Revista Religión
Jesús resucitó al tercer día de ser crucificado. Desde entonces él está esperando a que cada un@ de nosotr@s le demos la bienvenida. Jesús está esperando en la entrada de nuestra casa (nuestra vida) a que le abramos la puerta y le dejemos pasar. Tiene sed pero no se marcha, espera paciente a que le abramos la puerta. A menudo contempla con tristeza como otros visitantes (la ira, la envidia, el odio…) irrumpen en la casa de una persona y ésta en vez de echarlos fuera, les acoge y les da alimento dejándose influir por ellos. A Él que es la luz, le niega la entrada pero cuando llegan visitantes oscuros les acoge sin reservas. A veces cuando la persona abre las ventanas la luz de Jesús alumbra la casa y la persona se maravilla y dice para sí “¡cuánta belleza, cuánta alegría!”Sin embargo continúa resistiéndose a dejar pasar a Jesús a su casa: ¿por qué? El principal motivo es el ego. La persona está dominada por su propio ego: el ego siempre quiere ser superior y al lado del resplandor de Jesús se sentirá pequeño, insignificante. El otro motivo es la vergüenza: la persona piensa que no tiene nada que ofrecer a Jesús para calmar su sed. Un día la persona decide luchar contra su propio ego y su vergüenza porque escucha a su corazón que le dice que si deja pasar a Jesús a su casa, ésta se llenará de luz y alegría. Abre la puerta y le pide a Jesús que pase. Entonces Jesús entra emocionado y la persona se sorprende de no sentirse insignificante a su lado. Sin embargo, continúa avergonzada por creer que no puede calmar su sed. De pronto el rostro de Jesús resplandece y agradecido le dice: “ya no tengo sed, tu amor la ha calmado”. Demos la bienvenida a Jesús, calmemos su sed de nuestro amor y permitámosle alumbrar nuestra vida para siempre.