Revista Deportes
Tercera semana del año y ya tenemos completo y anunciado a bombo y platillo el cartel del que es, en teoría y por historia, el festejo más importante de la temporada: la corrida Extraordinaria de Beneficencia. Espectáculo cuyos mayores beneficiados ya son, cómo no, los tres matadores que se anuncian en ella: Juan Mora, Morante de la Puebla y El Juli. Los toros -afeitados y manipulados legalmente: fundas- serán de Victoriano del Rio, de los pocos dignos representantes del encaste bodeguero que hay en la actualidad.
Hay que aclarar que viendo como está el panorama en el escalafón, sonaría a acertada la composición del cartel como uno de los platos fuertes de San Isidro. Juan Mora bien puesto está, por dos motivos: se lo ha ganado con el mejor toreo del año, y porque ha sido readoptado como último representante, una vez retirado Esplá y salvando las enormes distancias entre el toreo de ambos, de una añeja torería y una manera de entender el oficio, que es la que tanto demanda un gran sector de la afición venteña. Morante de la Puebla es, Tomás aparte, el que más pasiones desborda y más público arrastra hacia la demencia y el tendido. Y si el apoderao Curro Vázquez se "equivoca" y sale el toro con pizca de interés -nunca pasará de la pizca estando tan funesto consejero de por medio- es posible que veamos el mejor toreo que se puede hacer en nuestros días. Y El Juli, está bien que venga a dar la cara, como triunfador de la temporada, proclamado por la vanguardia elitista del taurinismo.
¿Dónde radica entonces el problema? Pues en que la corrida de Beneficencia debe de cerrarse con alguno de los triunfadores de San Isidro y alguna de las revelaciones de la temporada. (Casi) siempre ha servido como acicate para que vengan a jugarse la pelleja -toreando, naturalmente- en la isidrada. Habrá quien sostenga que ésta ha sido siempre cita para las figuras, afirmación que es auténtica. Como también es verdad que esas mismas figuras llegaron a serlo gracias a triunfos palpables, a puertas grandes del toreo y a tardes a cara de perro, afrontando la responsabilidad del puesto, acudiendo a todas las citas y sin caer en el tiquismiquismo a la hora de elegir compañeros bípedos y cuadrípedos. Tambien sería bueno adquirir el sano hábito, despojado del ámbito de la tauromaquia, de obrar con justicia: la balanza en la que se mide el reconocimiento del torero debe de estar compensada con los méritos contraidos en la arena. El que quiera Beneficencia tiene Fallas -por decir algo-, Abril y San Isidro para "comprarse" un hueco. Y si no salen compradores hay otras fórmulas: traer a estos mismos, hacer un mano a mano, traer a otros parecidos a los anteriores a sabiendas de que tampoco iba a cambiar demasiado el número taurino. Lo que sí sobra, es tiempo. La plaza de Madrid y la historia de la Beneficencia, cuya primera edición data del 1856, no tienen porque andar corriendo en enero detrás de los toreros, por muy figuras y muy amigos de los políticos que sean.