, osada, aguerrida.
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