Hoy ¡por fin! es 28 de mayo, así que comprenderéis que esté un poco nervioso: si todo sigue el plan previsto, esta misma tarde podrá verse online el estreno mundial del (de momento) mediotraje sueco “Kung Fury”: un suculento festín de croma, mamporros, sintetizadores vintage y (esto último, sobre todo) situaciones enloquecidas que promete disparar mis endorfinas hasta niveles orgásmicos. Pero espera, espera, que veo caras de perplejidad… vamos a explicar todo esto, un poco más despacio.
KUNG FURY: LA PELÍCULA
Había una vez un chico en Suecia llamado David Sandberg. No, hombre no: no es el argumento de la película, es la forma que tengo de presentar al responsable de este delirio visual. El tipo, ni falta que hace que lo diga, es un enamorado del cine de acción más terrible de los ochenta -aquel que hoy origina más carcajadas que excitación- y después de muchos años trabajando en la creación de efectos visuales para publicidad, se animó a aplicar todos los conocimientos técnicos adquiridos en su trabajo, a sus sueños en Betamax. “Kung Fury” es la sublimación en treinta minutos de todos los esterotipos que podáis imaginar acerca de esas películas envejecidas antes de tiempo, pero sobre todo es un gozoso ejercicio de desinhibición cuyo fin último es el más saludable disfrute-por-el-disfrute: pensad en un Lorenzo Lamas cabreado, conduciendo un Testarrosa (rojo, aunque el adjetivo es epíteto) por las calles de Miami mientras vacía el cargador de su arma automática contra los coches de los malos. No, mejor aún: pensad en Kurt Rusell zurrándose con Los Tormenta antes de enfrentarse con el maestro kung-fu (con el peinado y el bigote de Hitler) que los comanda; y qué ocurriría si, por error, el primero viajara demasiado atrás en el tiempo, y en lugar de trasladarse a 1940 lo hiciera a la gloriosa época de los vikingos. La misma en la que vive el dios del trueno, y -sí, esto también- los dinosarios. No se me ha ido la pinza, lo juro: esta maravilla EXISTE.
La cuestión es que para realización de este sueño, el tipo convenció a un montón de gente para que el echara una mano, y además inició una campaña de crowdfunding en la famosa web de micromecenazgo Kickstarter. El trabajo avanzado hasta el momento (prácticamente grabado en su totalidad frente a una pantalla verde) es tan descacharrante que el proyecto no tardó en convertirse en uno de los más exitosos de la plataforma. Los objetivos económicos que se marcó inicialmente están ya más que cubiertos, y como suele ser habitual con este tipo de financiones colectivas, los donantes recibirán distintas contraprestaciones en función de la cuantía aportada: desde la simple satisfación moral de haber contribuido a que un proyecto tan imposible se hiciera realidad, hasta el cameo en la propia pelicula, pasando por las pertinentes y limitadísimas ediciones en DVD / Blue Ray. Pero el sueño no se queda ahí: ante el éxito de la convocatoria, el propio Sandberg ya se ha comprometido a alargar la duración del metraje hasta el habitual formato de 90 minutos, si consigue suficiente financiación para ello. Lo que empezó como una broma estupenda ha empezado a adquirir tintes más que serios, y buena prueba de ello es que, por lo pronto, la película fue seleccionada para ser exhibida dentro de la selección de cortos y mediometrajes de la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes de este año. No es coña.
KUNG FURY: LA BANDA SONORA
Y como este es un blog de canciones, hablemos de canciones. Plenamente consciente de que el particular empaque visual de su película necesitaba el correspondiente acompañamiento sonoro, Sandberg ha contado con la presencia de dos figurones en esto de la música ochentera, ambos compatriotas. Bueno, técnicamente hablando, han sido TRES FIGURONES, de los que sólo dos necesitan presentación. El primero de ellos es un genio de los sintetizadores, se llama Mitch Murder (en realidad se llama Johan Bengtsson, lo otro es un alias bien fardón), y ya apareció por aquí. El segundo publica digitalmente sus canciones como Lost Years: suya es la música que se escucha en el trailer, acompañando a las imágenes del intrépido Kung Fury cuando este está “hackeando el tiempo”. (En concreto, la pista que suena se llama “West Side Lane“: de lejos, su mejor canción. A puntito he estado de dejar que fuera ella la que protagonizara esta entrada, ya que os estoy dando la turrada con lo de Kung Fury… Pero no: al final de este texto comprenderéis por qué es otra la elegida). Respecto al tercero de los artistas que protagonizan -de momento- la banda sonora, supongo que lo que procede es que volvais a darle al play, ahora a este enlace de aquí abajo: se parece al vídeo anterior, pero eso es sólo al principio…
Sé que estáis sin respiración… Veo a través de las pantallas el brillo excitado en vuestros ojos, la saliva resbalando por las comisuras de vuestras bocas entreabiertas mientras ronroneais de placer, percibo EL DESEO en vuestro pulso acelerado. Y supongo que ahora, que aún sois incapaces de reaccionar, es el momento adecuado para explicar de qué va todo esto del synthwave y dar paso (¡por fin, Sr.Helvetica, cómo te enrollas!) a la canción de hoy.
