Revista Recetas
Es frecuente que la lectura de un escritor nos lleve a otros que se citan en el libro que leemos. En mi caso se trata de una espeice de matriuska infinita de la que no paran de salir muñecas que a su vez tienen otras en su vientre. Digo esto porque fue Bryce Echenique, al que recordaba recientemente Vargas Llosa entrevistado en Nostromo, en su cuento "magdalena peruana" el que me hizo desear leer a Proust (no hay motivo de alarma, aún no he terminado "A la búsqueda del tiempo perdido").¿Y a qué viene toda esta historia? porque este bizcocho, su olor y su sabor remojado en una taza de té negro con bergamota y un poco de leche, es mi personal magdalena proustiana que me hace regresar a la infancia, a la cocina de la casa de mis padres, al rito imprescindible de las meriendas en la galería de mi abuela.He perdido los ritos. La prisa, la necesidad de aprovechar el tiempo elimina, estúpidamente, elementos necesarios para la vida. Desaparecen los tiempos de pequeños actos felices, como el silencio y el calor de servirme un té, dejar que su olor se despliegue en el entorno, esperar sin hacer nada, a que se enfríe lo suficiente para beberlo. Y acompañarlo de algo rico para "empapar". Eso es vivir.
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