Antes todo eran cruces, brazos derechos en alto y el método Ogino como anticonceptivo. O candidatos al premio nacional de natalidad, o encomendarse al japonés cuando de las «bajas pasiones» se trataba. Si el método fallaba y tenían posibles, Londres. En caso contrario: perejil, hechizos, brebajes y agallas para soportar el reproche social. Hoy es ayer. Retrocedemos treinta años mientras el Gobierno se empeña en saludar el 2014 con un lema insoportable: «Bienvenidos al pasado».
A los niños se les españoliza y adoctrina, a los padres se les amedrenta con trabajos precarios y salarios devaluados; a los abuelos se les acogota con pensión reducida, «copago» o «repago» para pagar lo ya pagado con otros impuestos; a los enfermos y dependientes se les abandona; a los discrepantes, jarabe de palos y multas que no podrán pagar ni aún trabajando todos los días de su vida. Dos años han bastado para perder derechos y libertades; para añorar trabajos y salarios, más o menos, dignos. Hoy es ayer, cuando el innombrable.
¿Qué es eso de libertad de expresión, manifestación y reunión? Se acabó el colgar una pancarta en el balcón o mostrar solidaridad con los desalojados de sus viviendas. ¿Qué es eso del derecho a una vivienda digna?
Que el aborto pase de derecho a delito es la consecuencia lógica de tener un gobierno de derecha con moral de confesionario. Que bajo el pretexto de la crisis se recorte en educación, salud, servicios sociales y libertades, era previsible cuando se vota a quienes se vota. ¿O acaso se pensaba que el voto no tendría consecuencias?
Una sociedad decente, actúa. Las encuestas publicadas, a pesar de las indecencias o tal vez por ellas, vaticinan un castigo nimio para quienes están desmontando derechos y amordazando libertades. A pesar de los recortes, mentiras y corrupciones; a pesar del no registro de 14 horas, del borrado de los discos duros y la peculiar colaboración con la justicia; a pesar del crecimiento del déficit y de la reforma laboral, de la precariedad, los minisalarios o los 4 euros de subida del salario mínimo en sus tres años de gobierno. A pesar de colocar al Estado español a la cola en derechos y libertades y de muchos otros pesares, los sondeos apuntan a que volverán a ser los más votados. Cuando esto suceda, volveremos a gritar: «¡Esto nos pasa por tener un gobierno facha!». Entonces, pensaremos que con eso salvaguardamos nuestra integridad ciudadana.
Una sociedad decente piensa y actúa. Cuando se confirme que no hemos dado la respuesta adecuada a tanto fraude, entonces volveremos a culpar a los mercados, al capital o a la Troika y, si para entonces nos dejan, volveremos a clamar contra quienes nos gobiernan. Si se confirma, gracias a sus fieles y a los que no hacen nada, ¿cómo llamar a quienes actúen como elementos necesarios para que nos gobiernen los mismos impresentables de ahora?
Para el chorizo que nos elige como víctimas, pedimos justicia; a quien elegimos nosotros y nos roba la salud, la vivienda, el salario, la pensión o la dependencia, le damos otra oportunidad para que termine su trabajo. Ya escribió el poeta: «… nos desesperábamos donde solo había injusticia y nadie se alzaba contra ella. Y sin embargo, sabíamos que también el odio desfigura la cara».
Es lunes, escucho: