por Josep Ramoneda / publicado en El País
Claude Lefort, filósofo, no se había pronunciado sobre la actual crisis internacional. Lo hace en el Centro de Estudios Políticos Raymond Aron, en París.
Pregunta. La prensa ha hablado de momento histórico, de cambio de época. ¿Usted cree realmente que el 11-S, además de significar un salto cualitativo en la violencia terrorista, marca el inicio de unos tiempos nuevos o es un gravísimo incidente en un proceso que viene de lejos?
Respuesta. Es difícil responder a esta cuestión bajo el impacto de los acontecimientos. Hay que esperar a ver qué pasa. Por eso yo no he querido precipitarme en el juicio. Hay algunos observadores que participan de su hipótesis: que estos acontecimientos se inscriben en un proceso y que el hecho de que hayan tenido un grado de intensidad desconocido no significa que las cosas cambien por completo. Estoy un poco sorprendido por las prisas de algunos en dar explicaciones, como si tuviéramos el deber de tener una tesis sobre lo ocurrido. Lo que se puede decir es que, independientemente de la guerra conducida por Estados Unidos en Afganistán, hay una redistribución de fuerzas en Asia, y se puede entrever a China, aún más que a Rusia, sacando el máximo partido de la situación. En el fondo, los americanos no han estado nunca presentes en esta región, salvo por sus capitales y por su diplomacia, y ahora se precipitan sobre el corazón de una zona especialmente delicada.
P. De momento, Rusia parece la gran beneficiada del conflicto.
R. Sí, ha habido esta especie de unión sagrada con Rusia, dejando completamente de lado la cuestión de los derechos humanos, pero también China saca importantes dividendos. En cualquier caso, gracias a la coalición, rusos y chinos podrán avanzar en sus estrategias nacionalistas.
P. De esta alianza, lo mínimo que se puede decir es que es confusa: hay en ella varios países tanto o más implicados en el terrorismo islámico que Afganistán...
R. Sí. Ha habido una gran precipitación por señalar el refugio de los terroristas. Del mismo modo que la ha habido por señalar el cerebro de los terroristas. No hay duda de que Afganistán es un refugio de terrorismo, pero que sea el principal está por probar. Bin Laden tiene responsabilidad en los atentados, pero hay razones para pensar que la trama puede ser mucho más compleja. Se ha puesto en marcha un artificio reductor para señalar al agente maléfico, cuando es seguro que no está solo. Independientemente del objetivo atacado, lo que me parece importante es que Bin Laden y los suyos han lanzado un enorme adoquín sobre el mundo musulmán. Con la intención de alterar todos los equilibrios, todas las complicidades, todas las estrategias existentes desde hace tiempo.
P. O sea, en su opinión, el objetivo político de Bin Laden no era EE UU, sino el mundo árabe.
R. Mi idea, con toda la prudencia que impone la situación, es que no podemos pensar que una organización de esta naturaleza no hubiera previsto que habría una respuesta violenta por parte de EE UU. Y si no, es que les tomamos por imbéciles. Hay ciertamente militantes que se suicidan. Lo hemos visto. Pero una organización que se suicida es algo que no existe. Me parece plausible pensar que se esperaban lo que ha ocurrido. Y que hicieron los atentados creyendo que con ellos atraían a EE UU a una trampa. La trampa, por supuesto, era obligarles a implicarse militarmente en la región. Y puesto que la acción americana tenía que ser forzosamente violenta, con la reacción que provocaría, la pequeña minoría de la red de Al Qaeda podría movilizar a los islamistas radicales en su apoyo, y en una etapa ulterior, la mayoría musulmana, que no tenía en sus planes ningún escenario de guerra, bascularía hacia un antiamericanismo activo. Mi segunda hipótesis, muy vinculada a la primera, es que el objetivo buscado era la desestabilización de Estados de mayoría musulmana cuyos Gobiernos son despóticos, pero muy frágiles, que sólo subsisten en virtud de compromisos permanentes con los religiosos islamistas. Siendo evidentemente el primer objetivo Arabia Saudí. Hay una estrategia; si ha sido errónea o no, lo veremos con el tiempo.
