Marcelo Bielsa camina y camina incansablemente en su corralito delante del banco de suplentes. Gestos que casi nunca son de alegría y satisfacción, sino que todo lo contrario, parecen de constante preocupación y tensión. Es, constantemente, receptor de odios y amores. Nada en el medio. Eso genera desde su aparición en el fútbol, desde su ciclo como entrenador de la Selección y desde su “resurgimiento” primero en la nacional chilena y ahora al frente del Athletic de Bilbao. Amor y odio, genera ese loco que no para de caminar.
A principios de la década del ’90 surgió de Newell’s un tal Bielsa, le decían “El Loco” y, a pesar de haber tenido una más que escasa carrera como futbolista, rápidamente llegó a ponerse el buzo de entrenador del club rosarino.
El festejo intrañable de su segundo título
Fue campeón en el torneo de su debut, repitió frente a Boca en la Bombonera meses más tarde y se fue a México para refundar el fútbol de aquel país, no solamente desde el juego, sino que además, fundando una universidad del fútbol en el club Atlas.
Luego, firmó con Vélez, convenció a referentes de la talla de José Luis Chilavert y también fue campeón. Los ojos del mundo futbolero en nuestro país empezaban a mirarlo con especial atención.
Tras la eliminación del seleccionado argentino de la Copa del Mundo Francia 1998 a manos de los holandeses, la AFA ya casi tenía decidio el nombre del sucesor de Daniel Passarella: Marcelo Bielsa, ese particular ser que dirigía al Espanyol de Barcelona.
Asumió en enero de 1999 tras una difícil salida del club catalán. Comenzó entonces su revolución. Táctica y futbolísticamente, incluso desde los resultados, llevó al equipo nacional a lo más alto de las eliminatorias sudamericanas al llevarse por delante, literalmente a cuanto rival se le puso en frente. Incluídas las potencias europeas que se presentaban a jugar amistosos.
Con la gente el enamoramiento fue inmediato, potenciado por un periodismo que se rendía ante su fútbol, pero que le tenía una daga preparada porque, como parte de su revolución, también Bielsa había decidido cortar con los privilegios para los grandes medios: no más entrevistas mano a mano. Sólo hablaba en conferencia de prensa contestando por igual, tal vez lo peor que se le podía hacer a los “dueños del circo” por ese entonces, por qué no ahora también.
Llegó la gran cita en Corea-Japón 2002 y la tempranera eliminación le dio lugar a los grandes medios, a los poderosos a ponerlo contra el paredón y disparar. No solamente por el resultado deportivo, sino a modo de venganza por lo antes explicado. Claro, no había presa más fácil que Bielsa para odiar, potenciando con propios rencores la desilusión del hincha argentino.
Bielsa y su estampa, todavía al mando de la Selección
Sorpresivamente, la AFA decidió renovarle el contrato y Bielsa se emprendió nuevamente en el camino de llevar a la Argentina a un Mundial. Antes, ganó de punta a punta los Juegos Olímpicos, el título que faltaba en las vitrinas de Viamonte.
Con el equipo casi clasificado para Alemania 2006, el rosarino anunció que dejaba el cargo porque no le quedaban “las energías necesarias” para seguir con semejante compromiso.
Sus detractores le saltaron a la yugular nuevamente. No fue sorpresa que durante los cuatro años siguiente no dirigiera o ni siquiera hable con la prensa. Hasta que en 2008 asumió como entrenador de Chile y lo llevó a octavos de final, luego de 12 años de ausencia no solamente entre los 16, sino incluso en el máximo torneo internacional.
A la distancia, hinchas y periodistas comenzaron a elogiarlo de reojo, en sincronía con el difícil momento que vivía nuestra selección en manos de Basile y Maradona, respectivamente.
Bielsa dejó la “Roja” tras una polémica y turbia elección presidencial en la ANFP y nuevamente se refugió en el silencio. Recibió ofertas de los clubes más importantes del mundo, incluso, estuvo en carpeta para los grandes de nuestro fútbol, pero la respuesta fue no, una y otra vez.
El villano era otra vez pretendido, era otra vez querido, otra vez se lo buscaba para darle el lugar para su reivindicación vernácula.
La tapa de Olé pidiendo perdón
Le dijo no a Newell’s, a pesar de que el estadio leproso lleve su nombre. Pero le dio sí al Athletic de Bilbao. Lo resucitó, con trabajo, con convicciones, con convencimiento. A tal punto lo rescató del purgatorio en la Liga española, que por estos días lo está clasificando para las copas europeas de la próxima temporada, está entre los ocho mejores de la UEFA Europa League tras eliminar, con baile incluido al Manchester United de Ferguson y Rooney y hoy, la prensa europea y la argentina, revuelve diccionarios para elogiarlos y esconde archivos para ocultar lo que se dijo de él.
El “Loco” sigue caminando en su corralito recolectando elogios de quienes tal vez menos lo espera. Pep Guardiola, entrenador del multicampeón Barcelona dijo que es “el mejor entrenador del planeta”. Lo quiere el Chelsea y lo quieren todos. Lionel Messi aseguró que le gustaría ser dirigido por él. Tantas moscas y tan importantes no pueden estar equivocadas.
Volvió a cosechar amores, algunos nunca los perdió. Otros los dejó en Japón, otros le piden perdón al sentirse reconquistados. Al parecer, el tiempo le dio la razón.