Revista Cultura y Ocio
Buenas tardes. Me presento. Me llamo Blanca y les voy a contar mi historia y ya ustedes, si eso, me dicen.
Como ya saben, hay gente que trabaja en lo que le gusta, otros en aquello para lo que les contratan, y los últimos en lo que les dejan. Yo no, yo soy como las princesas, pero en vez de un trono, heredé una enfermedad. Según la gente de bien soy una “persona de talla baja”, lo que popularmente se denomina enana. Pero ya ven, la naturaleza no quiso que fuera como las de las meninas, ni como las del circo. Ella, que dicen que es sabia, quiso que a Camerón Díaz le sobraran cuarenta centímetros para estar a mi altura, y le faltara un buen tinte color chocolate.
Lo peor de trabajar de lo que se es, es que uno siempre está de guardia, en el cine, en la disco, en el supermercado, y a eso venía yo, a contarles lo que me pasó en el supermercado.
Vivo en el centro de Madrid, en la calle Amparo, total, que un sábado a las cinco de la tarde, decido ir al super amarillo y azul, sito en la plaza Tirso de Molina. No les digo el nombre, porqué no sé si en “la internet” puede uno decir marcas, y la bloguera ésta se ha ido, y me ha dejado aquí a mi suerte.
Como les decía, entro en la tienda, y lo primero que pienso es en el calorcito que hace, y en la murga que dan con los villancicos cuando se acercan esas fechas.
¡Qué maravilla, prácticamente vacío!
En la llamada sección bazar, en realidad, un conjunto de jaulas en mitad del pasillo de las bebidas y los caprichos calóricos, dos hermosas cajas y un cartel, anuncian las medidas de las cómodas que llevo buscando cerca de un año 90x50x110cm. Mi madre en la peluquería, mis siete hermanos con sus partidos de baloncesto, mi padre desaparecido. Sólo quedan dos cómodas. Si espero unas horas me quedo sin ellas. Lo primero será hacerme con un carro y ver si me puedo apañar.
Salí , sonreí al cajero, moneda, coger carro, entrar, sonreí nuevamente al cajero. Continuábamos siendo las dos únicas almas en el supermercado.
Las cajas estaban en posición vertical, comencé a balancear una de ellas, pero no sé por qué razón, aquel carro patinó, como tenía casi medio cuerpo dentro, me arrastró, y sí señores, así fue como acabé dentro de una jaula en compañía de un par de cómodas. Miré alrededor a ver si alguien me había visto. Nadie en veinte metros a la redonda. Suspiré aliviada. No había testigos de mi ridícula caída y comencé a reír. Miré el reloj, las 17h22, en breve aparecerá alguien y podré salir de aquí, pensé yo. Comenzar a chillar como una loca no era opción, el hilo musical estaba tan alto que nadie me escucharía. Decidí no perder el tiempo con auxilios o socorros. Ya vendrá alguien.
Me dolían las manos, consecuencia de intentar detener el impacto sobre la caja. Revisé el estado de mi vestimenta y observé que el anorak tenía un perfecto siete a la altura del pecho, la acababa de comprar hacía 3 días. ¡Menudo estreno! Como no tenía nada que hacer me dediqué a estudiar la decoración navideña y ¡¡¡¡¡dios!!!!¡¡¡dios!!! ¡¡¡¡dios!!!! Una cámara enfrente. ¡Seguro que hay alguien vigilando! Levanto los brazos y los agito, como si estuviera en una isla haciendo señales a un helicóptero salvador. Yuhuuu estoy aquiiiiii. Después de un par de minutos abandoné el intento.
Por el otro lateral del supermercado ví pasar a una señora con niño y comienzo a gritar —oiga, oiga, oiga. Nada. ¡A ver si pasa por acá! La cámara y yo nos volvimos a mirar. No iba a conseguir nada. No teníamos quien nos mirase. El niño nuevamente pasando por el otro flanco — hola guapo, llama a mamá, llámala, y se echa a llorar como un loco y me señala. Yo le animo. —Bien chaval, sigue así. Su madre se lo lleva ipso facto sin darme tiempo a reaccionar. Oportunidad perdida.
Llevaba media hora en esa situación, pero el reloj me desmentía, todavía las 17h32 ¡nunca había hecho tanto el tonto en tan breve espacio de tiempo! Me apetecían unas galletitas, si conseguía agarrarme a la jaula de los libros igual las alcanzaba. Aiggg. Hecho. De hambre no moriría. Las 17h37” y ni un alma. ¡Qué calor! Me quité el anorak rajado, miré la cámara y pensé, que en momentos como éste, estoy más cerca de ser un mono en un zoo que una enana en una jaula. Intento nuevamente escalar, pero aquello no era estable. De repente se me enciende una luz. ¿Y si hacía un stripties? Seguro me detectan y me detienen, además llevaba ropa encima para vestir a un regimiento, chaqueta, camisa, jersey fino de cuello largo, camiseta térmica ¡qué sofoco!