EL SYNTHWAVE: ATRAPADOS EN EL SINTETIZADOR
La del synthwave es quizás la más habitual de las etiquetas empleadas para referirnos a la música -mayoritariamente instrumental, aunque hay algunas excepciones- creada con sintetizadores con objeto de emular el sonido más despiporrante y machacón de los ochenta. Hay algunas otras, de las cuales quizás la de Electro Out Run sea la más afortunada: la asociación de los ritmos sintéticos con el famoso videojuego de conducción de Sega (ya sabéis, el del tipo con el Testarossa y la rubia) es casi inevitable, y uno diría que estos sonidos han sido creados precisamente para ser escuchados bajo los efectos (a veces euforizantes, a veces narcóticos) de la conducción. Entre la rotunda simplicidad de John Carpenter, y el despampanante kitsch de Jan Hammer, el synthwave se cobija bajo el viejo paraguas de la banda sonora imaginaria, trasladándonos a golpe de secuencia moroderiana a plateadas autopistas que discurren junto a playas (de esas en las que todo son culturistas, o modelos embutidas en diminutos bikinis flúor), cuando no se abandonan a la solitaria contemplación nocturna del skyline de la ciudad de neón.
Tampoco voy a extenderme demasiado: el género tuvo su auge en torno a 2011-2012, espoleado por el exitazo internacional de la película Drive y su muy nostálgica banda sonora, y hoy en día acusa una cierto agotamiento, supongo que por una simple cuestión de saturación. No es que Kavinsky inventara nada nuevo, en realidad, pero su aportación musical a la cinta (y la de Electric Youth, ya que estamos) tuvo una recompensa yo diría que hasta cierto punto sobredimensionada por la capacidad icónica de las imágenes a las que acompañaba. Quiero decir, que “Hero” o “Nightcall” están bastante bien, pero como se demostró luego en los respectivos largos de estos artistas, también eran las cumbres de unas colecciones en la que había mucho más de paja que de grano. Y ese es precisamente el punto flaco de un estilo al que, no sin cierta justicia, se le da tratamiento de sub-sub-subgénero: como pudo ocurrir en su momento con el italo-disco, la facilidad para producir temas (a fin de cuentas, hace falta poco más que un sintetizador, y una buena colección de películas en rancio VHS con las que inspirarse) derivó enseguida en un aluvión de artistas que, desde la soledad freak de sus dormitorios, pugnaban por convertirse en el nuevo Kavinsky, con un estajanovista ritmo de producción y mejores intenciones que resultados. Mucho me temo que, como ejercicio de estilo, la gran mayoría de ellos salen airosos de la prueba de emulación, pero en un género tan claramente acotado cuesta encontrar canciones que trasciendan un poco más, y entreguen algo digno de ser recordado.
Sí que hay algunos artistas a los que vale la pena seguir: la mayoría de ellos se agrupan en torno a sellos como Future City Records, el francés Valerie o (el más conocido, gracias al boom de Chromatics) Italians Do It Better. Esto es una generalización, y como cualquiera de ellas, presenta algunos inconvenientes: yo diría que el famoso sello de Johnny Jewel presenta unas más que evidentes tangencias con el synthwave, de las que quizás el proyecto de Symmetry sea la más clara, pero desde luego no diría que “Kill For Love” juega exactamente en esta liga. De hecho, si tuviera que decantarme por un sello en el que este estilo es realmente representativo, lo haría sin dudar por Rosso Corsa Records, una discográfica fundada por dos locos por los ochenta, a la sazón músicos del género: Michael Glover (Miami Nights 1984: buscad “Ocean Drive” y me decís si mola o no mola) y Garrett Hays (Lazerhawk). Y ahora, sí, por fin, puedo decir que hemos llegado a la canción del hoy.
Por lo que ha trascendido de momento, la música de Lazerhwak no aparece en “Kung Fury“. Podía haberlo hecho perfectamente, eso es verdad, y más aún si consideramos que tanto Mitch Murder, como Lost Years, como Lazerhawk, publican con Rosso Corsa, pero supongo que Sandberg tendría sus motivos para elegir unas piezas y no otras. Pues bien, yo voy a hacer exactamente lo mismo, premiando a los valientes que han sido capaces de leer hasta aquí con una de las que considero mejores canciones con las que me he topado, dentro de este estilo. La épica “Beyond The Infinite Void” pertecenía a “Visitors“, el recomendabilísimo (aclaro: te tiene que ir todo este asunto) segundo disco de Lazerhawk: una joya, que desde luego prefiero a “Skull & Shark“, su intento de 2013 de arrimarse a las bandas sonoras del cine slasher a base de guitarrazos eléctricos. Quedémonos por tanto en “Visitors“: entre diversos cortes de retrofuturismo ambiental, os esperan incontestables trallazos del calibre de “Space Is The Place” o “Disco Planet“, pero también hay lugar para deliciosas brisas electrónicas como las de “Shoulder Of Orion“. La reverberación sideral de “So Far Away” se lleva los honores, pero aunque sea la pista más celebrada del lote, me parece que está demasiado endeudada con lo de Washed Out. Dejadme por tanto que me quede con este otro temazo que os transportará en un simple click a un mundo que muchos contemplan hoy con cierta sorna, pero que algunos (menos) seguimos encontrando fascinante. Como poco, igual de fascinante que cuando era 1985, todavía teníamos 9 años, y el futuro se escribía ante nuestras excitadas pupilas con el fulgor de los rayos láser.