Revista Música
Sácame de aquí, me estoy muriendo /
Toca una canción con la que pueda liberarme.
Jarvis Cocker es un David Bowie que no pudo ser. Está más que claro, aunque su (buena) reputación y su figura cool impidan la admisión generalizada de tal verdad. Entonces, ha desarrollado una dignísima carrera guiada por la sombra del Duque Blanco, durante el liderazgo de su grupo Pulp y en solitario.
Sí podemos denostar a Juanse, el clon de Jagger que nos salió Pomelo, argentino y cuadrado; aunque Spinetta, García y Pappo le hayan dado la derecha (la derecha como mano positiva, digamos) sigue siendo un pelotudo. A Gutiérrez (¡encima el apellido es Gutiérrez!) no lo redimen ni los sensuales bailes entre dos chicas cuando suena el Rock del gato en cualquier lugar y situación; ni escribir una frase como “el sol que alumbra la canción, nunca quemará” en una canción que desparramaría elogios de los más sobredimensionados si fuera de Jagger (¡o de Cocker!); ni haber hecho el mejor rock and roll crítico de un colega: Ya morí, el reconocido bardeo al Indio Solari (nota: lo arruinó cuando le pidió perdón a IS en una entrevista reciente).
Figurones que juegan al rock bajo la sombra de otros, hay de a millones. Partí de estos dos ejemplos porque uno es mencionado recurrentemente como el más obvio, mientras que el otro no es tan citado como debiera (bueno... Jarvis Cocker no es el músico británico más reconocido en Argentina, precisamente). En mi caso, no tomo esas identificaciones bordeantes al clon como una ofensa, en todo caso suelen significar una desventaja para el propio imitador, que carga con una sombra que nadie más que él se puso encima.
Por lo general, si un tipo triunfa, no queda más que suponer que hay en él algo más que el parecido icónico, la silueta que “nos recuerda a”, su postura copiona, sus entonaciones similares a las de un cantante que deja huella. Por caso, a Fito Páez no le molestaba en absoluto cuando lo descalificaban diciendo que era el hijo de Charly García: si no notaban en su música esas raíces, él se encargaba de señalarlas. En esos casos, el tributo es una forma de mostrar de dónde se viene y no necesariamente hacia dónde se está yendo: claro está que Páez ya es algo más que el primogénito artístico de SNM.
Todas estas vueltas se dan para llegar a Belle and Sebastian. En Belle and Sebastian (ayúdenme, abstraigan) encuentro inevitables dos influencias que absorben buena parte de sus sonidos. En la voz de Stuart Murdoch está la huella perdida del hombre que quiere cantar como una mujer (no, Raúl Porchetto no, sigo hablando de Murdoch). Esa voz es la de Nico, aquella alemana descollante que cantaba con Velvet Underground canciones que parecían dedicadas a su belleza, fría pero provocativa, belleza tenue de una voz casi apagada, sensual y útil para el modelo de canción del mítico conjunto neoyorkino.
Bueno, si en el álbum If you’re feeling sinister no canta Nico, yo me estoy quedando sordo.
Así debe ser.
Porque en los créditos de los discos figura como autor y cantor Stuart Murdoch, nomás. Un flaquito escocés que con el innegable influjo de los Smiths de Morrissey y Marr (la otra influencia inevitable) construye canciones deliciosas y siempre a punto de estallar, contenidas en su propia delicadeza vocal. Decididamente, el grupo se embarca en piezas pop de duración estándar, donde la mecánica pixie es suministrada en buenas dosis pero sin distorsión (¡¿cómo es esto posible?!): las estrofas de las canciones, al menos las de If you’re feeling sinister, son cíclicas y envolventes, te van llevando al cachetazo de los estribillos (cuando hay) de a poco, para que todo explote... hasta ahí. La sutileza es una decisión estética intocable para el caso, incluso en las también smitheanas tapas de sus discos: todo en Belle and Sebastian parece venir envasado en recipientes pequeños pero, eso sí, desbordantes de colores puros, primarios. Incluso los temas más grandilocuentes, como el magnífico Like Dylan in the movies, o cómo hacer una canción impecable en cuatro minutos y catorce segundos.
Los arreglos de cuerdas y teclas hacen al entramado fundamental de buena parte de las canciones, sin embargo la clave son las melodías finas de Murdoch. ¿Cómo se hace, incluso estudiando música, para explicar la belleza de una melodía, sea agradable, grandilocuente, misteriosa, solemne? ¿Cuál es la razón por la que algunas de ellas son terriblemente preciosas y en cuánto influyen las voces que las cantan? Se puede caer en tecnicismos y explicaciones armónicas pero lo cierto es que no hay manera de saber cuándo una melodía (no quiero repetir la palabra pero noten el detalle: ¡no tiene sinónimos!) noquea más: para el oído lo lindo es lindo y la música es sinónimo de melodía. De hecho, la mejor manera de mostrar una canción a otra persona es procediendo a cantársela.
Sin embargo, a esa belleza todavía no la podemos terminar de explicar.
Mejor es escucharla y ya, como canta Murdoch:
Toca una canción con la que pueda liberarme.