P. Pero en principio no parece que haya sido muy eficaz. Bin Laden y los suyos están acorralados. Y las masas islámicas no se han levantado, como ellos pretendían...
R. Hay que confiar en que fracasen. Sin embargo, por la envergadura de su red, por la importancia de los medios de que disponen, por los capitales que manejan, su presencia marcará el proceso de globalización. Sobre todo si los americanos y los europeos no son capaces de concebir una política a largo plazo.
P. En cierto modo, esta crisis ha sido para mucha gente la confirmación de que la globalización iba en serio: que una cosa que ocurría muy lejos de su casa podía concernirles directamente.
R. Sobre todo para los americanos, porque en el fondo nosotros, los ciudadanos de los países mediterráneos, somos mucho más sensibles que ellos acerca de lo que ocurre en el mundo.
P. En el camino de la globalización, en las enormes dificultades para gobernarla políticamente, ha habido una verdadera globalización del crimen, redes de traficantes de armas, de droga, de dinero negro, sin las cuales el terrorismo internacional probablemente no habría sido posible.
R. La operación del 11-S, que se puede llamar política, aunque se adorne con argumentos religiosos, se integró en las redes internacionales del crimen.
P. Se busca en Afganistán, y quizá habría que buscar en nuestros propios países.
R. En realidad ya se ha encontrado en Alemania, en Francia, en España. Por esto digo que suponiendo que la organización sea decapitada, la existencia de estas redes, que quizá algunos expertos ya conocían, deja planear una amenaza sobre el futuro, especialmente pensando en la circulación de armas después del desmoronamiento de la Unión Soviética.
P. ¿Qué es el terrorismo?
R. Estoy un poco sorprendido de ver cómo todo se mete en el concepto terrorismo internacional. Hay muchas formas de terrorismo. Se llama terrorismo a una acción colectiva y deliberadamente fuera de la ley con el objetivo de atacar a un poder legítimo. Pero entre el terrorismo del IRA, de ETA, de los palestinos, de los israelíes o de Al Qaeda, las diferencias son tan considerables que quererlo meter todo en el mismo concepto me parece una operación extremadamente peligrosa, destinada a sellar alianzas entre países democráticos y países totalitarios, que llaman terrorista a cualquiera. No olvidemos que ha habido y hay Estados terroristas. El nazismo era un Estado terrorista, como lo era el estalinismo. Esta técnica de mezclarlo todo ahorra el análisis: ¿quiénes fueron los responsables del 11-S? ¿Cuál era su estrategia?
P. Con este uso tan genérico de la palabra terrorismo acabaría metiéndose en ella a los partisanos antinazis o a los resistentes antifranquistas.
R. Efectivamente, al utilizar el concepto en la acepción más amplia, más imprecisa, todos los que se sublevan contra una autoridad aparentemente legítima podrían ser llamados terroristas. Me parece un concepto que induce a confusión.
P. Al hablar de terrorismo, ¿le parece justo hablar de nihilismo?
R. Me sorprende este tipo de análisis. Sobre todo si se refiere al nihilismo ruso. Eran gente que cometía atentados y provocaba sublevaciones en nombre de la lucha contra el oscurantismo y el prejuicio. Entre los prejuicios, el de la sumisión de la mujer al hombre. Fue un movimiento muy interesante que no tiene nada que ver con lo que hoy ocurre. En el terrorismo de Al Qaeda hay una conjunción entre la voluntad de destruir y la supresión de toda independencia del pensamiento.
P. Sin embargo, exponer la propia vida para provocar, en nombre de Dios, una matanza que lleva consigo un mensaje de destrucción del mundo es una forma absoluta de nihilismo.
