Revista Cultura y Ocio

Blaise Pascal

Por Enrique @asurza

Blaise Pascal fue un matemático, físico, filósofo y escritor francés del siglo XVII. Con sus Provinciales tomará partido por la causa de los jansenistas —fervorosos creyentes de la predestinación del hombre— en la querella que éstos mantenían con los jesuítas y que, a mediados de siglo, divide a la sociedad francesa. Mientras, el poder político está, por turno, en manos de dos cardenales, Richelieu y Mazarino, ministros del reino, que preparan el advenimiento de la monarquía absoluta en la real persona de Luis XIV.

Acontecimientos importantes en la vida de Blaise Pascal

1623 Nace en Clermont-Ferrand.
1639 Escribe el Tratado sobre las secciones cónicas.
1645 Da a conocer su máquina de calcular.
1656 Aparición de la primera de sus Provinciales.
1658 Resuelve el problema del cicloide.
1662 Muere en París.

Blaise Pascal, hijo de Étienne Pascal, segundo presidente de la Audiencia, y de Antoinette Bégon, nació el 19 de junio de 1623 en Clermont-Ferrand. Fue un genio precoz y un enfermo permanente. A una extraña enfermedad, contraída al poco de nacer, que le conduce a las puertas de la muerte, sigue una singular y relativa —ya que nunca estuvo realmente sano— curación, con brujería de por medio.
A los tres años muere la madre, y el padre concentra todo su interés en el cuidado de sus tres hijos, Gilberte, Blaise y Jacqueline, hasta el punto que en 1630 vende su cargo —en aquella época la compra y venta de cargos públicos era harto frecuente—, invierte la mayor parte de su fortuna en valores del gobierno y se traslada con los niños a París para dedicarse por completo a su educación y a la ciencia. Blaise Pascal, que, según su hermana Gilberte, ya desde niño «no pudo jamás aceptar sino aquello que le parecía evidentemente verdadero, de tal forma que cuando no se le daban razones convincentes acerca de algo, las buscaba por sí mismo, y una vez que había llegado a interesarse por algo, no lo dejaba de la mano hasta que encontraba la razón que pudiera satisfacerle del todo», nunca fue a la escuela ni se relacionó con niños de su edad. El padre, de gran capacidad intelectual, autoritario y exigente, a la vez que vivaz y emotivo, que junto con los cerebros más eminentes de la época formaba parte de la Academia Libre, antecesora de la actual Academia de las Ciencias, fue el maestro cuya «máxima principal era hacer que el muchacho fuese superior a su cometido» y que le guiaba además en los principios del método experimental. Sin embargo, temeroso de que descuidase el estudio del latín y el griego, se negaba a enseñarle matemáticas y, sabiendo de la curiosidad intelectual de su hijo, cerró bajo llave todos los libros. El niño, con sólo doce años, sin ayuda alguna y a escondidas, descubrió las treinta y dos proposiciones primeras de Euclides. Fue, dicen, un milagro geométrico, aunque algunos opinen que antes había encontrado algún libro que leyó a hurtadillas. En premio a su inteligencia, Étienne Pascal le permitió tomar asiento entre sus colegas de la prestigiosa Academia, que se reunía cada jueves para tratar cuestiones científicas.

Calculadora de Pascal
Calculadora de Pascal

El hombre de ciencia

Bien pronto el joven Pascal iba a maravillar más si cabe a aquellos sesudos varones. Con sólo dieciséis años escribe un Tratado sobre las secciones cónicas, precursor de la geometría descriptiva, que constituye una contribución importante a la teoría matemática.
En este mismo año, 1639, y después de algún tropiezo económico con connotaciones políticas. Pascal padre es nombrado comisario real para el servicio de impuestos en Ruán, adonde se traslada toda la familia. Allí interrumpe el joven Pascal sus trabajos en el campo de las matemáticas para ayudarle en la recaudación de impuestos, y cansado de agotadoras sumas de inacabables sumandos, concibe la idea de una máquina aritmética que, en lo esencial, es la actual calculadora. Y no sólo la imagina, sino que la construye y la pone a la venta, aunque no vendió ni una. Podía hacer el trabajo de seis contables, pero seis contables eran en 1646 mucho más baratos que la máquina de Pascal.
Por si fuera poco, en este mismo año comienza a interesarse por la física. En los ocho años siguientes, «probó experimentalmente la existencia del vacío, demostró que la presión del aire produce los fenómenos atribuidos al horror de la naturaleza al vacío, adelantó la idea de la utilidad del barómetro y de la prensa hidráulica, estableció la ley de la transmisión de la presión en el medio líquido y formuló la idea de la elasticidad de los gases». Además, en sus Expériences nouvelles touchant le vide, de 1647, y en De l’équilibre des liqueurs et de la pésanteur de la masse d’air, de 1648, que recogen sus numerosos experimentos, proporcionó preciosas teorías sobre el método científico.
Mientras, la enfermedad, siempre al acecho, se agrava. Paralítico de cintura para abajo, debe andar con muletas cuando se lo permiten unas insoportables jaquecas. Sin poder tragar líquido alguno, las medicinas que le dan gota a gota deben calentarse previamente. A comienzos del verano de 1647 se traslada a París con su hermana Jacqueline —la única de la familia por quien sintió afecto— para consultar a médicos más expertos que los de Ruán. Las sangrías y las purgas que le aplican le dejan completamente exhausto; al año siguiente se vería obligado a permanecer postrado en la cama seis meses enteros, sin poder ni siquiera escribir. Sin embargo, «no se quejaba jamás y consideraba todo aquello como un bien para él». Y es que los Pascal, padre e hijos, hacia ya dos años que eran jansenistas. Dos prestigiosos componedores de huesos que cuidaron durante tres meses la pierna rota del padre, les habían convertido en Ruán.

