La bautizada por occidente como ‘última dictadura de Europa’ dura ya veinte años. El pasado 20 de julio se cumplieron dos décadas desde que Alexandr Lukashenko, todavía en el poder, fuera proclamado Presidente de la República de Bielorrusia. Se trataba del primer presidente electo de una república que nació tres años antes, en 1991, resultado de la desmembración de la Unión Soviética. La cuestión de cómo se ha podido mantener un régimen de tales características en Europa, y en pleno siglo XXI, responde a una concatenación de factores interdependientes que han servido para perpetuar una dictadura y un dictador que va camino de revalidar su mandato en los comicios presidenciales de 2015, ante la falta de elecciones libres. Con el objetivo de entender mejor esta situación anómala en el Viejo Continente, en este artículo nos hemos propuesto dar las principales claves de la perduración del extraordinariamente longevo régimen bielorruso.
El presidente
Llegó al poder de forma inesperada y bajo la etiqueta de haberse criado en el seno de una familia campesina del este. Alexandr Lukashenko, entonces conocido por su defensa contra la corrupción, tenía 39 años cuando arrasó con un 80% de los votos en la segunda vuelta de las consideradas últimas elecciones democráticas de Bielorrusia. Una vez en la presidencia, el astuto líder bielorruso iba a consolidar su autoridad mediante dos referéndums que supondrían sendos golpes para las aspiraciones democráticas de la joven república bielorrusa. En el primero de ellos, celebrado en 1995, se elevó al ruso como lengua cooficial junto con el bielorruso, se instauró la antigua bandera de la era soviética, se aprobó un programa de integración económica con Rusia y, sobre todo, el líder consiguió el derecho de disolución del Parlamento. Era la carta de presentación de un Lukashenko que, a finales de 1996, mediante un segundo referéndum, iba a conseguir la aprobación de una serie de enmiendas a la Constitución de 1994 que reforzarían aún más los poderes presidenciales. En concreto, la reforma de la Constitución amplió la capacidad de nominación por parte del Presidente, al que se le permitiría designar y cesar a jueces a su antojo, decidir la composición de la Comisión Electoral, nombrar a dirigentes regionales o dictar decretos con fuerza de ley. Además, podía designar al Primer Ministro y a su gabinete y a parte del Consejo de la República, que junto con el Consejo de Representantes forman las dos cámaras legislativas. Con estas prerrogativas, el Presidente lograba suprimir la clásica separación de poderes al estilo occidental.
Muchos son los que intentan encasillarlo en alguna ideología concreta. La mayoría suele coincidir en que su ideología se basa en la nostalgia del régimen soviético, lo que recuerda su pasado como antiguo dirigente agrícola en la URSS. Lo cierto es que el ‘Batka’ (padrecito), como es apodado Lukashenko, ha aprendido a ser flexible en su ideología y lo que verdaderamente caracteriza su mandato es el pragmatismo, característica propia, dicho sea de paso, de otros dictadores a lo largo de la historia. Debemos reconocer que se trata de una figura política con carisma y con extraordinaria capacidad para defender cada pulgada de su poder político. Se maneja como pez en el agua en los medios de comunicación, en los que suele aparecer con mucha frecuencia, y suele insistir en sus discursos en todas las virtudes de las que ha dotado a su patria bielorrusa. En concreto, se regodea con frecuencia de que gracias a su labor Bielorrusia es de los bielorrusos, en detrimento de las compañías extranjeras usurpadoras que, según él, vienen a “partir Bielorrusia”. De este modo, considera cualquier interferencia en los asuntos internos una amenaza externa. Desde hace unos años, el Presidente va acompañado en cada actividad pública de su hijo menor Kolya, de diez años, alimentando los rumores de que su intención es cederle el poder cuando el menor esté preparado, algo que él niega rotundamente.Desacredita sin escrúpulos a los opositores públicamente, a los que acusa de intentar agitar al pueblo y desestabilizar el país, al tiempo que niega cualquier tipo de persecución contra ellos: “no hemos encarcelado a nadie a pesar de incitar a la revuelta”. Bien es verdad que no tiene reparos en reconocer que es una figura autoritaria, para la que el orden es una virtud esencial de cualquier régimen. Acusa a Estados Unidos y a Europa de lanzar una campaña de desprestigio hacia su persona con el objetivo de presionar para que abra la economía de su país a los mercados internacionales, algo que a él no parece incomodarle, y de hecho, siempre sonríe irónicamente cuando le recuerdan su apodo de ‘último dictador de Europa’.
