Revista En Femenino

Blognovela: “Nuevas pruebas de la vida”

Por Mamaquesabe @mamaqsabe

Puedes leer los capítulos anteriores AQUÍ.

Marisa se había quedado dormida profundamente tras su pequeño gran esfuerzo emocional. Eran las cinco de la madrugada cuando sintió las manos frías de Carlos abrazándola por la espalda y, como si hubiera estado esperándolo sin cerrar los ojos ni el pensamiento, le dijo: -te quiero.

Pero Carlos tenía para ella otras palabras muy diferentes a las que hubiera esperado:

- Marisa, es tu padre. Vengo del hospital.

Nunca creyó que volver a saber noticias de su padre le pudiera provocar alguna emoción. Hacía muchos años que no se veían, ni siquiera conocía a sus nietos. Y lo que algún día le había dolido, ahora se había convertido en olvido. En olvido profundo, del que no recuerdas ni que hubiera existido. Se extrañó de volver a saber de él en estos momentos y que lo hiciera a través de Carlos.

-¿Cómo que mi padre?- dijo mientras intentaba incorporarse y dejar el recuerdo de la pasión de hace unas horas para dar pie al recuerdo de un pasado lejano -¿Qué le ha pasado?, ¿por qué te ha llamado a ti?

-Bueno, en realidad me llamó su mujer. Se lo llevaban camino del hospital en una ambulancia cuando me telefoneó porque no sabía a quién más llamar… -dijo intentando evitar lo inevitable.

-Típico en ella no dar nunca la cara, pero bueno… dime, ¿qué le ha pasado? ¿Te ha dicho él que me vinieras a convencer para volver a verlo aprovechando el frío de un Hospital?- replicó ella.

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-Lo siento, cariño- le dijo Carlos. -Tu padre ha muerto. No le dio tiempo a nada. No consiguieron reanimar su corazón.

Y así, en el calor de su cama, fue como sintió el frío de un corazón que acababa de dejar de latir también. No le había dado por pensar que aunque quisiera alejarse de ese pasado podría hacerlo sin lastirmarse. Había aprendido a sobrevivir sin dolor pero no significaba que se hubiera inmunizado a él. Quizá ser madre le había hecho darse cuenta de que lo que ahora era también se debía a lo que un día vivió.

Cogió el teléfono y marcó. Colgó. Volvió a cogerlo y a dejarlo de nuevo. Dudó. Pero necesitaba marcar. Llamó a Betina, a quién despertó con un sobresalto media hora antes de que sonara su despertador con una melodía más agradable que la de cualquier llamada telefónica.

-¿Ché, qué pasó Marisa? ¿Los niños están bien? -Se oyó nada más descolgar.

-Lo siento, Betina- dijo, como parpadeando cada palabra. -Sé que no son horas, pero necesitaba preguntarte algo, amiga. ¿Crees que tu dios me perdonaría por no querer sentir dolor por mi padre?

-Marisa, nena, ¿estás ahí?- escuchó con la voz mucho más calmada a Betina. -¿Estás ahí, Marisa? ¿Qué pasó? No te comprendo…

-Mi padre. Ha muerto. Me lo acaba de decir Carlos que recién llegó del Hospital. Hace tantos años que no quería saber de él, ni él de mí, que ahora hasta me he enfadado por volver así a mi vida. Betina, lo siento. No quiero ver a mi padre. Ni a su mujer. Ni a mi madre. No quiero todo lo que ahora tendrá que venir… ¿Crees que tu dios me perdonará por ser tan egoísta de no querer releer ciertas páginas de mi vida?- atinó a decir no sin cierto aire de enfado.

-Marisa, bastante tendrás con perdonarte o no a ti misma, en este o en cualquier otro capítulo de tu vida. Pero sí. Él te perdonaría. Aunque te equivocaras. ¿Quieres que llame a la tribu y vayamos a ayudarte con los niños en cuanto podamos? Te conozco y sé que necesitas más de eso que de “mi dios”- le contestó intentando transmitir un guiño por el hilo telefónico.

-Sí, por favor, llámalas tú. No hace falta que vengáis, pero quizá necesite que me ayudéis con los niños. No sé bien ahora qué debo o quiero sentir. Díselo a Mónica, creo que hoy libraba, quizá a ella no le altere mucho este imprevisto- dijo como si solo se tratase de ello.

Oyó a Carlos ducharse y se sintió muy egoísta por tener que pensar en su padre cuando hacía tan solo unas horas habría deseado estar acompañando ella a su marido bajo el agua. Se había creído siempre víctima y ahora, en su corazón de madre, empezaba a pensar que en esa guerra no había habido un solo perdedor… y en esos pensamientos estaba cuando escuchó al pequeño llorar. Y mientras lo daba de mamar en aquella cálida habitación infantil empezaron a pasar por delante de sus ojos muchos momentos de su propia infancia. Solo entoncesaparecerían en ella unas lágrimas, no por el recuerdo, sino por la calma que ahora era capaz de descubrir en el rostro de ese pequeño y por la que imaginaba en la cara de sus otros dos hijos mientras seguían soñando; porque aunque ella no supiera amar en pareja, se le daba genial amar a su propia sangre (al menos en sentido descendente)

Las siguientes horas del día y de la noche las vivió como mejor sabía: disimulando; subida en sus tacones. Aceptó ir al funeral que se celebraría dos días después porque Carlos se lo pidió, y  porque “su tribu” se lo aconsejó para que le doliera menos en el recuerdo. No es que estuviera muy convencida de ello, pero el que aquellas mujeres que admiraba se lo hubieran aconsejado y decidieran acompañarla, le hizo inclinar la balanza.

Y allí estaban todas, sentadas juntas, como si se tratara de su banco del parque, solo que era el de una iglesia y no se escuchaba ninguna risa de fondo. Todo transcurría para Marisa como si con ella no fuera. De hecho estaban en un sexto banco, alejada de la que un día fue su familia. No mantenía la mirada fija en nada ni en nadie, como queriendo parecer un espíritu que nadie pudiera sentir. Nadie provocaba que parara la mirada, y ese pensamiento estuvo a punto de hacerle escapar unas lágrimas. Había hablado con su madre  por teléfono y se habían visto un rato el día anterior, pero a pesar de que no había sentido por ella el olvido que sintió por su padre, la relación se había deteriorado con el paso del tiempo y las diferencias insalvables que había entre ellas. De repente, vio a alguien que le llamó la atención. Estaba sentado en primera fila, al lado de su madrastra, y parecía sostenerla no sin cierto derrumbe que le recordaba a alguien…

Continuará…

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