Revista Libros
Los lectores me ven como un alma cándida que hace un gran trabajo para difundir la lectura. Las editoriales y los escritores, como un escaparate para publicitar sus novedades. Bueno, no voy a ser tan mala: quiero creer que algunos me ven como una lectora, no (solo) como un pequeño escalón de sus campañas de promoción. Los otros blogueros me ven como una compañera, o como una página en la que les gustaría ser enlazados desesperadamente para aumentar su tráfico de visitas. La perspectiva de mi faceta como bloguera que tienen mis amigos y familiares se resume en "Ah, sí, eso de los libros".
Pero ¿cómo vivo yo esta actividad? En el fondo, mis sensaciones no son tan diferentes de las que suelen explicar los autores que han publicado un libro. Por un lado, la parte bonita, la que me llena: escribir. En segundo lugar, la interacción con los lectores, que también suele ser muy gratificante, aunque a veces provoca algún que otro quebradero de cabeza: responder comentarios en el blog; responder comentarios en las redes;
responder correos electrónicos; responder (y con amabilidad) correos que me preguntan cosas
que he respondido mil veces en el blog; responder (y con amabilidad)
correos que me dicen que les sorprende que una gran lectora como yo no
haya leído el éxito de los éxitos (es decir, Cincuenta sombras de Grey, esa novela que va tanto con mis gustos); dialogar al mismo tiempo (y con amabilidad) con lectores quinceañeros que dicen que Cien años de soledad es malo porque les aburre y con culturetas que se sorprenden de que me haya gustado El tiempo entre costuras (y si llegan a sorprenderse, ya es algo. Lo habitual es que directamente me pongan la etiqueta de lectora-que-no-tiene-ni-idea-de-literatura. Paciencia).
Eso me sorprende mucho, lo diferente que puede llegar a ser la gente que me lee. Por un lado es maravilloso, porque demuestra que lo que escribo gusta a personas distintas y, además, la variedad de perfiles hace que las aportaciones de los debates sean más ricas e interesantes. Ser bloguera tiene un punto de malabarista, porque tengo que hacer juegos malabares para sostener todas las piezas. Sin embargo, a veces se me cae alguna al suelo, y es que tengo que reconocer que me crispa tener que intercambiar impresiones con gente que tiene una concepción de la literatura tan diferente a la mía. Ya no hablo únicamente de gustos, que los puedo comprender, sino de cuestiones como la autopublicación. Lo siento, pero nunca podré entenderme con gente que no valora el trabajo de una editorial y habla de los editores como de unos aprovechados que son innecesarios en el proceso. Yo aspiro a trabajar en ese mundo, así que nos movemos en polos opuestos.
Volviendo a esa lista de cosas que implica ser bloguera, también tengo mi faceta de barrendera: borrar mensajes de editoriales que parece que piensan que los blogueros somos tontos (sería más fácil un simple "Estamos promocionando este libro. ¿Te interesa leerlo?" que todos los rodeos que llegan a dar algunas para camelarnos); borrar correos de escribidores que me piden que lea su libro; borrar los correos que esos mismos escribidores me envían para recriminarme que no les haya respondido; bloquear a todos los que utilizan mis redes sociales para enlazar sus novelas, blogs o lo que sea. Qué bien me vendría un matamoscas, oigan.
Finalmente, queda lo que podríamos considerar el trabajo técnico (que no es poco): buscar fotografías relacionadas con el tema del artículo (con las consiguientes sorpresas desagradables que encuentra Google) y redimensionarlas; programar las entradas y pelearme con Blogger porque no coloca las imágenes donde quiero; actualizar casi a diario los índices de reseñas y reflexiones para que estén al día; lanzar preguntas en Facebook y Twitter para que las redes estén un poco animadas; anunciar lo que he publicado (con cuidado de no hacerme pesada)...
Redactora, animadora, malabarista, barrendera... Muchas caras en las que mi reputación está en juego. Si estáis pensando en poner en marcha un blog, meditadlo bien, porque todavía estáis a tiempo de evitar grandes males. Aunque, qué queréis que os diga, esa sensación de hacer malabares, de practicar un deporte de alto riesgo en el que el peligro es la valentía -por no decir la mala educación- de la gente en Internet, también tiene algo de muy estimulante. Quizá porque me gustan los retos, quizá porque me quedo con la parte buena.