R. Evidentemente, este tipo de militante no es el que pone una bomba sobre una vía para hacer descarrilar un tren. Es otra cosa. No creo que su voluntad sea destruir el mundo. Lo que pretende es destruir el mal, la corrupción. Y darse a sí mismo la imagen del ejecutante de Dios. Lo que se ha podido encontrar como trazos, como confesiones de última hora de los autores de los atentados, señala que había una preparación necesaria a la muerte, que había un esfuerzo para ganar la ascensión al paraíso. Estamos frente a una forma de militantismo, por eso me interesa la cuestión de la organización. Son locos de Dios, pero al mismo tiempo están organizados.
P. Y practican los hábitos normales de las sociedades avanzadas, nada dispuestas a entregar la vida por ninguna causa, y al mismo tiempo son capaces de realizar un acto sacrificial religioso.
R. Este gesto es constantemente sostenido durante un tiempo largo, de varios años. Es decir, durante dos años os podéis encontrar con alguien que es vuestro vecino, que habla con unos y otros, que habita en la ciudad llena de distracción y de interés, que guarda una distancia secreta y radical al mismo tiempo que crea vínculos de proximidad. Aquí se puede hablar de una fractura psicológica. Ciertamente hay un grado de escisión incompleta entre su modo de estar entre los otros y su voluntad de destrucción. Y todo esto en función de un proyecto, increíble e impensable para nosotros, pero proyecto al fin y al cabo, que se inscribe en un designio de Dios y que debe conducir a la toma del poder por los que son puros.
P. Pero su momento supremo es un acto de destrucción de espectáculo grandioso.
R. Esta dimensión espectacular hay que subrayarla. Pero en tanto que espectáculo, ¿está dirigido solamente a los americanos, sumidos en el horror, o a los musulmanes islamistas potenciales? ¿No están éstos estupefactos también viendo cómo el castigo de Dios se hace efectivo a través de sus emisarios?
P. ¿Usted cree que la respuesta americana ha sido un error, que han caído en la trampa?
R. No. Yo creo que se les tendía una trampa, pero que no podían no caer en la trampa. No había elección. Yo estoy en completo desacuerdo con algunas declaraciones estúpidas de ciertos izquierdistas que se colocan en primera línea para decir que no se responda a la violencia con la violencia. Es elemental que no había otra respuesta que la violencia. Ahora, otra cosa es saber si es suficiente, cómo conducirla y cómo continuar. Tiene razón Michael Walzer cuando dice que 'una guerra puede ser justa y ser conducida de una manera injusta'.
P. Un argumento que se ha oído estos días es que los americanos tienen lo que se merecen.
R. Esto es el signo de un antiamericanismo que está fuertemente anclado en sectores de la izquierda europea. Lo cual no quita que se pueda y se deba hacer una crítica justificada y razonada de la política internacional americana, especialmente en Oriente Próximo. Lo chocante es que estos denunciadores de la América maléfica no se dan cuenta de que más allá del imperialismo, del capitalismo, son las libertades democráticas las atacadas por estos defensores de la pureza y enemigos de la corrupción que manejan capitales considerables, que gozan de enormes ventajas que les distinguen de sus poblaciones. Bin Laden, como los gobernantes de Arabia Saudí o de Pakistán, están a mayor distancia de la ciudadanía que los gobernantes americanos. Es una ignominia no darse cuenta de que esta corrupción que ellos atacan en nombre de la pureza es precisamente aquello a lo que nosotros nos sentimos más vinculados, la impureza que permite la libertad y que hace posible la democracia.
P. ¿Cree usted que René Girard tiene razón cuando dice que el malestar del islamismo con Occidente es más de emulación, de competencia, de querer ser como nosotros, que de diferencia?
R. René Girard tiene una explicación que la aplica sistemáticamente a cualquier cosa. Lo que él dice toca a una cuestión fundamental: la relación ambigua que se tiene con el adversario cuando uno pretende desearle la muerte. Creo que en estas sociedades, que ya no son tradicionales, pero que están atravesadas por fuerzas muy reacias al cambio, se producen dos fenómenos contradictorios: por un lado, se aspira a una serie de cambios sociales y tecnológicos, pero paralelamente no se quiere ser asimilado a Occidente. Esta aparente contradicción genera mucha tensión.
