Los seres humanos tenemos la ilusión de que la economía es el centro del universo, olvidando que es la biosfera la que sustenta todos los sistemas, tanto humanos como naturales. Por eso, el objetivo de los esfuerzos medioambientales no es tanto salvar el planeta -que de todas formas sobrevivirá y creará nuevas combinaciones de átomos- como asegurar la prosperidad de nuestra propia especie.
Las mismas matemáticas que estudian las interacciones entre las moléculas de una célula, las neuronas en un cerebro o las especies en un ecosistema pueden utilizarse para comprender las complejas interacciones entre las personas, la emergencia de la identidad de grupo y las maneras en que la información, las normas y el comportamiento se transmiten de una a otra persona.
Comenzamos nuestra andadura humana como cazadores-recolectores, donde el contacto con los otros, parientes o no, era el centro de la vida social y moral. Cójanse de las manos, mírense a los ojos y hablen recordando nuestra historia evolutiva y la importancia de nuestra especie.
La impresionante diversidad de especies y adaptaciones biológicas después de más de 3500 millones de años de vida en la Tierra debe su existencia a la adaptación por selección natural, que exige solo tres sencillos requisitos: variación, selección diferencial (los portadores de los caracteres más adecuados sobreviven y se reproducen más eficazmente) y transmisión de estos caracteres a las siguientes generaciones, a través de una doble hélice que codifica las proteínas como bloques de construcción biológica o, en los animales más complejos, a través de la transmisión cultural del conocimiento.
La biosfera es el activo más grande e importante del planeta, un inmenso mercado natural de vida que contiene y posibilita nuestras vidas individuales, la sociedad y la economía.
A menudo, la manera de entender un sistema complejo es entendiendo sus componentes, pero probablemente no es así en el caso de los sistemas complejos más interesantes: nosotros.
Se puede dar sentido a todo lo que cambia gradualmente en el espacio o en el tiempo, por complejo que pueda parecer, simplemente imaginándolo como una serie infinita de cambios infinitesimales, cada uno de ellos con una tasa de cambio constante (y por lo tanto más simple), y luego poniendo todos los cambios juntos para reconstruir el conjunto inicial.
Muchos fenómenos sociales y naturales -sociedades, economías, ecosistemas, climas- son complejas redes evolutivas con partes interconectadas cuyo comportamiento conjunto no se puede reducir a una suma de las partes; cambios pequeños y graduales en un componente pueden desencadenar en el sistema global cambios catastróficos y potencialmente irreversibles que se pueden propagar en efecto dominó incluso más allá de sus límites.
La escala del complejo social, económico y político es tan grande que interfiere muy intensamente sobre la biosfera, de la cual es totalmente dependiente, mientras que la evolución cultural es demasiado lenta para hacer frente eficazmente a la crisis resultante.
Estamos hechos de polvo de estrellas’. Esta sencilla declaración no abarca los primeros instantes del universo, pero incluye toda su evolución, desde la formación de las primeras estrellas y el enriquecimiento del universo con nuevos elementos, a la aparición de sistemas planetarios, y de la vida y la humanidad en el planeta Tierra. Porque pone de relieve nuestra conexión íntima y directa con el cosmos, admitiendo la posibilidad de que otros están, han estado o estarán conectados de la misma manera.
El conocimiento es un bien público que aumenta de valor conforme aumenta el número de sus poseedores. Ahora se está en disposición de entender por qué los gobiernos se dedican a poner trabas a toda adquisición de conocimiento. Pero no se entiende por qué la ciudadanía no le hace frente.