INTERESANTE: Entrevista de RT a A. Lukashenko (doblada en español)
La represión
Es difícil imaginar que un régimen como el de Lukashenko haya podido subsistir sin un fuerte aparato represivo. El presidente bielorruso se ha asegurado la longevidad de su mandato mediante el control de las élites del estado, la supresión del activismo y la opresión de la oposición. La estrategia de Lukashenko, evidente con el paso del tiempo, ha resultado en el logro de una red de lealtades sobre la que se erigen los pilares de la estabilidad y el orden de un régimen aparentemente infranqueable.
En primer lugar, el apoyo incondicional de las élites queda prácticamente garantizado con los siloviki, personas de confianza del Presidente a las que éste otorga un puesto de privilegio en diferentes organismos clave del estado, como la policía, el ejército, la comisión electoral, el ministerio del interior o la KGB (la agencia de seguridad e inteligencia bielorrusa, que heredó el nombre de la antigua agencia soviética).
En segundo, el régimen no da margen para la organización ciudadana, desmantelando o logrando el control de sindicatos, ONGs –que no pueden recibir fondos extranjeros- y otras organizaciones activistas que puedan representar intereses o establecer demandas sociales. De esta manera, Lukashenko consigue obstaculizar con éxito cualquier tipo de movilización ciudadana o protesta organizada, al tiempo que dificulta la coordinación entre opositores, que a menudo son forzados al exilio o encarcelados. El ejemplo más ilustrativo lo encontramos en las pasadas elecciones presidenciales de 2010. A la abrumadora victoria de Lukashenko siguieron protestas que denunciaban irregularidades en los comicios. El resultado fue la dura represión de las manifestaciones, más de seiscientos detenidos y la encarcelación de seis de los nueve candidatos que optaron a la Presidencia. Más recientemente, antes de la disputa del mundial de Hockey Hielo el pasado mes de mayo –el evento deportivo más importante jamás organizado en Bielorrusia-, el régimen encarceló a docenas de activistas para prevenir la organización de protestas durante el campeonato. Son ejemplos de la arbitrariedad de un régimen que cuenta con el dudoso honor de ser el único país europeo que todavía aplica la pena de muerte –mediante disparo en la nuca-, pese a las presiones de la Unión Europea para abolirla.
Activistas de FEMEN protestan en Zúrich (Suiza) contra la celebración del mundial de Hockey en BielorrusiaUn grupo especialmente sensible a los arrestos policiales son los periodistas. Según Freedom House, sólo durante el año 2013 fueron arrestados 45 periodistas y bloggers mientras intentaban cubrir protestas u otros acontecimientos políticos. La libertad de prensa y de los medios de comunicación audiovisuales en Bielorrusia es prácticamente inexistente. Al control estatal de las principales cadenas de televisión se le unen los subsidios del gobierno a la prensa oficial y las sanciones a la de la oposición. La censura sigue siendo estricta y a las agencias de información extranjeras se les obstaculiza la entrada al país. Con ello, uno de los pocos resquicios para la información independiente es internet. Se estima que alrededor de la mitad de la población Bielorrusia tiene acceso a la red. No obstante, se especula que el gobierno está reforzando el control sobre algunas webs e informaciones controvertidas para el régimen, y cada vez son más las que sufren sospechosos ataques de hackers.
A lo anterior debemos sumar la ausencia, desde 1994, de elecciones justas y libres según observadores internacionales, como los de la OSCE. Sean referéndums, elecciones presidenciales o legislativas, Lukashenko ha arrasado en los comicios de forma que gobierna sin oposición alguna. En las últimas elecciones, las legislativas de 2012, ningún candidato de la oposición consiguió hacerse con un escaño en el Parlamento. Los principales partidos opositores retiraron a última hora sus candidatos, debido a que sus demandas de liberación de los presos políticos y de representación en las comisiones electorales no fueron satisfechas.
