Revista Arte

Betina Edelberg y el reloj de arena de Borges

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

Conocí a Betina Edelberg por esas rarezas que tiene mi oficio, la escritura.

Por esos días del año 2003 yo había publicado una carta sobre la biblioteca de Jorge Luis Borges, entonces dispersa por los anaqueles de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.

En el camino de mi investigación sobre esa biblioteca borgeana, pródiga en autógrafos del genial escritor, pude conocer a su amiga Betina.

Ella también era escritora, octogenaria y dueña de una gran lucidez. Había escrito con Borges un reconocido ensayo sobre Leopoldo Lugones, y un ballet (Betina había sido también bailarina).

Vivía en una casa hermosa en la Avenida Quintana, en uno de los barrios más bellos de Buenos Aires.

La primera vez que la visité, me recibió en el hall, dónde un gran ramo de rosas amarillas parecía darle a la casa una delicada luz. Después de los saludos pasamos al salón, dónde las dos charlamos un poco sobre todo, con una inoportuna timidez de mi parte, una timidez que hacía sonreír a Betina.

-Usted me recuerda a Borges.-dijo repentina y sonriente y casi veinte años después, recordando ese momento, me vuelvo a ruborizar.

-Borges era muy tímido, afirmó. Betina es la autora de varios textos sobre el escritor y algunas de sus anécdotas más personales, sus enamoramientos repentinos y sus equívocos sociales.

Edelberg llevaba el pelo oscuro y recogido en un rodete, como las bailarinas clásicas y en los hechos, Betina era bailarina y también coreógrafa.

Tuve largas charlas con ella y hablamos bastante sobre Borges, el hombre, sus anhelos, la manera contagiosa con que se reía, y su gusto por enamorarse.

Ella y Jorge Luis habían compartido una afición muy lúdica por los objetos de medición. Así tuve la oportunidad de jugar con el mismo reloj de arena con que, décadas atrás, Borges jugaba.

Cada tanto, cuando busco algún libro en mi biblioteca, me acuerdo de Betina, con su pelo recogido tirante como la bailarina que era, su risa contagiosa y su lucidez, su poesía. Su ejemplar de las Mil y una Noches que Borges le regaló con sus anotaciones, con esa letra pequeña y prolija que llegué conocer tan bien.

Y el reloj de arena.


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