P. En realidad, lo atávico y lo moderno estaban muy presentes en las acciones del 11-S: militantes suicidas dispuestos al sacrificio religioso, algo totalmente retrógrado visto con nuestros ojos, utilizando como armas los aviones, un símbolo del progreso.
R. Ha sido un uso deliberado de los medios modernos de organización y de agresión al servicio de un designio absolutamente arcaico.
P. ¿Es realmente el conflicto entre árabes y israelíes la causa primera del 11-S?
R. No creo que se pueda hablar de efecto directo. Pero que los movimientos islamistas y los Gobiernos que tienen compromisos con ellos se sirven de la intransigencia israelí y de los ataques múltiples contra los palestinos me parece evidente. Al fin y al cabo, el islamismo tiene necesidad de argumentos como éstos para ser alimentado, porque no es cierto que la mayoría de las poblaciones de sus países estén con ellos. El conflicto de Oriente Próximo es para los islamistas y para algunos Gobiernos despóticos de la zona un combustible importante. Algo parecido ocurre en Argelia, por ejemplo: un Gobierno que no ha hecho ninguna reforma democrática, que no ha hecho nada para mejorar la situación de la población, se alimenta de la supuesta protección de la nación frente al terrorismo. Y al mismo tiempo aparecen siniestras relaciones entre los militares y los terroristas.
P. ¿El islam estará en déficit democrático mientras no haga la revolución laica, la separación entre poder civil y poder religioso?
R. Sin duda. Y lo grave es que muchos intelectuales musulmanes, que son liberales, no consigan formular claramente este imperativo democrático. Hubo muy pocos que estuvieran contra las autoridades iraníes que pronunciaron la fatwa contra Salman Rushdie. El oscurantismo puede incluso con las mentes aparentemente más críticas.
P. El papel de Europa le ha sorprendido...
R. No. Europa no tendrá una voz propia mientras los soberanismos nacionales ofrezcan tanta resistencia. Estos días en Francia tenemos un fenómeno curioso: la candidatura de Chevènement a la presidencia de la República, que está agrupando a todos aquellos, a la derecha y a la izquierda, que defienden la nación como espacio irreductible de la soberanía. Y es curioso que la extrema derecha y la extrema izquierda se encuentren para defender la nación.
P. Como siempre, Europa mira y Estados Unidos actúa.
R. Hay una tal desafección de la política que es necesario llegar a acontecimientos graves, como ya ocurrió en Kosovo, para que se tome conciencia de que la democracia sigue teniendo enemigos, de que es necesaria una acción política. Sería esperanzador que la crisis desencadenara un retorno de la dimensión propia de lo político y de la ley internacional. En este sentido, los tribunales militares que Estados Unidos prepara para juzgar a los terroristas que detengan son un gravísimo error.
P. La gran mentira que los americanos han ayudado a difundir durante estos años ha sido que la política se había terminado y que era el tiempo de la economía.
R. Efectivamente. Tiempo atrás, en un coloquio sobre globalización en Brasil, quedé estupefacto del grado de abstracción y de absurdo del discurso sobre los mercados que algunos repetían casi mecánicamente. No quieren darse cuenta de que el mundo es enormemente heterogéneo, de que la globalización ha universalizado las diferencias y ha hecho emerger conflictos que hay que afrontar políticamente. Es fantástica esta especie de huida hacia delante, de negación de la realidad del conflicto, que se ha hecho en nombre de la economía y que finalmente conduce al peor de los discursos: el conflicto de las civilizaciones. Es decir, por negar la política se acaba en el enfrentamiento de culturas. Es precisamente la dimensión política del fenómeno lo que he echado de menos en los análisis posteriores a los hechos de septiembre: las estrategias, las formas de militantismo, la organización y el modo de responder políticamente a la amenaza. Fuente: www.galeon.com