Alejandro González Iñárritu es la mitad de esa dupla hispanohablante que, sin ser nuevos en esto, está pegando con fuerza los últimos tiempos en Hollywood. A modo de declaración de intenciones y para que a nadie despiste la ironía del título de mi escrito, declaro abierta y públicamente mi preferencia por Alfonso Cuarón. Con todo, la obra que nos atañe chorrea innegable y a veces irritantemente calidad en todas sus facetas. Es por ello, por el encumbramiento generalizado de todo aquel que afirme saber de esto, por nadar muy a contracorriente a fin de cuentas, que casi le da a uno pudor afirmar que el hecho de capitalizar en el nombre de su director de esa forma es precisamente el mayor defecto de su creación. Especialmente cuando el protagonista de la cinta es un renacido Michael Keaton que está sencillamente imperial en su papel, mucho menos autobiográfico y difícil de lo que parece a priori, de antiguo actor que encarnó a un superhéroe y que ahora pretende vencer al paso del tiempo y “pasarse al lado respetable y artístico” de la profesión; se dejará piel y alma previo proceso de lucha contra su propio yo interior con uno de esos ejercicios de redención actoral que se estilan por allí: un exitoso estreno en Broadway. Ni un solo pero saldrá de mis boca para la exhibición de un actor que siempre ha sido bueno, que no siempre ha sido reconocido y que en este trabajo está tan inmenso que desde aquí le deseo que gane el Oscar al que está nominado, y también un Tony, un Emmy, que los una al Globo de Oro que ya ha conseguido y que también le den de paso un Grammy, un Oso Gummy y un apartamento en Marbella: se lo merece de sobra.
Pero además de un Keaton que merecía un párrafo para él solito, tenemos aportando una estupenda réplica a los también en estado de gracia interpretativa Edward Norton (rara vez lo vemos en un trabajo que no convenza), Zach Galifianakis, Amy Ryan, Naomi Watts o Emma Stone.
¿Qué puedo tener en contra entonces de una propuesta tan aplaudida, hipernominada, magníficamente vivida por el reparto (punto excelso de la interpretación) y virtuosísimamente narrada con una primera hora de metraje que todos coincidimos que te atrapa sin remedio? Iñárritu se pasa de la raya por momentos con el preciosismo condescendiente, aplica constantes “pinceladas de arte” con giros de cámara y falso plano secuencia que deleita tanto en algunos pasajes como resulta innecesario para la historia en otros. Y ni siquiera podríamos hablar de defecto con el exceso de trivial estilismo refinado, nada más lejos que pretender la merma creativa de nadie, si no fuera porque no es otra cosa que una manifestación descomunal de ese ego que pretende criticar desde la supuesta sinceridad del guión. Ese mismo guión que antes de que se le vaya de las manos a Iñárritu en su final más febril de la cuenta asevera con negra ironía y el colmo de la condescendencia maniqueísta que hay dos tipos de cine: el de las grandes producciones y el que resulta “un coñazo filosófico”. Pues bien, cuando te crees tan por encima de todas las cosas como para menospreciar tu extremo opuesto e ignorar la existencia del término medio corres el serio riesgo de convertirte, más allá de tu obra, en un coñazo filosófico con patas. Todos tenemos derecho a pontificar…
Dirección: Alejandro González Iñárritu. Título original: Birdman or (The unexpected virtue of ignorance). País: USA. Duración: 119 min. Género: Comedia dramática. Interpretación: Michael Keaton (Riggan), Zach Galifianakis (Jake), Edward Norton (Mike), Amy Ryan (Sylvia), Emma Stone (Sam), Naomi Watts (Lesley), Andrea Riseborough (Laura). Guión: Alejandro González Iñárritu, Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris y Armando Bo. Producción: Alejandro González Iñárritu, John Lesher y Arnon Milchan. Diseño de producción: Kevin Thompson. Vestuario: Albert Wolsky. Estreno en España: 9 Enero 2015.