Con todo, no es de extrañar que la organización Freedom House califique a Bielorrusia como un ‘régimen autoritario consolidado’, a tenor de los resultados de sus informes anuales. En 2014, el país obtuvo un coeficiente de 6.71, donde 1 representa el mayor nivel de democracia y 7 el más bajo:
La estrategia socioeconómica, fórmula de la popularidad
A pesar de las elecciones fraudulentas y sistema autoritario impuesto desde la Presidencia, a nadie se le escapa que el líder bielorruso cuenta con una cierta popularidad en el país. Para ello, Lukashenko ha seguido una estrategia que veinte años después le continúa siendo efectiva: el tradicional cóctel que combina estabilidad económica con protección social.
Efectivamente, estabilidad es la palabra que define el rumbo de la economía bielorrusa desde que Lukashenko tomó el mando. De hecho, desde 1994 el PIB bielorruso se ha multiplicado por cinco, siendo especialmente próspera la primera década del nuevo siglo. No obstante, en la actualidad el modelo económico bielorruso ha dado síntomas de deterioro, y en los últimos años el país ha atravesado atípicas situaciones de dificultad. Como ejemplo, en 2011 el Presidente se vio obligado a devaluar la moneda y a pedir un préstamo al Fondo Monetario Internacional.
Según las cifras oficiales, el país roza el pleno empleo, con una tasa de paro que ronda año tras año el 1%. Sin embargo, esta cifra no refleja fielmente la realidad. No incluye el trabajo en servicios a la sociedad que los desempleados deben ejercer para obtener el modesto subsidio por desempleo. Estudios independientes coinciden en que el desempleo es bajo, aunque las cifras que manejan lo sitúan entre el 5 y el 10%, siendo la tasa de paro bielorrusa menor que la de los países vecinos. Entre la población activa, casi la mitad trabajan en empresas propiedad del Estado, y el resto, lo hace en empresas privadas bielorrusas. La industria, heredada de la Unión Soviética, es el sector con mayor ocupación a pesar de su progresiva obsolescencia, y el país está cerrado a la competencia extranjera, de modo que sólo un 2% de los empleados bielorrusos trabajan en empresas de capital foráneo.
Tasa oficial de desempleo en Bielorrusia en los últimos diez añosAdemás de la estabilidad macroeconómica, la otra piedra angular de la popularidad del régimen es la prestación de servicios sociales. El factor clave aquí es la escasa existencia de organizaciones ciudadanas y el escaso peso de las ONGs bielorrusas, que se ven limitadas a contribuir modestamente en el ámbito local. Con ello, el contacto de los ciudadanos con el estado es directo, y corresponde a este último proveer a su población de cierto nivel de bienestar mediante subsidios de todo tipo. El control de la economía y la protección social por parte del régimen a menudo resultan en la paradoja de que cuanto más pobre es un ciudadano, más dependiente es del estado. Encomendarse al buen hacer del batka se convierte entonces en una de las pocas alternativas factibles.
Cabe mencionar que el disciplinado pueblo bielorruso parece valorar el orden por encima del desarrollo, y buena prueba de ello es la lectura que hacen del conflicto en la vecina Ucrania. La crisis ucraniana ha venido a justificar los designios autoritarios de un régimen, el bielorruso, que equipara su dictadura con paz y estabilidad, mientras que asocia al sistema democrático ucraniano con caos y debilidad. El resultado, según The Guardian, ha sido un incremento de la popularidad de Lukashenko de cinco puntos porcentuales desde el pasado mes de diciembre, situándose en un 39.9%. Más ha aumentado el porcentaje de bielorrusos que piensan que su país está siendo dirigido en la buena dirección (del 31.9 al 42.3%).
Dependencia de Rusia
La Federación Rusa es el principal valedor de Bielorrusia y la salud del régimen de Lukashenko está ligada a la conservación de los vínculos económicos con su vecino del este. La estabilidad económica antes comentada no sería posible sin los generosos subsidios rusos, con bajas tarifas energéticas y reducciones en la deuda energética bielorrusa. En términos comerciales, Rusia representa un 50% del total del comercio exterior de Bielorrusia, de modo que un 20% del PIB anual bielorruso proviene de su vecino oriental. Con ello, Rusia se asegura un socio incondicional en sus proyectos integracionistas en la región, además de un aliado militar en su flanco occidental, toda vez que Bielorrusia colinda con la Unión Europea y con países de la OTAN. Además, la estabilidad de vecino supone para Rusia la garantía de un tránsito normalizado de gas hacia Europa, a través del gasoducto Yamal – Europa, que atraviesa 575 kilómetros de territorio bielorruso, y por el que circula una quinta parte del gas que Europa consume.