El hombre mundano

Los médicos parisienses le aconsejan «dar por completo de lado todo trabajo mental y buscar lo más que le fuera posible todas las oportunidades de divertirse con cosas que distrajeran su espíritu». Y así lo hace. Descubre entonces algo que desconocía por completo: el hombre y el mundo. Pascal, que había vivido siempre aislado, va acostumbrándose poco a poco a ver gente de sociedad, a tomar parte en sus juegos y a tratar de divertirse. Por otra parte, la muerte de su padre, en 1651, y el retiro de su hermana Jacqueline al convento jansenista de Port-Royal, le dejan en completa libertad, aunque con poco dinero, para dedicarse a los placeres del mundo. Frecuenta aristocráticos salones, como el de madame d’Aiguillon, sobrina de Richelieu, y el de madame de Sablé, de quien se decía que «pasar por su salón era, para un joven caballero, un pasaporte para la sociedad». Tenía entonces veintiocho años, y se convierte en un hombre de mundo de conversación impulsiva y brillante «que encantaba y transportaba a todo el mundo», vehemente, inquieto y perfectamente consciente de su superioridad intelectual. Impetuoso en la discusión y de carácter pronto, ponía de manifiesto la molestia que le causaban «los que tosían y los que al comer soplaban». De rostro afilado y pelo que le caía en grandes ondas hasta los hombros, brillaban en sus grandes ojos, siempre muy abiertos, una pasión intensa e inmensas ganas de vivir. Siempre de buen humor, compartía la risa con sus amigos, el caballero de Méré, Mitón o el duque de Roannez, de cuya hermana Charlotte se dice que estuvo enamorado. Ni rastro de la enfermedad en estos años alegres que precedieron al retorno de su tortura física, aunque, según su religiosa hermana Gilberte, fueron «los años de su vida peor empleados». Duraron bien poco.
A fines de 1653 le acomete «un gran desdén por el mundo y un profundo desagrado por la gente» y vuelve a concentrar su energía en las matemáticas, especula con los números y resume sus teorías en un Tratado sobre el triángulo aritmético. Esta afición renovada dura todavía menos que la alegría mundana: el lunes 23 de noviembre sufre un éxtasis místico («Ocurrióme algo —dice—, algo que la lengua humana no tiene palabras para describir, algo a que no alcanzan las pruebas humanas») que le decide a sacrificarlo todo a Dios, ya que «dado que Dios existe, debemos prescindir de todo lo demás para ponernos a bien con Él».