Cuando me disponía a quitarme la camisa, por fin aparecía un hombrecillo con traje azul y con una flamante corbata amarilla.
—Oiga, oiga, oiga.
Me miró, miró hacia los lados, miró otra vez, claro, no se creía lo que estaba viendo.
—Ayúdeme, no se quede usted ahí pasmao que no es una cámara oculta— ummmmm el muchacho no está nada mal, quedaría bien a mi lado—.
—Señora ¿qué ha pasado?
—No pregunte y sáqueme de aquí.
En algún momento nuestras miradas se cruzaron, sí, podía haber algo
Y aquí llega otra de las ventajas que tenemos las enanas, es muy fácil alzarnos por los aires, así es como aquel guapo, alto, esmirriado y miope joven, me cogió por los sobacos y me alzó como si fuera un bebé, mientras yo movía la melena con coquetería. ¡Debía tener una cara de tonta! Sin dejar de flirtear, comenté al joven lo acontecido, me ayudó con las cajas e incluso se ofreció a acompañarme a casa y hacerse cargo de la paquetería.
Una vez informé del incidente al cajero, éste no localizó ni al reponedor ni a la encargada, en cualquier caso se disculpó y reflexionó en voz alta: sigo sin entender cómo es posible que la tienda se vacíe durante la emisión de cine de barrio, sobretodo en éste barrio. Mi salvador y yo, nos mirábamos y sonreíamos.
—Elpidio, me llamo Elpidio.
—Yo Blanca, un gusto.
No llevaba dinero suficiente para pagar la compra, con lo cual saqué tarjeta y DNI.
—Puede usted reírse —digo con naturalidad al cajero. Acostumbro a dar permiso para ello, algunos lo pasan mal.
Ya lo han adivinado, ¿no? Me apellido Nieves. Mi padre, en los momentos más oportunos, saca a pasear su humor.
Miré el reloj, mis hermanos ya estarían en casa, pero prefería la compañía de Elpidio. Camino de casa, hablamos de todo y de nada, y pronto acordamos, que ante un incidente como el mío, en Estados Unidos me hubieran regalado la compra, y un sueldito de los del café granulado.
Cuando llegamos a la puerta de mi casa, quedamos en que yo le llamaría. Me dio su tarjeta.
Elpidio Atolón Rodrígues
Director comercial Banco Pichincha. No seguí leyendo.
¡Menudo sinvergüenza! ¿Banco Pichincha? ¡Pero qué se habrá creído! Me habrá tomado por una desesperada. Una cosa es que sea enana y otra es que ande loca tras macho.
Con rabia rompí la tarjeta, y no me he vuelto a acordar de Elpidio hasta hoy.
La cosa no fue mal, no crean. Tres días después del incidente, comencé a salir con el cajero, ahora es mi Manolo. Después de más de dos años juntos, quedan quince días para el bodorrio. Ayer vimos un piso muy coqueto, alquiler con opción a compra, y mi Manolo y yo, nos hemos ido esta mañana muy temprano, a la sucursal de un nuevo banco en la calle Lagasca, pleno corazón del barrio Salamanca, sí el barrio ese de los pijos. ¿Y saben? ¡No se lo van a creer! Entramos en la entidad mi Manolo y yo, muy agarrados, exudando amor y felicidad hasta la náusea. Cuando entramos, veo a los empleados vestidos con traje azul papagayo, camisa ocre y corbata amarillo canarión, canarión, ya lo han adivinado, Banco Pichincha. ¡Estábamos en el Banco Pichincha! Salí de allí corriendo, he viajado por tierra, mar, y aire hasta llegar a esta isla, tengo más de cien llamadas perdidas de Manolo y no sé qué hacer. Mi amiga Puri dice que busque a Elpidio; la Mari, en su línea," con el que mejor quede en la foto” y aquí, la bloguera, que me dice que eso es asunto mío. Y yo les pregunto a ustedes ¿busco a Elpidio el dire o me quedo con mi Manolo cajero?
—Oye tú, te podías estirar y darme algo de beber.
—¿Una cola? —pregunta la bloguera.
—No, en Madrid, estamos de boicot.
—Es trucha.
—Agua estaría bien. ¡Estoy seca!
—Aquí tienes.
—¿Y ahora qué hacemos?
—Esperar que alguien responda.® Mª Luisa López Cortiñas