No es fácil encontrar en la cartelera películas como “Bellos suicidios”, de Rafael Gordon, estrenada el pasado diciembre. Su carácter de rara avis deriva no tanto del tratamiento alegórico y conceptual de la historia, sino de la voluntad de abordar asuntos existenciales de hondo calado y de hacerlo con libertad, sin doblegarse a lo políticamente correcto o socialmente complaciente, a partir de posturas antropológicas que reflejan una alta consideración del individuo y de sus posibilidades, que se atreve a hablar de la vida y la muerte, del cielo y el infierno, del dolor y la felicidad, de Dios y los ángeles… No es un cine de entretenimiento ni de evasión sino de reflexión e introspección, con múltiples referencias culturales y una evidente influencia del mundo del teatro del que proviene el director. Por eso, aunque posiblemente “Bellos suicidios” no alcance una gran taquilla, estamos ante una propuesta interesante y necesaria, ante un ejercicio de estilo que entiende que “la razón última de ser del cine es contar una historia y emocionar la inteligencia”, en palabras de Gordon.
Podría decirse que en esa expresión se sintetiza lo que el espectador encontrará viendo “Bellos suicidios”. La historia es la de tres mujeres -Ana, Silvia y Virginia- que asisten a sesiones de terapia en un centro de rehabilitación, después del fallido intento de suicidio. Detrás de cada una de esas vidas, encontramos vacío y ausencia de cariño, desorientación, escepticismo y cierta amargura existencial… pero también deseos de cambiar, y un rescoldo de ternura y humanidad que está esperando a alguien llegue y les quiera… para volver a vivir. Son fogonazos de insatisfacción en una sociedad individualista, impresiones tristes de almas caídas en la melancolía o en la depresión, destellos de esperanza que apenas duran unos instantes para al pronto desaparecer. Es la mirada humana y comprensiva de un director que contempla desde lo alegórico una realidad muy viva y actual, donde afloran frustraciones y descontentos con el propio yo… hasta simular ser otro y caer en algún grado de esquizofrenia (desde lo patológico a lo cotidiano, desde la actuación en el gran teatro de la calle hasta el dibujo de un perfil a la carta en facebook).
Rafael Gordon es también consecuente con sus convicciones a la hora de dar forma a esa historia y llegar al espectador. Rechaza los recursos expresivos que muevan al sentimiento fácil y busca llegar más bien a la inteligencia para removerla. Su guión es premeditadamente discursivo y deconstruido, y sus diálogos muy intelectuales y en ocasiones algo artificiosos, cargados de sesudas reflexiones y continuas referencias al mundo de la cultura… porque el director cree en el valor de la palabra y en la profundidad del pensamiento, en su capacidad para influir y ayudar al espectador. Su puesta en escena y las interpretaciones tienen, por otra parte, un marcado sello teatral con dicción o gesticulación más propia del arte escénico, mientras que algunos planos se nos ofrecen como elementos visuales sugerentes que refuerzan el nítido mensaje que la palabra nos ha dejado: que estamos en una sociedad individualista donde cada uno parece encerrado en uno de esos espacios de los cuadros de Mondrian…, que sólo el amor puede ayudarnos a salir del narcisismo y permitirnos vivir en el dolor, que detrás del placer de un pitillo o del sexo se abre una puerta a lo espiritual y a una felicidad de otro tipo.
La audacia de Gordon hace que introduzca algunos monólogos de entraña existencial y apariencia poético-teatral, que nos encarne al mismo Espíritu Santo en una chica con altavoz que se acerca a su madre para intentar darle el amor que la cure, o que se mueva y juegue entre la trágica realidad de esas tres mujeres y la ficción que representan en el acto de Judith y Holofernes (en una de los momentos de mayor fuerza y crudeza). Por la escena de “Bellos suicidios” discurren Ana Karenina, Virginia Woolf, Dora Carrington o Marylin Monroe como mujeres fascinantes -y con un destino fatal- que buscaron la vida en la muerte, y también citas cinéfilas y artístico-pictóricas, literarias y musicales, filosóficas y médicas, de la cultura clásica y de la tradición bíblica… que hablan de la erudición del guionista y de su voluntad de “emocionar la inteligencia”.
Estamos, en definitiva, ante un trabajo que toma elementos de las artes escénicas, plásticas y literarias… y los funde en un lenguaje propio, en un cine destinado a hablar y despertar al espectador indefenso y narcotizado por el consumismo o por el nihilismo, a ayudar a una sociedad seducida por la belleza aparente y por las promesas fáciles, que presenta síntomas de hipocresía y esquizofrenia, y que necesita una terapia que le permita volver a creer en sí misma y confiar en el hombre… porque esta enfermedad tiene curación.
&En las imágenes: Fotogramas de “Bellos suicidios”, película distribuida en España por Pirámide Films © 2011 Rafael Gordon. Todos los derechos reservados.
Publicado el 20 enero, 2012 | Categoría: 6/10, Año 2011, Drama, España, Opinión
Etiquetas: amor, Bellos suicidios, felicidad, muerte, Rafael Gordon