Pascal y la presión atmosférica
Pascal y la presión atmosférica

El hombre de Dios

El Dios que existe es por supuesto el de los jansenistas y de su hermana Jacqueline. Pascal se retira dos semanas en Port-Royal junto a «los solitarios» —destacados intelectuales jansenistas—, y aunque no vivió allí de forma permanente, acudió a menudo en busca de refugio espiritual y contribuyó en la obra educativa que Port-Royal llevaba a cabo con
las pequeñas escuelas, redactando alguno de sus libros de texto y descubriendo un nuevo método de lectura.
En 1655 la enconada disputa que mantenían jansenistas y jesuitas se aviva. Los primeros, creyentes en la predestinación del hombre por la «gracia eficaz», que Dios otorga sin consideración alguna por el mérito, porque «el hombre no tiene mérito alguno», les hace partidarios de una vida en perpetuo sacrificio frente a los segundos, confesores de los reyes, la nobleza y de todo aquel que contaba en sociedad y quizá, por ello, mucho más compasivos con las debilidades humanas. En medio de la polémica, Antoine Arnauld, general de los jansenistas, duda, entre otras cosas, de la infalibilidad del papa y de que la gracia hubiera guiado a san Pedro. En noviembre del mismo año, la Sorbona juzga dichas afirmaciones. Una condena equivaldría a una declaración de herejía, y los jansenistas se aprestan a defenderse. Como seglares y laicos, hablan del asunto y toman partido: aunque «casi nadie entiende exactamente de qué se trata» deciden apelar al público y encargan a Pascal la defensa de su causa. El 23 de junio de 1656 aparece una Carta escrita a un provincial por uno de sus amigos referente a las actuales discusiones de la Sorbona, de ocho páginas y firmada por un tal Louis de Montalte, pseudónimo que utiliza Pascal. A esta primera carta, sencilla y alegre, que, en un estilo irónico, apasionado y elocuente, explica la cuestión con claridad, siguen, hasta el 24 de marzo de 1657, dieciocho, todas ellas clandestinas, con las que forja la forma, el lenguaje y el estilo de la prosa francesa moderna. Nada ni nadie puede detener a Pascal: la persecución de Port-Royal, la condena, la inclusión de las cartas, conocidas por las Provinciales, en el índice, no debilitan su ardor; por el contrario, un milagro de la Santa Espina por el que su sobrina Marguerite Périer, hija de su hermana Gilberte, sana de una fístula lacrimal incurable, fortalece su entusiasmo.
Las cartas, que acarrean un efecto desastroso para los jesuítas —de ellas nace el desprestigio de los términos jesuítico y casuística—, consiguen que la opinión pública francesa se ponga mayoritariamente a favor de los jansenistas y Pascal se da cuenta de que posee una rara habilidad para convencer. Proyecta entonces una Apología del cristianismo, donde empleando «el arte de persuadir», incita al hombre a apostar por la verdad de la religión cristiana, ya que verdad y falsedad tienen las mismas probabilidades, cumpliendo los deberes que pueden procurarle la salvación eterna, porque no tiene nada que perder y todo por ganar. Necesitaba, dice, «diez años de salud» —que no tuvo— para terminarla. Entretanto anota sus ideas y reflexiones en pedazos de papel. Estas notas dispersas serán los Pensamientos, que, publicados por primera vez en 1669, tuvieron un enorme éxito y ejercieron gran influencia sobre las generaciones posteriores.

Libro Pensees de Pascal
Libro Pensees de Pascal

A la vez que se ocupa de su Apología, un rabioso dolor de muelas que le provoca insomnios frecuentes le impulsa de nuevo a la especulación matemática. En 1658 reta al mundo científico y propone, en forma de concurso, seis problemas relativos al cicloide que ya había resuelto de antemano. Nadie gana. Pascal redacta y manda imprimir seis amplios tratados sobre cuestiones geométricas que, si se da crédito a su hermana, le ocuparon sólo dieciocho días y que, según se dice, pusieron a Leibniz en la vía del cálculo infinitesimal.
A principios de 1659 la precaria salud de Pascal —una tuberculosis peritoneal parece haber sido la causa de todos sus padecimientos físicos— se resquebraja de nuevo y pasa los días decaído, en un permanente estado de sopor. En 1660, de resultas de una ligera mejoría, los médicos de París le recomiendan el aire puro de su Clermont natal. Se refugia en casa de su hermana, aunque considere que «somos ridículos al descansar en la compañía de nuestros parientes; desdichados como nosotros, como nosotros desesperanzados, no podrán proporcionarnos alivio alguno y moriremos solos».
Socio de la empresa que en 1662 inaugura la primera línea de carruajes públicos de París con itinerario fijo y servicios regulares, como había propuesto Pascal unos años antes, no llegó a cobrar beneficios, ya que el 19 de agosto de 1662, a los treinta y nueve años, una hemorragia cerebral sobrevenida a la una de la madrugada le provoca la muerte entre horribles dolores de cabeza y convulsiones continuas, que sólo le concedieron unos breves momentos de tregua para comulgar. En su testamento reparte sus bienes entre su hermana, su sobrino Étienne y sus criados, y divide su participación en la empresa de transportes entre los hospitales de París y Clermont-Ferrand.
Recibió sepultura en París en la iglesia de Saint-Étienne-du-Mont, en la capilla de la Virgen. Medio siglo más tarde los restos de otro francés famoso, el poeta Racine, serían depositados a su lado.


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