Revista En Femenino

Blognovela: “Del cuerpo y mente de una mujer…”

Por Mamaquesabe @mamaqsabe

Blognovela: capítulo 4

Puedes leer los capítulos anteriores AQUÍ.

Marisa intentaba abrir la puerta de su casa pensando que por primera vez estaba abriendo la puerta de un hogar donde, además de dejarse querer, ella podía amar apasionadamente más allá de su amor de madre… Los niños entraron corriendo a por sus juguetes. Todos menos Marcos, que además de por pequeño no podía porque se había quedado dormido mucho antes de salir de la pescadería en la que hicieron un alto antes de que terminara  el día.

Había comprado los mejores langostinos, unas almejas que se le antojaban sabor a Galicia y unos mejillones. No sabía muy bien qué hacer con aquello, pues era María, aquella tierna señora que los acompañaba cada día desde que se casó, la que en casa preparaba los manjares en directo todos los mediodías, y en diferido en las cenas que dejaba listas antes de marcharse. Sin embargo, ella disimuló delante de la pescadera como quien sabe lo que compra, como quien sabe lo que se tiene entre manos. Pero en realidad estaba tan ilusionada como insegura, lo que ya era mucho para sí misma.

A punto de pagar recordó que necesitaba una botella de vino. En su casa había una pequeña bodega con botellas que le regalaban a su marido, pero a ella nunca le había interesado comprobar qué tipos de vinos había, y no quería demostrar ante Carlos más indiferencia por todo lo que le rodeaba que la que ya le había demostrado durante todos estos años.

-Ay Carmen…- le dijo a su pescadera- ¿no tendrás una botella de vino tú por aquí? Es por no parar de nuevo con los niños en el supermercado…

-Ya me gustaría saber qué te traes entre manos…- le respondió- Tienes los coloretes como los del guapo de tu hijo mayor cuando le pregunto si ya se ha echado novia. ¡Claro que tengo! ¿No ves que están junto a las delicatessen que a veces te llevamos con tus pedidos?

-Vaya… ni me había fijado- balbuceó como un niño al que acaban de sacar los colores- dame la que tú creas mejor por favor, anda…

Y en una bolsa Carmen le metió lo que había pedido, junto a un poco  de suerte de aquella gallega afincada en tierras castellanas que sabía más de las personas que cualquier otra que hubiera estudiado una carrera…

-Te meto un poco de perejil, verás qué bien adorna el plato… – le dijo mientras guiñaba un ojo- Y toma este par de limones de los que mi Ramón me corta para adornar el mostrador. Pero no los uses para aliño, solo para decorar, ¿vale? Ya te doy estos otros dos enteritos por si los necesitas. Y dime guapa, ¿no te querrás llevar aquel ramillete de flores de la entrada? Yo voy a cerrar en media hora y aquí ya no pintan nada. Total… yo las renuevo cada día al abrir la tienda- y volvió a guiñarle un ojo.

Así que cuando Marisa salió con los niños de aquella tienda llevaba en una simple bolsa de plástico sus ilusiones y un poquito de magia de Carmen, aquella mujer que a punto de jubilarse le acababa de leer el pensamiento. Tampoco debía ser muy difícil hacerlo cuando llevaba años encargándole los pedidos por teléfono y hoy pedía cantidad para una cena de dos…

Bañó a los niños y les dio la cena, y mientras veían la tele puso el pijama al pequeño Marcos que se había despertado, le dio de mamar y lo dejó en su hamaca en la entrada de la cocina mientras ella intentaba dejar todo preparado antes de la llegada de Carlos. Cuatro veces tuvo que llamar a María para preguntarle cómo hacer las almejas o cuánto tiempo necesitaban los mejillones… Nada más colgar la primera vez sintió que se le había olvidado todo, así que volvió a llamar para dejarlo todo anotado. La tercera vez llamó para saber cuánto tiempo necesitaban los mejillones, pero le dio por pensar que estaba mostrándose también desnuda delante de María, a la que tendría que ver mañana, y pasado, y pasado… y cuando colgó no sabía si le había dicho siete, diez o veinte minutos… (nada más alejado de lo que María le había contestado: “hasta que se abran”) Tras colgar la cuarta vez el teléfono y oír a sus hijos reírse en el salón, ella sonrió pensándose tan inocente como ellos.

Y cuando dejó todo listo se sintió emocionada como pocas veces…

-¡Vamos niños! ¡Hoy hay un cuento muy rápido antes de irse a la cama pero promesa de princesa que mañana os lo leo doble! Id acostándoos vosotros que yo voy a acostar a vuestro hermano- les dijo atropellando casi las palabras como quien tiene mucha prisa para algo.

Carlos no llegaba nunca antes de las diez y media de la noche, así que aún le quedaba media hora para atusarse ella un poco. Tenía que quitarse el aura de mamá, ahora que sus hijos dormían. Lo que no sabía era cual debía colocarse ahora… Se sabía deseada por él sin apenas mucho adorno, pero lo que no había probado nunca era a desearlo ella. Y aquello le resultaba muy extraño. Sentía la garganta seca y el corazón a punto de explotarle, así que abrió la botella de vino y se sirvió un poco. Bebió y le gustó, así que se echó un poco más y lo bebió como quien bebe agua para hidratarse y seguir jugando un partido. Sin saborearlo. Decidió repetir la jugada con una segunda copa que acabaría por hacerla reír sabiéndose una niña de cuarenta años.

Encendió una vela y recordó que había olvidado las flores que le había regalado Carmen dentro de la misma bolsa en la que se las había metido. Buscó un jarrón y cayó en la cuenta de que ella de eso no había usado antes, así que no tenía. No pasaba nada, le serviría la copa que la temporada pasada había ganado Pablo como máximo goleador de la liga de fútbol. Muy romática no parecía, pero creyó que le daba un toque de campeona por lo que estaba intentando hacer con su vida. Y se sentó mientras en la radio escuchaba “Let her go” de Passenger. Y escuchó esa, y otra, y otra, y otra… y decidió empezar a creer a las doce de la noche, y tras más de media botella de aquel vino que la había acompañado, que ella no había nacido para ser princesa del amor, que su papel era el de cenicienta.

Se acostó no sin cierto dolor de cabeza mientras ya solo escuchaba la música de ambiente con la que dormía el pequeño Marcos: “… brilla, brilla estrellita…”. Y volvió a levantarse para dar un beso a los que ya eran los hombres de su vida, regresando con unas lágrimas no en sus ojos, sino en su corazón. Pero no había pena en ella, ni rabia. Había sido capaz de mucho más de lo que nunca hubiera creído: había sido capaz de desear amar.

Continuará…

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