Hace
apenas cuatro décadas que comenzó a utilizarse el término bioética, para
referirse a las obligaciones del ser
humano con el mundo de lo vivo (Potter). Y como señala César Nombela en este artículo publicado el pasado 14 de marzo en ABC, "las
posibilidades crecientes de la biomedicina y la atención sanitaria al servicio
del hombre demandan que la práctica científico-médica se atenga a una forma
correcta de obrar; por eso la bioética resulta esencial". Se entiende así que "la bioética no puede prescindir de la objetividad científica
sobre la vida del hombre, aunque el establecer juicios de valor suponga un
salto adicional, porque la vida del ser humano, su significación y su valor van
más allá de lo que representa su propia naturaleza biológica".
Continúa en su artículo el profesor Nombela: "Expresiones
como «interrupción voluntaria del embarazo», para referirse a la ruptura
violenta del proceso de gestación y de comunicación madre-feto, o «vidas que
valga la pena ser vividas», atribuyendo a un tercero la decisión de si alguien
tiene derecho a vivir, suponen una forma de rebajar el alcance moral de
actuaciones que antaño fueron consideradas como atentatorias contra la ética".
Por mucho que algunos se empeñen en definir la vida de forma convencional, la realidad del hombre se muestra cada vez más completa gracias a la ciencia. Una ética basada en el consenso, pero alejada de la verdad, está condenada al fracaso más estrepitoso.
También Benedicto XVI ha alertado sobre una "crisis de pensamiento" en la que
el hombre se ve "rico en recursos, pero no igualmente rico en sus
objetivos, el hombre de nuestro tiempo vive a menudo condicionado por el
relativismo y por el reduccionismo, que llevan a perder el sentido de
las cosas, casi ofuscado por la eficacia técnica, olvida el horizonte
esencial de la necesidad de sentido, relegando la dimensión trascendente
a la insignificancia".
Nunca habíamos tenido tanto y habíamos disfrutado tan poco.