Recorrido del gasoducto Yamal – Europa (Fuente: Gazprom)Visto los intereses recíprocos, los lazos tenderán a estrecharse aún más con la Unión Económica Euroasiática, que establecerá un mercado común entre ambos países y Kazajistán a partir del próximo año. No es la única organización regional de la que forman parte Rusia y Bielorrusia, miembros de la Comunidad de Estados Independientes -que abarca casi todo el espacio post-soviético- y la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, entre otros. El mayor desafío, sin embargo, es el proyecto de unión de ambos países y la adopción de una moneda común, que a día de hoy se encuentra un tanto estancado. A pesar de que tanto Putin como Lukashenko han expresado su aprobación públicamente, se piensa que éste último recela de la ambiciosa propuesta, que podría suponer una amenaza a la soberanía de su régimen.
La ubicación geográfica
Lukashenko ha sabido aprovechar hábilmente la particularidad geográfica de su país hasta el punto de convertirla en un factor clave para poder mantenerse en el poder. La ampliación de la UE en 2004, que incluyó a Polonia y las repúblicas bálticas, dejó a Bielorrusia como un estado puente entre la Federación Rusa y la Unión Europea, o si lo prefieren, entre el este y el oeste. En términos ‘huntingtonianos’ sería el último –o el primer- país que formaría parte de la civilización ortodoxa, aunque en la práctica, sólo las regiones más orientales encajarían en la misma, dejando a las occidentales, más bien, en la civilización cristiana occidental. Lo cierto es que Bielorrusia es un país difícil de clasificar y, consciente de esta singularidad, su Presidente ha procurado -con éxito- sacar el máximo partido a sus vecinos al este y oeste.
Tras la independencia, en Bielorrusia se produjo un giro prooccidental que incluyó el abandono de su arsenal nuclear, la unión a la Asociación para la Paz (en inglés: Partnership for peace, PfP) de la OTAN y la negociación de un acuerdo de asociación y cooperación con la Unión Europea. Sin embargo, el referéndum de 1996 iba a suponer el inicio de las hostilidades entre Lukashenko y la UE, que no aceptaba la extensión de los poderes del Presidente y paralizó el Acuerdo de Asociación y Cooperación. Poco éxito ha tenido la Unión Europea en su objetivo de persuadir al gobierno bielorruso para que relaje las políticas internas de acuerdo a los principios democráticos. Esto último, unido a la no liberalización de la economía bielorrusa, obstaculizando la entrada de capitales occidentales, ha dificultado tradicionalmente la interacción UE – Bielorrusia, y propició que Lukashenko girara más hacia el este, donde era mejor recibido, y donde nunca se le exigió un mínimo democrático.
Para la UE, Bielorrusia es un estado fronterizo clave, y la estabilidad en el tránsito del gas proveniente de Rusia pasa por la participación bielorrusa, además de necesitar la colaboración del régimen de Lukashenko en materia de seguridad en sus fronteras, como en el narcotráfico, la inmigración ilegal, el terrorismo o el tráfico de armas. Conviene recordar en este aspecto que Bielorrusia, además, comparte 1500 kilómetros de frontera con países de la OTAN (Lituania, Letonia y Polonia). Es por ello que a pesar del carácter dictatorial del régimen, la Unión incluyó a Bielorrusia entre los países de la Asociación Oriental (en inglés: Eastern Partnership), iniciativa lanzada en 2009 con el objetivo de estrechar relaciones entre la UE y los vecinos orientales mediante la profundización de la cooperación política y la integración económica.
En celeste, países miembros de la Asociación Oriental (en inglés)El conflicto ucraniano ha provocado el descrédito de la Unión Europea entre la población bielorrusa y cada vez son menos los que apuestan por la adhesión. Según una encuesta del ISSEPS en marzo, un 51% de los bielorrusos se integrarían con Rusia mientras que un 32’9% lo harían con la Unión Europea. Es significativo que en diciembre el balance fuera de un 36% a favor de estrechar lazos con Rusia, contra el 44% que elegían integrarse con la UE. La manera de la que ha sido retransmitido el conflicto ucraniano en los medios de comunicación bielorrusos y la influyente propaganda rusa ha propiciado en buena medida esta bajada de popularidad de la Unión Europea en Bielorrusia.
