En “Beginners (Principiantes)”, Mike Mills nos presenta dos historias de amor, cada una de ellas ilustrativa de una época y cultura. Por una parte, tenemos a Hal como un hombre de 75 años que recientemente ha enviudado después de cuarenta y cuatro años de matrimonio, y que ahora ha confesado que siempre fue gay… aunque se contuviera por la presión social y familiar –sin negar que quería a su mujer–. Por otra, está su hijo Oliver que, tras varias relaciones fallidas, conoce a la joven Anna y se enamora de ella… casi contra su propia voluntad. El padre fue paradigma de una época en que las normas establecidas condicionaban el comportamiento individual y las apariencias tenían una importancia decisiva, mientras que el hijo lo es de otra en que la libertad se convierte en un absoluto que acaba dejando desencanto, vacío y desorientación en su interior.
En la película, la condición gay de Hal es celebrada con un ambiente festivo y tolerante, desprejuiciado y sin ápice de dramatismo. Inequívocamente, Mills hace una cinta militante en su explícito apoyo a la causa homosexual como una opción igual a cualquier otra, incluso con detalles como el de la capacidad que tiene uno de ellos para acoger al perrito de Hal… y que éste sienta su cariño y no ladre, a diferencia de lo sucedido poco antes en un hogar tradicional. Sin embargo, lo que nos interesa ahora es la otra trama romántica entre Oliver y Anna, ejemplo de una relación que brota en un humus posmoderno que hace imposible que eche raíces y prospere. Es el reino del desencanto y de la tristeza, del escepticismo y de la falta de compromiso: tanto él como ella han tenido antes varias relaciones serias, pero ambos han abandonado a su pareja… incapaces de continuar una situación que exige dar algo a cambio.
Oliver creció viendo a su padre despedirse de su madre con un beso formal y rutinario, oyéndoles discutir y pelearse para después negarlo ante él, haciéndose el muerto cuando su extravagante madre hacía que le disparaba en un juego del pistoleros. Anna dejó la casa paterna cuando era adolescente, y desde entonces viaja de ciudad en ciudad sin lograr quitarse de su cabeza en ring ring de un padre que la llama por teléfono. Cuando se encuentran en esa peculiar fiesta de disfraces, Anna descubre tristeza en la mirada de un Olivier convertido en Freud… y sus almas entran en sintonía en su desgracia, mientras el amor toma cuerpo y gana en hondura… pero “¿Y ahora?, ¿cómo funciona?”, se preguntan al final de la película, cuando deciden intentar sacar adelante esa relación. En el horizonte, parece que no hay esperanza ni futuro para esa pareja porque no están preparados para el compromiso, porque se quieren sinceramente… pero el vínculo entre ellos es líquido, efímero, puramente sentimental…, porque el instante prima sobre un pasado sin raíces y porque el futuro no se plantea… porque da miedo.
Olivier está triste incluso cuando ha encontrado a Anna y sabe que puede ser la chica de su vida. En él todo es melancolía, inseguridad, añoranza… incapacidad para ser feliz, como sus dibujos. No es más alegre Anna, angustiada y atormentada en su vida personal y profesional como atriz, yendo de una ciudad a otra y representando vidas ajenas… sin tener una propia. Sus existencias son el polo opuesto a la de Hal en los años cincuenta y también a la que tuvo al comienzo de siglo tras salir del armario, en ambas ocasiones comprometido con su corazón. Es como si Mills nos dijera que, más que en el tipo de relación que se dé entre los enamorados, la raíz de la felicidad está en uno mismo y en su capacidad para asumir responsabilidades, en su autenticidad y en una identidad asumida y respetada. Entre la joven pareja hay amor sincero y noble, pero también soledad y perplejidad, ausencia de certezas y necesidad de creer en algo… que bien puede llamarse amor, sacrificio, lealtad o sencillamente moral. La ausencia de valores firmes y de certezas vitales está en la raíz de su desorientación y en el origen de sus fracasos… y por eso, llegado el momento, dudan en la manera de conseguir que su amor no se esfume con el paso del tiempo.
Por último, diremos que la película acierta al servirse del dócil y entrañable perro como conciencia de Oliver que le habla y acompaña, como bálsamo para una soledad íntima y como acompañante que no reclama demasiadas exigencias. También el recurso a las fotos del pasado nos da esa mirada nostálgica a un tiempo donde el amor tenía consistencia (en algunos casos aparente), donde se incubó un distanciamiento latente entre padres e hijos por falta de autoridad y principios que transmitir, donde se produjo una ruptura entre los dictados de la razón y del corazón. En el aspecto artístico, destacan las excelentes interpretaciones, sobre todo de Ewan McGregor y Mélanie Laurent, para una historia reivindicativa y para otra intimista, espejo de una sociedad contradictoria y perdida, de un amor frágil y efímero, de una cultura posmoderna y superficial.
En las imágenes: Fotogramas de “Beginners (Principiantes)”, película distribuida en España por Universal Pictures International Spain © 2010 Focus Features, Olympus Pictures y Parts & Labor. Todos los derechos reservados.