La brutal razzia policial contra vendedores ambulantes de origen africano constituye uno de los mejores momentos de Biutiful, película con intenciones nobles (denunciar la perversión del capitalismo salvaje) pero excesiva, por momentos sensacionalista. Aunque asegura haber abandonado las historias multilineales, el director Alejandro González Iñárritu vuelve a cruzar personajes y relatos esta vez en un mismo escenario geográfico y circular (a diferencia de Babel). La obsesión por la muerte también reaparece y empasta los mecanismos narrativos de una fábula con sobrepeso.
Al protagonista que encarna Javier Bardem, lo atraviesan una ex mujer bipolar y alcohólica, sus dos hijos abandónicos, un padre ausente, un hermano poco confiable, un inmigrante ilegal senegalés con esposa y bebé, un chino dueño de un taller clandestino y conflictuado con su sexualidad, una suerte de tutora en cuestiones supranaturales y la propia Parca. Por si esto fuera poco, el contexto socio-económico de la Barcelona actual lo hunde en la marginalidad.
Los dramas que González Iñárritu pergeñó con sus co-guionistas Armando Bo y Nicolás Giacobone arañan las dos horas y media, y no dan respiro. Hasta Bardem parece asfixiado por un Uxbal sobrehumano, no sólo por su talento para guiar a los recién fallecidos sino por su fortaleza para soportar de pie un cáncer de próstata e hígado (más la quimio de rigor).
Por otra parte, el actor español articula poco o quizás le falte calidad al sonido. Lo cierto es que resulta difícil seguir algunos diálogos (por ejemplo, aquél entre el protagonista y su por entonces ex socio Hai).
Biutiful cierra la serie de largometrajes cuyas reseñas pretendieron cubrir la 83a entrega de los Oscar por parte de Espectadores. A diferencia de lo sucedido el año pasado, en 2011 no pudimos ver los otros títulos nominados como mejor película extranjera. Aún así cuesta imaginar alguno inferior al fallido film de González Iñárritu.