A pesar de congeniar tan bien con su amigo Putin, estas dos décadas en el poder le han servido a Lukashenko para comprobar que a Bielorrusia le viene bien un cierto acercamiento a Europa que sirva de contrapeso a la influencia rusa, toda vez que para el Presidente es beneficioso poder jugar la baza europea siempre que sus relaciones con Putin se enfrían y crece la desconfianza. Rusia ha demostrado no ser siempre un vecino en el que confiar plenamente, y en ocasiones ha tratado de influenciar la política exterior bielorrusa subiendo los precios del gas o vetando el comercio de determinados productos. Quiere tener a su vecino controlado. Es en estas situaciones de tensión cuando Lukashenko saca a relucir su instinto político. Cuando las presiones desde Moscú amenazan con tener efectos perjudiciales en su país, y sobre todo, para su mandato, el Presidente vira hacia la Unión Europea como medida de presión para que Rusia rectifique y relaje sus pretensiones. Esta estrategia de acercamiento al este y al oeste según las circunstancias del momento, lo que algunos llaman ‘el péndulo Lukashenko’, le ha servido para hacerse fuerte en el poder entre ambos gigantes. Esta tendencia puede verse aún más favorecida con el escenario geopolítico que se está abriendo en Eurasia. La apuesta integracionista rusa en la región y las deterioradas relaciones entre la Federación Rusa y la Unión Europea a raíz del conflicto en Ucrania, parecen dejar a Lukashenko como un posible mediador que pueda hacer de puente entre la Unión Europea y el bloque euroasiático que Putin pretende consolidar. Un buen ejemplo lo encontramos en la reunión que mantuvieron el pasado 27 de agosto en Minsk -capital de Bielorrusia- Putin, Poroshenko –presidente de Ucrania- y la Unión Europea en el marco de la cumbre de los países de la Unión Económica Euroasiática (Bielorrusia, Kazajstán y Rusia). En el encuentro se pudo ver a Lukashenko muy activo en sus labores de anfitrión y nos dejó esta foto tan ilustrativa:
En el centro, Alexandr Lukashenko (Bielorrusia) trata de acercar a Petro Poroshenko (Ucrania) y Catherine Ashton (UE) a los presidentes Vladimir Putin (Rusia) y Nursultán Nazarbáyev (Kazajstán) para la toma de la foto.Conclusiones
Alexandr Lukashenko puede presumir de ser el gobernante que más tiempo lleva en el poder de toda Europa. Para descifrar los secretos de la longevidad de su mandato, es preciso atender a una serie de factores interrelacionados que siguen siendo efectivos dos décadas después. El carácter autoritario del líder bielorruso se ve plasmado en la represión sistemática a la que está sometido su régimen, en el que no hay hueco para opiniones disidentes y las elecciones son fraudulentas. Se explica así el número de exiliados políticos y de ciudadanos, en su mayoría jóvenes, que quieren abandonar el país. Sin embargo, la estabilidad económica de la que ha gozado el país, gracias en buena medida a la inestimable colaboración rusa, y la protección social que provee el Estado, ha hecho que el carismático líder también tenga motivos para ser respaldado por algún sector de la ciudadanía.
Junto a ello, la posición geopolítica del régimen de Lukashenko, unido a su astuto pragmatismo político, ha sido clave en su perpetuación en el poder. La Unión Europea, por un lado, no es capaz de adoptar una firme condena a la dictadura bielorrusa, por la que circula un 20% del gas que consume. La Federación Rusa, por otro, se asegura un aliado en su propósito integracionista euroasiático y la estabilidad en su frontera, revalorizada por el conflicto ucraniano. El presidente bielorruso parece haber encontrado el equilibrio justo entre estos dos gigantes, y eso no es una tarea fácil dado el escenario en el que se encuentra. Es preciso considerar que una unión con Rusia podría suponer la pérdida de soberanía, un acercamiento excesivo con la UE podría ocasionar el inicio de una apertura democrática nociva para sus intereses, y un aislamiento provocaría el derrumbamiento económico del país. La última muestra de la capacidad del presidente bielorruso para adaptarse y sacar partido de las circunstancias externas ha sido el conflicto de Ucrania, que ha servido para reforzar la figura política de un Lukashenko que aspira ahora a ejercer de puente euroasiático en tiempos de crisis.